José Mateos: «Sigue habiendo poetas nuevos que le llenan a uno de esperanza»
José Mateos es autor de más de una veintena de libros de distintos géneros. Ha cultivado el ensayo en libros como La Razón y otras dudas (2007), El ojo que escucha (2018) o Tratado del no sé qué (2021), el texto dramático en ¡Silencio se piensa! (2022) o en Proyecto Amniótica (2020), el diario en Un año en la otra vida (2015), la crítica literaria en Tres noches, tres auroras (2023) y el libro de aforismos en Silencios escogidos (2013) o en Un mundo en miniatura (2017). Como poeta se dio a conocer a mediados de los años ochenta y a partir de entonces ha ofrecido a la imprenta títulos como La niebla (2003), Cantos de vida y vuelta (2013), Un sí menor (2019) o La hora del lobo (2022), entre otros. Los nombres que te he dado recorre toda su trayectoria poética, revisada y corregida por el autor. Hoy tenemos la suerte de leer su Primera Impresión sobre este libro.
La muerte empezó a tomarse ciertas confianzas conmigo y a tutearme.
Javier Gilabert: ¿Qué te decidió a publicar tu poesía reunida?
José Mateos: Últimamente he pasado por algunas circunstancias difíciles y la muerte empezó a tomarse ciertas confianzas conmigo y a tutearme, así que me pareció que era el momento de poner en orden algunas cosas. Entre ellas, mi poesía. Necesitaba depurar y podar mi primer libro y hacer ciertos ajustes definitivos. Por otra parte, quería que el lector pudiera hacerse una idea más de conjunto, más completa y menos dispersa del misterio que he tratado de tantear y bordear en estos cuarenta años de poesía. Tengo la impresión de que todo lo que he escrito forma parte de un solo libro, un único libro por entregas.
Detesto el confesionalismo victimista.
¿Y por qué —amén de por lo obvio— incluir en ella un libro inédito en lugar de publicarlo de manera independiente?
Por pudor, supongo. Tratamiento y delirio es un libro muy descarnado que, por la situación en que fue escrito, por cómo está escrito y por las experiencias que describe, corre el peligro de caer en el patetismo y en la autocompasión. Tenía muchas dudas sobre esto, porque detesto el confesionalismo victimista, y me pareció que una manera de neutralizar la utilización de la enfermedad que hago en él era publicándolo ahí, al final del libro, un poco a escondidas. Debo decir también que en la publicación de ese poema largo fue muy importante la intervención de Ignacio Garmendia, uno de los editores de Vandalia, que me animó a incorporarlo.
Háblanos un poco de ese libro, Tratamiento y delirio.
Bueno, es un libro escrito en las largas sesiones de quimioterapia a que me tuve que someter hace dos o tres de años. Un libro que creció en medio de ese mundo de goteros, pinchazos, náuseas, dolor físico, diagnósticos, etc. No sé muy bien cómo explicarlo pero cuando entraba allí, en aquella sala de hospital para enfermos de cáncer, al rato yo podía separarme de mí, de lo que me estaba pasando y escribir sobre ese amor escondido que sentía en el fondo de todo lo que veía, de todo lo que escuchaba, de todo lo que me estaba pasando. No se trataba de un estado de ánimo, sino de algo más potente, una convicción, una certeza… inatacable. El resultado fue un poema de unos mil versos del que después suprimí bastantes.
Un poema es en alguna medida una herramienta para enfocar la atención.
¿Qué efecto esperas que tenga en los lectores, sobre todo en aquellos que se acercan a tu poesía por vez primera?
Supongo que el que espera cualquier persona que publica poemas: que algo de lo que he escrito sirva alguna vez de alimento para los que tienen necesidad de poesía, porque los que no tienen necesidad de poesía, de esa intensidad y de ese misterio que es la poesía, nunca podrán comprenderla. Un poema es en alguna medida una herramienta para enfocar la atención y a mí me gustaría que algún poema mío le sirviera a alguien para ver con más profundidad cualquier cosa.
Te pongo en un aprieto; tras reunir toda tu obra poética, si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de Los nombres que te he dado, ¿cuáles serían?
