Cuando enmudezcan por decreto los cantantes 

 Por Diego Rodríguez

La erosión que provoca el paso del tiempo se puede ver en la planta que no riegas, en las mangas de un jersey, en el final de tu película favorita y en la voz. Existe una voz concreta que, a lo largo de su erosión, ha pintado con versos la cuesta abajo y sin frenos que es la vida, la deprimente cadencia de los relojes y la dulce amargura con la que se acude al pasado. Joaquín Sabina encontró en el paso del tiempo una fuente insaciable de canciones que versan de amor, de engaños y desengaños; de excesos y defectos; y de la dictadura de las manecillas del reloj. Él, siempre tan joven y tan viejo, ha envuelto su lírica con el humo del tabaco y la experiencia de ese corazón podrido de latir, pero que siempre se guarda un bis    —por si nos sobran los motivos. 

El de Úbeda lleva años escribiendo el punto y final en un papel que no absorbe más tinta. En compañía de Leiva, Sabina publica ‘Un último vals’ como broche a una discografía que, en la escalinata de los años, deja posos en cada escalón que el autor ha descendido. Como un último trago desfasado, la sensación de amargura y embriaguez se dan la mano antes de partir en una letra que responde al cuándo y al cómo se calcula el momento para que «cuando no sepa la orquesta la canción que te escribí» aún tenga en la recámara «un último vals para ti». 

En compañía de amigos —Serrat, Calamaro, Luis García Montero, Ricardo Darín— y familiares, Joaquín apura su último cigarro bajo la mirada de Fernando León de Aranoa, director del videoclip. Aunque «la luna se esconda para no verme sufrir», ese barman que mira con cansancio y rabia a aquel que se emborracha de recuerdos, hoy hace la vista gorda al saber que esa será su última copa. De esto nos hace partícipes el cineasta, capaz de aunar la poesía, de una letra en la que Sabina muestra más que oculta, con la emoción de las miradas de todos aquellos que han sido testigos de la vida del cantante. La sensación de que el pasado está más presente que nunca se hace palpable en esta letra. Joaquín Sabina es parte de un pasado del que nunca tendremos noches para aprender a olvidar. 

Thomas Payne afirma que el tiempo crea más adeptos que la razón. En lo que respecta a Sabina, una persona que admitía dormirse en «los entierros de mi generación» pero, ahora, le «duele más la muerte de un amigo que la que a mí me ronda», atender a la razón nunca fue comparable a despeinarse con el vientecillo del vivir. El tiempo gana a la razón cuando los límites físicos no soportan otra metáfora que ilustre más sueños rotos. La fragilidad de una voz, que se despide y no quiebra por emoción sino por desgaste, es la evidencia de que no solo calla el que no tiene nada que decir. Se despide aquel que se ha presentado antes. Sabina dijo hola, y, por ende, ahora dice adiós. 

La palabra ‘último’ parece no terminar nunca de dar el portazo. Sabina se empeña en que sí; cuando acabe el concierto no habrá otra. El público, consciente de que dos hielos en un whiskey on the rocks duran poco, se pregunta quién le ha robado a Sabina. La respuesta se esconde en los versos de cada canción y en cada momento revelador. El legado del cantautor siempre nos dejará una más porque, mientras se pueda medir el paso del tiempo, jamás habitará el olvido Joaquín Sabina.  

One thought on “Cuando enmudezcan por decreto los cantantes 

  • el 30 octubre, 2024 a las 12:40 pm
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    Bonito homenaje al gran Sabina. La canción no puede dejar indiferente a nadie con una mínima sensibilidad. Gracias por compartir esta belleza, triste, sí, y bella.

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