Al servicio de la gracia
Ricardo Álamo.- El nuevo libro de aforismos de Miguel Agudo Orozco lleva por título El tergiverso, un palabro de su invención que luego explicaré a qué se debe o qué significa, y que evidentemente no está puesto a moco de pavo. Pero este Tergiverso bien podría haberse titulado El libro de la risa y el olvido, emulando la famosa novela de Milan Kundera, porque una de las características más notorias del libro de Agudo Orozco no es otra que la de estar armado, de principio a fin, con la intención de provocar la risa (o, cuando menos, la sonrisa) del lector. Y es que prácticamente no hay aforismo suyo que no deje un buen sabor de boca.
Sin pretender pontificar ni revestir sus juicios con la pátina plomiza de la profundidad reflexiva o de la sentencia grave y trascendental, se diría que los aforismos de este libro no buscan otra cosa que un sano entretenimiento o un juego travieso en el que el retorcimiento del lenguaje, las paradojas, los palíndromos y las humoradas (muchas de ellas en el mejor estilo de las greguerías ramonianas) tienen claramente su razón de ser.
Con una economía de lenguaje precisa, con un mínimo de palabras, sin alardes retóricos, página tras página el autor ha puesto toda su inteligencia al servicio de la gracia (que no de la gracieta), disparando sus flechas envenenadas de ironía y guasa contra por ejemplo nuestro mal sistema de aprendizaje («Al mismo tiempo quieren memoria histórica y aprender sin memoria»), contra la privatización de la sanidad («Sanidad privada de sanidad»), contra la sociedad digitalizada («Whatsapp, los wathsapp: esos somos nosotros, ese el nombre de nuestra tribu») o contra el mal uso de la ortografía —y yo añadiría que también de la gramática— por parte de los políticos y de los propios docentes («Especialmente dedicado al gremio político y al pedagógico: encuentre las siete diferencias entre falta de ortografía y falta ortografía»).
Pero, como decía al principio, el título del libro tiene una justificación que nace precisamente del acusado recurso que emplea en el retorcimiento del lenguaje, pues el sustantivo “tergiverso” no existe como tal, y no es más que una acuñación hecha a partir del verbo “tergiversar”, que es lo que más notoria y notablemente lleva a cabo Agudo Orozco a lo largo de todo el libro, en el que se tergiversan palabras, dichos, frases, nombres y hasta conocidos enunciados filosóficos, poéticos o literarios, sin más voluntad que la de provocar la hilaridad, el alborozo o un nuevo punto de vista más incisivo sobre los mismos. Prueba de ello son los siguientes ejemplos: «El hombre es la medida de todas la fosas. (Protágoras)», «Solo sé que no sé nada, pero en compañía sé mucho. (Sócrates)», «Repienso, luego resisto. (Descartes)», «Yo soy yo y mi cara de circunstancia. (José Ortega y Gasset)») o «Menos menos es más. (Mies van der Rohe)».
Con ser un libro de aforismos sustanciado básicamente en el humor, es cierto que en algunos momentos puede correr el riesgo de orillarse hacia el mero chascarrillo o hacia la simple gracieta o la ocurrencia burlona, como cuando dice que «los pájaros en la cabeza del cura son aves marías», «España tiene dentro a sus propios eñemigos» o «Dogmas dos, cinco». Pero con todo, incluso en este tipo de aforismos que parecen inanes, si se hace una lectura más allá de la literalidad, se puede encontrar un oculto sentido que traspasa el mensaje aparentemente superfluo para ofrecernos una perspectiva crítica con aquello a lo que apunta, pues un dogma puede entenderse como una suma de verdades ilógicas, como ilógico es que dos más dos sean cinco; o que la cabeza de un cura se entienda como una cabeza a pájaros, que es como decir que la tiene llena de ilusiones; o, en fin, que España, o el territorio de España, esté en peligro de desintegrarse por cuestiones de lengua, sobre todo de quienes tienen otra lengua y creen que tal cosa es razón suficiente para separarse de España.
Decía Giovanni Papini, en Bufonadas, que, a su parecer, faltaban hombres que quisieran hacer sonreír para hacer pensar, y que además intentaran sugerir alguna idea insólita o algún problema curioso a través de la representación humorística (en el sentido inglés) de un tipo o un hecho. Pues bien, esa falta de hombres la soslaya de manera sobresaliente Agudo Orozco, quien con sus aforismos es capaz no sólo de hacernos reír sino también de hacernos pensar. De hecho, su libro lleva como subtítulo Parapensares, queriendo decir con ello que el horizonte al que ambiciona llevar al lector es al de la reflexión, sin que ello obste para que además pueda pensar con humor sobre cualquier tema que le proponga, sea este el lenguaje, la historia, la filosofía, el infinito, la muerte o el pesimismo. Así que, El tergiverso podría llevar por subtítulos Parareíres o Parasonreíres, pues ni que decir tiene que una sonrisa se nos escapa al leer: «Cuando un humorista muere, va al más jájá». Y, sin duda, ese “más jájá” bien puede ser este libro lleno de corrosivo humor y de picardía.
Miguel Agudo Orozco, El tergiverso. La isla de Siltolá, Sevilla, 2024