Los poetas afónicos
Por Antonio Costa Gómez.
Hay poetas gritones y apabullantes. A menudo te sueltan consignas y no dicen nada. Pero quieren imponerse. Otros hablan con un hilo de voz y dicen lo esencial. Hay poetas con voz estentórea y agresiva, y otros casi sin voz que hablan desde el fondo de la garganta. Como cantaban Leonard Cohen.
Hay poetas afónicos. Si quieres escucharlos tienes que acercarte y prestar atención. No hablan por hablar.
Ungaretti desnuda las palabras, las hace piel en el aire. Rozan la vida con estremecimiento, son instantes profundos:: “Eres la mujer que pasa/ como una hoja/ y dejas en los árboles un fuego de otoño”
Sánchez Robayna en “La retama” convierte (después de Leopardi) ese arbusto en la desolación de una presencia. Cada palabra se adensa solitaria: “dime tu/ solo/ ápice/ blanco/ pico/ de soledad”. Sin discursos, sin palabrerías.
Anxo Pastor, lucense radicado en Vigo, publica libros breves y enigmáticos. En “Los poemas de la secta” habla hablar de seres apartados , que dicen en voz baja palabras enigmáticas, no palabras viciadas para todo el mundo. Él como persona también es un poco afónico, tiene la voz profunda y misteriosa. En “El caballo económico” las palabras tienen toda la imprecisión del mundo y toda la precariedad. Nos colocan en medio del viento de la existencia. En “Hierba respirada” respiramos la hierba y todo se convierte en respiración.
A Salvatore Quasimodo le bastaron tres versos: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra/ atravesado por un rayo de sol/ y de pronto anochece”.
Trakl pone en ellas toda la sugestión de la noche y no explica nada. No valen explicaciones. Nos habla de los antepasados que vuelven, de razas malditas que hablan con el viento, de extraños que llegan en la noche a tomar la cena. De parques donde ha ocurrido todo, de escaleras que suben hacia el pasado.
Paul Celan tampoco habla por hablar. Sus palabras caen como piedras o como acontecimientos. En “La rosa de nadie” la nada subraya el ser: “cuando/ solo nada estaba entre nosotros, nos encontramos/ uno al otro totalmente”.
Un trovador medieval que vivía cerca de Vigo, Meendiño, nos dice en pocos versos más que Tomás de Aquino con los veinte tomos de su Summa Teológica. Una muchacha espera a su amado en el islote de San Simón frente a Vigo. Y el amado no viene y las olas se agrandan y ella se siente cada vez más sola. Y dice : “Moriré sola en el ancho mar”.
El emperador Adriano (que no es propiedad privada de Marguerite Yourcenar) fue con cuatro versos uno de los más grandes poetas, con sólo cuatro versos: “Pobre alma mía, errabunda, triste, / ¿adónde irás ahora? / descenderás a lugares pálidos y solitarios/ y ya no jugarás conmigo como antes”. Descubrió el alma, la interioridad. El Estar Aquí, del que hablaría Heidegger.
Hay poetas que charlan y charlan. Pero Cristo, nos recuerda Mircea Cartarescu, traza una sola frase en la arena y luego la borran. Él fue el que dijo: “Fuego he venido a traer a la Tierra”. ¿Y qué iba a hacer si el mundo no quiso su fuego? Cristo fue un gran poeta con pocas palabras afónicas.
Víctor Segalen escribió un libro de Estelas. Toda una vida, o toda una sabiduría, sintetizada en una frase. Y se murió sin llamar la atención apoyado en un árbol en un bosque junto a un pueblecito mágico en Bretaña.
Los chinos hicieron imperios apabullantes y murallas kafkianas y funcionarios sin fin , pero su poema más grandioso ocupa muy pocas páginas: el Tao Te King. Es casi afónico. Y no hay poema que tenga más sabiduría en el mundo.
Y un poeta chino moderno, que inventó el xingling (la sensibilidad misteriosa) lo sugirió casi todo en dos versos: “Nos encontramos de noche en la oscuridad. /Tú en tu ola y yo en la mía”. Y en Oxford escribió el más bello poema sobre la despedida.
Borges es bastante afónico en sus poemas como en sus relatos. Lo consideran intelectualista, pero tiene una emoción callada y afónica. Se iba volviendo a la oscuridad y expresaba la devastación de su mundo con afonía. Y nada más emocionante que el poema “Límites”: “Hay una línea de Verlaine que no volveré a releer”.
Muchas veces los guerreros gritan y los poetas los inmortalizan con solo dos o tres versos. Para eso tenían a sus vates los reyes en Gales. Con todos sus ruidos y sus batallas, no eran nada si no quedaban dos versos para recordarlos.
Y el mismo Borges recuerda a un poeta magrebí del siglo XII que se pregunta calladamente cómo es posible que vaya a morir: “Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado / que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte. / ¿Es posible que yo, súbdito de Yqub Almasur / muriera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?”
Casi sin voz, pero con tanta intensidad.