‘Los ponis de los confines de la Tierra’, de Catherine Munro
Los ponis de los confines de la Tierra
Catherine Munro
Traducción de Manuel Cuesta
Errata Naturae
Madrid, 2024
236 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Tomamos por un milagro la posibilidad de encontrar nuestro lugar en el mundo. No sabemos bien si es porque desconocemos cómo buscar o porque no existe, cuando, seguramente, para reconocerlo, si llegamos a él, lo que necesitemos sea tener el ánimo en calma. La única certeza que tenemos es que la taquicardia nos indica que donde nos encontramos en ese momento no es un buen sitio. «Lo único que quiero es mirar am i alrededor y estar contenta con lo que veo», escribe una amiga a Catherine Munro, la autora de este hermoso libro sobre los beneficios de encontrar el paraje que responda a nuestra música interior. Claro que para ello, lo mejor es reconocerla. Se trata de conocerse a uno mismo: «Sentía la presencia del tiempo: la antigua raza de ovejas que pacían en esas tierras, las personas que las criaban y las entendían, los pájaros, el océano y las focas, eternos, cotidianos y misteriosos… Era consciente de mi cuerpo, de estar fluyendo en consonancia con la naturaleza, con una asombrosa ausencia de tensión».
En las islas Shetland, Munro encuentra la bondad. Es un lugar en el que los habitantes tienen siempre las puertas abiertas para que cualquier vecino entre a saludar. Es un lugar donde importa la tribu, donde se hace patente la solidaridad. Es un lugar donde no es preciso luchar por ser bueno, porque ese beneficio brota solo. De hecho, si nos atenemos al testimonio de Munro, no nos queda más remedio que preguntarnos ¿cómo va a ser malo el mundo si existen los ponis de las islas Shetland?, ¿y el viento y las ovejas? Allí se encuentra la cura para la ansiedad. Allí se equilibra lo salvaje de modo que quede compensado con la condición humana. De hecho, allí se crea alma y recordemos aquella frase del psicólogo Jung: «Hacer alma es nuestra única forma de salvarnos». Lo que pretende Munro es mostrarnos que la salvación es posible. Es tan poco y es tan grande. Y la única forma de aprender es viviendo, adaptándose, como se adaptan los seres que habitan las islas que adora Munro, de una manera natural y acorde a la convivencia, nada que ver con lo que entendemos por domesticación. Cabe añadir, además, un apego por la solitud. Munro va a traer vida, pero apenas sabremos nada de su pareja. El sueño de solitud se quiebra a la vez que se cumple, pero no pasa nada malo, nada sucede fuera del territorio del amor. Lo que también importa, por supuesto, es poder compartirlo: «Las historias pueden crear un sentimiento de hogar, de apego; pueden hablarnos de quiénes somos y de quiénes queremos ser».