Uf, es una pregunta difícil de responder para mí. Pero quizás “Canción de la hoja de una caña”, “Niebla en el jardín de otro” y la “Canción final” del libro Primavera, año cero. Pero ten por seguro que dentro de unos días te diría otros.
No importa los nombres que le demos a la poesía.
¿Qué nombres le has dado a la poesía a lo largo de estas cuatro décadas? ¿Cómo la llamas ahora?
No importa los nombres que le demos a la poesía. O cómo la definamos o la clasifiquemos. Eso da igual ¿no? Lo realmente difícil de nombrar es eso que la poesía trata de trasmitir, trata de convocar con unos versos. Yo tengo la sensación de que en todo lo que escribo siempre hay algo que roza el poema y se escapa, algo esencial que rehúye cualquier nombre y que, sin embargo, necesito nombrar. Y es ese nombre el que trato de buscar una y otra vez.
Desde mi primer libro me han obsesionado los mismos asuntos.
¿Desde dónde escribe José Mateos? Visto con retrospectiva, ¿qué temas te mueven, a qué cuestiones tratas de dar luz en tus poemas?
Creo que desde mi primer libro me han obsesionado los mismos asuntos: la belleza y el misterio del mundo, lo inevitable e inexplicable de la muerte, la presencia del mal y del sufrimiento y el asombro de existir y de tener conciencia de que existo. De esos asuntos se ocupan mis poemas desde una perspectiva «poética»: tanteando y cantando; y mis libros de reflexión desde una perspectiva «filosófica»: tanteando y razonando.
Lo esencial en poesía es encontrar esa música que le saque a las palabras su máximo sabor y su máximo sentido.
El poema, ¿breve o largo?
Da igual. Lo esencial en poesía es encontrar esa música que le saque a las palabras su máximo sabor y su máximo sentido. Y que esa música y esas palabras nos emocionen en lo más hondo. Vale lo mismo si eso se consigue en tres versos o en ochocientos.
Hay preguntas que, si están bien formuladas, pueden ser más reveladoras que cualquier respuesta.
Afirma el poeta valenciano Vicente Gallego de tu poesía que «está llena de preguntas que no quieren verse respondidas». ¿Cuáles son esas preguntas? ¿Es la poesía en sí un interrogante?
En realidad, y en referencia a las grandes preguntas que asaltan al ser humano desde el principio de los tiempos, creo que la mayoría de las respuestas que nos damos sólo sirven para engendrar más preguntas y, sin embargo, me parece que hay preguntas que, si están bien formuladas, pueden ser más reveladoras que cualquier respuesta, reveladoras del gran misterio que nos rodea por todas partes. Las respuestas humanas sobre el sentido y la trascendencia arrastran casi siempre un residuo de interés, de conveniencia. Las preguntas, por el contrario, nos muestran al hombre en toda su crudeza: desnudo y tembloroso.
Publicar es la única manera de desprenderme de un libro.
Te queda, qué duda cabe, mucha poesía por escribir. ¿En qué andas, literariamente hablando, en este momento?
Tengo una novela escrita que espero publicar pronto. Para mí publicar es la única manera de desprenderme de un libro, de no hacerme esclavo de él. También me gustaría reunir en un solo volumen todos mis libros en prosa, La Razón y otra dudas, Tratado del no sé qué, Un año en la otra vida, El ojo que escucha, etc. , esos en los que intento reflexionar desde el asombro y la emoción de estar vivo.
Por lo demás, sigo escribiendo, pero no sé qué. Para mí escribir es algo natural, lo hago desde que tengo memoria. Así que yo doy libros como una encina da bellotas. Los libros van escribiéndose sin yo darme cuenta muy bien de lo que estoy haciendo.
Además de la literatura, la pintura es otra de tus pasiones. ¿En qué medida influye la una en la otra en tu caso?
Bueno, creo que los paisajes que aparecen al fondo de mis poemas suelen coincidir con los paisajes que adquieren protagonismo en mis acuarelas. Y creo que tanto en mi poesía como en mi pintura hay una misma necesidad de no gritar, de que el silencio o los espacios en blanco hablen, de trasmitir la delicadeza y la fragilidad que desprende todo aquello a lo que uno se acerca con atención y amor.
