Decir lo imprescindible

 

 

A veces se considera inteligentes e instruidos a individuos que han hecho una obra voluminosa por el mismo hecho de haberla llevado a cabo. Habría que añadir que un individuo verdaderamente inteligente, y además honesto, cuando se pone a escribir se daría cuenta de las tonterías que se pueden decir en una obra voluminosa y, así, quizás abstenerse de escribirlas (por ejemplo, el disparate de que el Espacio es una forma a priori o, por ser breve, que es una estructura mental del sujeto, del rimbombante sujeto trascendental, no una estructura de la realidad). Es hora de ir desterrando estos tópicos en los que “a bulto” se identifica inteligencia con capacidad de emitir palabras o prolijos análisis unos tras otros. Pero es más, esto nos debe poner en la pista de que la verdadera inteligencia está en el lado contrario: en la síntesis, en la expresión depurada de la ley general que resume el orden dentro de la variabilidad o el caos, y no en la expresión de esa variabilidad, a la que suelen añadirse mayores parámetros imaginativos o inventados, es decir, mayor confusión.

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Si toda una Metafísica (por ejemplo, el Existencialismo de Heidegger) se resumiera en una cuartilla como un largo aforismo, aparecería muy probablemente como trivial. Mutatis mutandis, cuantísimos aforismos o pensamientos resumibles en una cuartilla, suficientemente desarrollados, alcanzarían las proporciones de un sistema completo al modo del Idealismo Trascendental o la Fenomenología de Husserl…

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Si un aforismo cualquiera puede desarrollarse en varios volúmenes (basta con ornarlo cada vez por los bordes y hacerlo crecer, quedando éste como semilla y a veces cogollo), largos y extensos análisis buscan, de manera inversa, precisamente el culmen de la síntesis final. Incluso en Literatura, hay autores que hacen girar toda una obra conscientemente para comprimirla en la mot de la fin, que es equivalente a decir que en un aforismo. Y es que, en definitiva, cualquier prolija narración o exposición, por intrincada que sea, cualquier análisis, siempre persigue el orgasmo de una síntesis final. (Pero he aquí que -como tengo escrito por algún sitio- ese análisis tiene de cuando en cuando alguna eyaculación precoz…, aforismos).

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Entre los humanos, la capacidad de síntesis es un don muy escaso (y ello por la simple razón que supone haber entendido la cuestión y tener en cuenta las partes y sus relaciones. Sin embargo la capacidad de análisis, para lo cual no hace falta haber entendido esa cuestión ni ninguna, ¡tela…!

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¿Ese libro no se puede resumir en un aforismo, máxima o principio? Entonces no dice nada, aunque hable de todo o de cualquier cosa.

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Un criterio para saber si una obra está acabada no es pensar que ya no le falta nada, sino que, por el contrario, una obra debe pensarse como acabada cuando ya no se puede reducir más sin menoscabo. De aquí que el aforismo es la obra acabada por excelencia.

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Inversamente, un buen aforismo es aquel que no despierta en nosotros la necesidad de continuarlo.

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Cuanto más claras se tienen las ideas, menos palabras se necesitan para decir una cosa. A mayor fárrago de ideas, mayor fárrago de palabras.

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Decir mucho es una manera de no decir nada.

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Sin embargo, en mi caso, escribo aforismos solo porque no me gusta hablar (me gusta escuchar). Así que, con ellos digo lo imprescindible.

 

 

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