‘La ciudad’, de AA.VV.

La ciudad

AA.VV.

Nórdica

Madrid, 2024

134 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Cabe conocer los nombres y también conocer las virtudes. Los nombres son fáciles, las virtudes son tan poco consistentes como una duda. Si hablamos de botánica, podemos decir que no hay rosa sin espinas, no hay planta curativa que no contenga una cantidad suficiente de principio activo que pueda ser utilizada como veneno. En lo que atañe a las ciudades, el análisis es mucho más complicado: demasiada gente depende de ellas, como se depende de cualquier droga que es tóxica si subimos la dosis, y que produce ansiedad si dejamos de tomarla un solo día. Es fácil de entender un testimonio de amor a la naturaleza, pero más complejo, si es que existe, el de amor a la urbe. ¿Qué es lo que podemos decir sobre ella, sobre el lugar en el que habitamos la mayoría de nosotros? Podemos hablar de hábito, por ejemplo. Aunque lo que más caracteriza a una ciudad es que la gente no se conoce. Ni siquiera se saluda. En cierto sentido, se puede afirmar que existen los cuerpos, pero no las personas.

Este volumen recoge nueve escritos que se reúnen entorno a nueve ciudades, nueve testimonios de muy diversa índole, pero todos ellos centrados en espacios donde se reúne demasiada gente: Nueva York, Río de Janeiro, Praga, Ciudad de México, Jerusalén, Roma, Bombay, París y El Cairo. Son ciudades paradigmáticas, no urbes pequeñas, ni medianas. Son agrupaciones de millones de personas y millones de toneladas de hormigón y asfalto. Y eso, suponemos, imprime carácter. Pero el interés literario de la recopilación está en la versatilidad creativa que puede brotar desde la ciudad. Zadie Smith defiende lo contradictorio que puede resultar Nueva York, asegurando que sus habitantes no son escoria y entendiendo la agrupación humana como un principio social y organizador en la que «los vínculos se forman y disuelven con una fluidez tan vertiginosa como la fuerza que son capaces de mostrar durante su breve existencia». En la ciudad, reconoce, es posible convivir sin verse. Clarice Lispector escribe una carta a partir de un engaño o un desengaño amoroso, donde se cuestiona si debe alejarse de la ciudad; aquí entendemos que nuestras situaciones están vinculadas al lugar, tal vez en exceso. La Praga de Bohumil Hrabal es kafkiana, es decir, contiene un punto exacto de demencia como para no entenderla ni rechazarla. Su texto nos va mostrando gente que se sale de lo que consideramos normal: «Todo se deforma en la goma de la perspectiva», termina por decir. Valeria Luiselli recuerda un México que amenaza destruirse. El poema de Najwan Darwish sobre Jerusalén versa sobre la invención, lo no natural, que es la propia poesía y la propia ciudad, aunque a estas alturas demos por sentado que lo natural es que ambas existan. Igiaba Scego se centra en la vida de migrantes somalíes para tratar sobre lo que no acostumbramos a ver cuando visitamos Roma. Saadat Hasan Manto vuelve a unir pobreza y dignidad para mostrarnos la vida de una mujer en Bombay. El texto sobre París es de Philippe Jaccottet y nos remite a un instante de pureza. Radwa Ashur escribe sobre su propia biografía y la vincula a la historia de su ciudad, El Cairo, para explicarnos por qué necesita seguir escribiendo.

El conjunto es un hermoso libro sobre el espíritu de la ciudad, un libro que tiene algo de homenaje, algo de reconciliación y algo de denuncia. Y, como siempre en las ediciones ilustradas de Nórdica, editado con muchísimo esmero.

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