Sólo tengo palabras de agradecimiento para cada uno de los autores a los que he tenido el placer de publicar.
Canto y cuento es el nombre de un libro de poesía infantil de tu autoría, pero también el de la editorial que, tras quince años de andadura y más de 100 títulos, cerró etapa el pasado diciembre. ¿Cuál es tu balance de esta aventura?
Económicamente fue una experiencia lamentable, aunque no llegó a la tragedia. En las condiciones actuales es muy difícil que una editorial tan modesta como Libros Canto y Cuento y que se dedique fundamentalmente a la poesía sin ayuda institucional, pueda sobrevivir mucho tiempo. Pero, por otro lado, siento que he sido un privilegiado. Gracias a la amabilidad y la generosidad de los autores he podido formar una colección de poesía de la que me siento orgulloso. Además, el trabajo editorial me ha permitido echar una mano a algunos escritores jóvenes —y menos jóvenes— que han publicado ahí sus primeros libros. En fin, sólo tengo palabras de agradecimiento para cada uno de los autores a los que he tenido el placer de publicar.
He dejado de estar al tanto de la actualidad literaria.
Has comentado en entrevistas anteriores que te entristece «el empobrecimiento gradual de la literatura de estas últimas décadas, que se realiza a veces en nombre de los caprichos populares y de mercado, pero también en nombre de la ruptura y la novedad». Concretando en lo poético, ¿qué se salva en la actualidad?
He dejado de estar al tanto de la actualidad literaria. Pero cuando me asomo a una librería o a un suplemento cultural me parece que cada vez hay más propaganda ideológica premiada y jaleada por las instituciones, que hay mucho sentimentalismo mentiroso y facilón, muchas obviedades en verso y mucha incapacidad poética disfrazada de vanguardia. Aunque lo que realmente importa es que, ocultos por todo ese ruido, sigue habiendo poetas nuevos que le llenan a uno de esperanza. Basta asomarse a algunos primeros libros publicados en esas editoriales que todavía mantienen encendida la antorcha de la poesía y que casi siempre pasan desapercibidos. La crítica literaria desde hace tiempo, por desgracia, está en otra cosa.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?
De unos cuantos, pero ya que lo has nombrado, de Vicente Gallego por ejemplo.
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Tres poemas de Los nombres que te he dado
CANCIÓN DE LA HOJA DE UNA CAÑA
¿Alguna vez te has fijado
en las hojas de una caña?
Con qué suavidad se doblan
sus filos y se desmayan?
Míralas bien porque un día
no pesarás más que ellas
y, aunque estés sujeto al tronco,
tirará de ti la tierra.
Haz entonces esto mismo:
deja que el aire te venza,
despídete de este mundo
con esa delicadeza.
NIEBLA EN EL JARDÍN DE OTRO
Marcado estoy a fuego, condenado
a decirte, a decir de ti tan sólo
los signos que derramas en tu huida
(ese árbol blanco que, a primera hora,
miré en la niebla del jardín de otro
y esa ventana sobre el emparrado…).
Poder que me escogiste desde niño,
no sé por qué necesidad oscura,
no sé con qué propósito de darte
sin darte nunca a conocer, sin nunca
darte luego del todo, para siempre
volver a darte.
Luz de tiniebla, niebla
por el jardín que encarna en lo que existe
sin coincidir con nada exactamente
de lo que existe. (Y que ese árbol blanco,
esta mañana en al jardín del otro,
volvió a llamar –qué extraño- por mi nombre).
CANCIÓN FINAL
No la zarza o el muro;
el agua que resbala entre las manos.
No el junco o el guijarro
que se empeña en ser fondo;
el agua que resbala entre las manos.
Un leve despedirse
y un no quedarse en nada.
Ser sólo fuga.
No la zarza,
no el muro,
no el junco,
no el guijarro;
el agua,
la textura del agua,
el agua que resbala entre las manos.
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.