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Salvador, lección de vida y muerte

JOSÉ LUIS MUÑOZ

La muerte está tan indisolublemente conectada a la vida que sin ella no tendría sentido nuestra existencia. Imaginemos la insoportable eternidad que nos sumiría en la apatía absoluta de dejar para mañana lo que podríamos hacer hoy y que se traduciría en no hacer absolutamente nada porque ante nosotros tendríamos todo el tiempo del mundo. La muerte es el acicate de la vida. Porque nos vamos a morir amamos, tenemos hijos, disfrutamos de los amigos, escuchamos música, nos embebemos de paisajes extraordinarios, viajamos a lugares lejanos e incluso, algunos, nos atrevemos a crear un simulacro de eternidad. Miguel Ángel Buonarroti murió hace cuatrocientos sesenta años, pero millones de personas rinden culto a su majestuoso y bello David que sí es eterno. A veces tengo la sensación de que escribimos, hacemos películas, componemos sinfonías, pintamos cuadros, esculpimos esculturas para que hablen de nosotros una vez estemos muertos. Dejar un rastro, aunque sea minúsculo, de nuestro paso por este mundo, intentar mejorarlo, incluso, con el arte.

La muerte forma parte de la vida, pero nadie nos enseña a morir, falta esa asignatura vital. La muerte es tema tabú en nuestra sociedad cuando es uno de los fenómenos más naturales que adquiere señas de tragedia cuando el que se va no ha tenido tiempo de disfrutar de ese regalo extraordinario que no sabemos valorar y que es la vida. Vivimos de milagro y no nos damos cuenta. La guadaña nos acecha hasta en nuestra propia casa. La naturaleza, a veces, se ceba del desorden humano y pone las cosas en su sitio, de forma dramática. Lo acabamos de ver y sentir con ese coletazo brutal en Valencia.

Está uno en una etapa de la vida que presume será la última. Las horas se hacían eternas en la infancia y vuelan ahora a una velocidad indeseable. Ignoro, cuando cierro los ojos cada noche, si va a haber un mañana. Uno es consciente de que van a quedar muchas cosas pendientes, un montón de libros por escribir en mi caso. Llevo años despidiéndome de amigos que se han ido antes de tiempo y en esta maravillosa familia literaria de la que formo parte la lista es larga: Francisco González Ledesma, Manuel Vázquez Montalbán, Justo Vasco, Bigas Luna, Fernando Marías, José Javier Abasolo, Paco Camarasa, Silverio Cañada, Pedro Gálvez… Y cada una de esas muertes, dolorosas, me hace reflexionar sobre el sentido de la vida.

Salvador Robles Miras es el último de esa lista que crece hasta que yo forme parte de ella. Perdió la batalla de la vida este 2 de noviembre y me he quedado desarbolado con su ausencia. Recibí la noticia en la pequeña población en la que vivo y en donde seguramente muchos lo habrán conocido por haber participado en dos ediciones del festival cultural que Lluna Vicens y yo organizamos en este enclave hermoso y mágico que es Arán. Pero lo conocí hace un montón de años, quizá fueran seis, en Bruma Negra, el festival que tiene lugar en Plentzia, País Vasco, y en el que yo recibía un premio a la trayectoria literaria, el primero de ellos. Era una charla sobre los orígenes de la novela negra y Salvador habló de Dostoievski y Crimen y castigo como novela precursora.  Tenía un verbo encendido y defendía con convicción lo que decía. Me gustó tanto su vehemencia intelectual que, al finalizar el acto, me acerqué a él para felicitarlo por su intervención con la que estaba de acuerdo al cien por cien. Le hablé entonces de nuestro festival y le prometí que estaría en alguna de sus ediciones.

Cuando empecé a leerlo me di cuenta de la faceta humanista de Salvador Robles Miras, de la defensa de la ética a través de la literatura que vertía en todas sus novelas que resultaban casi parábolas morales en las que prevalecía la dignidad de sus protagonistas. Era un humanista en el sentido más amplio de la palabra, alguien empeñado en mejorar el género humano con las armas disponibles: la palabra escrita. En los momentos más terribles del zarpazo terrorista de ETA, cuando estallaban las bombas lapa y el tiro en la nuca era recurrente y muchos miraban hacia otro lado, él, valientemente, salía en defensa de las víctimas y luchaba por la paz en el País Vasco al que pertenecía, aunque hubiera nacido en Águilas, Murcia.

En 2023 contamos con él para el festival Black Mountain Bossòst. Con Lluna Vicens comentamos siempre su educación exquisita, su amabilidad y bonhomía. Venía desde Bilbao y hacía parada en Lleida, para dormir, y al día siguiente unos buenos amigos de allí, Eulalia y Joan, lo subían en su coche hasta el Valle. Pudimos disfrutar de su presencia, de sus charlas, los días que estuvo con nosotros en Bossòst.  Salvador Robles Miras no solo era un escritor formidable y comprometido, porque vida y literatura, para los escritores, van muy unidas, son inseparables, sino que era de aquellos que sometía al lector a una especie de tercer grado cuando llegabas al final de sus libros: ¿qué hubiera hecho yo en su lugar en esa encrucijada? Sus personajes eran héroes sencillos y humanos que nos daban una lección de vida a través de sus páginas exquisitamente elaboradas. El arte cumplía, en su caso, una función social de abrir los ojos ante la barbarie de ciertas ideologías que se imponían a punta de pistola. La novela negra, en sus manos, tenía un claro sesgo social.

Este año volvimos a tenerlo entre nosotros, hace escasos meses, entre abril y mayo. Los dos tratábamos el tema de ETA en nuestras novelas desde una perspectiva ética y aportamos nuestras respectivas experiencias en una mesa de debate que se celebró en la Hostería Catalana de Bossòst. La aportación de Salvador Robles Miras fue fundamental como testigo de primera mano de esos dolorosos años de plomo en los que la banda “socializó” el terrorismo. Nada hacía presagiar que ese abrazo que nos dimos de despedida era el último.

Luego, por sorpresa, entró en escena Don Páncreas, cómo Salvador, en un destello de humor encomiable, llamaba al cáncer que literalmente lo arrastró en pocos meses. Lo comunicó a través de las redes sociales con la voluntad de hacerle frente, de luchar, y creo que fuimos centenares de amigos los que le estuvimos animando hasta que dejó de escribir por falta de fuerzas físicas y se hizo el silencio. Sus textos cortos, vehementes, llenos de esperanza contra la enfermedad que lo corroía ya, están ahí y creo que sería una buena idea recopilarlos como testamento vital de la gran persona y el enorme escritor que fue. Como otro buen amigo ligado a nuestro festival, José Javier Abasolo, Salvador nos dio una lección de buen morir, despidiéndose con dignidad de nosotros. Soñamos (Lluna Vicens y yo) con tenerlo de nuevo el año 2025, homenajear al escritor impecable y riguroso que fue Salvador Robles Miras, ejemplo de persona recta y luchadora. Lo vamos a hacer y esperamos, de alguna manera, tenerlo de nuevo en este valle hermoso.

José Luis Muñoz

Escritor, articulista y crítico, ha publicado más de 60 libros de todos los géneros literarios y ha obtenido, entre otros, los premios Tigre Juan, Azorín, La Sonrisa Vertical, Camilo José Cela, Francisco García Pavón, Café Gijón y La Sonrisa Vertical. Entre sus libros destacan "Barcelona negra", "El mal absoluto", "Mala hierba", "La frontera sur", "Lluvia de níquel", "Yakutat", "El centro del mundo" y "La pérdida del paraíso" que ha inspirado la serie "Los 39" que se pasará por TVE.

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