CríticasPoesía

“Soy un hombre solo. Antología Poética”, de Joan Vinyoli

Por Jorge de Arco.

En una carta fechada el 1 de octubre de 1978, Joan Vinyoli le escribía a Miquel Martí i Pol: “La poesía es una cuestión de trabajo y no de repentinas iluminaciones. Pienso que no caben dudas al respecto […] Nadie me regala ningún endecasílabo acabado que me genere otros fácilmente”.

Desde ese silencioso laboreo, el poeta catalán (1914 -1984), pergeñó una obra amplia, cohesionada y resuelta en un riguroso compromiso con la palabra. Además, su certeza de que la lírica iba convirtiéndose en la “respuesta más grave y sencilla a las grandes preguntas que suben desde nuestras más íntimas galerías”, le sirvió para vertebrar un discurso de vasta hondura, dador de una estética cómplice y comunicativa:

 

La poesía aleja de las apariencias
y acerca la realidad.
La memoria: perderse como en un más allá
que sólo es el aquí
detrás de las cortinas transparentes.

 

En este otoño que se cumplen cuatro décadas de su muerte, es oportuna la antología que Galaxia Gutenberg da a la luz bajo el título de Soy un hombre solo. La edición, al cuidado de Jordi Doce, cuenta con una jugosa introducción de Josep M. Sala-Valldaura, quien desvela en ella el contexto vital y literario del autor barcelonés: “Como en cualquier escritor apreciable, resulta difícil encasillar la obra poética de Joan Vinyoli. Sus raíces se hincan sin duda en el postsimbolismo preponderante en los años anteriores a la Guerra Civil y aún vigentes en los años cuarenta y cincuenta, pero Vinyoli no sólo es deudor del Noucentisme: incluso por carácter y, desde luego, por formación, conecta igualmente con la línea romántica que ya se manifestaba en Joan Maragall, admirador de Goethe, y que en cierta manera sigue Joan Salvat-Papasseit”.

Se recoge aquí, en versión bilingüe, una amplia muestra de diecisiete poemarios de Joan Vinyioli, además de un apartado con parte de su obra dispersa y tres apéndices. Al margen de Passeig d’aniversari, que ha contado con la traducción al castellano de Vicente Valero, el resto de las versiones son de José Ángel Cilleruelo. Se ha priorizado la última etapa de Vinyoli por considerarla “la más profunda y personal”.

En verdad, su decir se nutre de una condición fragmentaria en donde conviven el verbo y la naturaleza y de los cuales nace un espacio y un tiempo inherentes al yo creador. Este viaje memorialístico, extrapolado al mundo físico, emotivo y, en cierta manera, experimental, remite, a su vez, a una materialidad que regresa al origen vinculante del ser. De ese modo, lo narrado, lo acontecido, no es un territorio rígido, inamovible, sino un ordenamiento diverso, divergente, en el que lo trascendental encuentra su mismo límite en un cosmos vital:

 

Permanencia feliz de lo aparente
cuando detrás del bosque el ocaso enciende colores
o entre crespúsculos brilla una estrella
que se tragará de golpe la noche.

 (…)

Se me ha perdido el miedo a no encontrar,
y en la búsqueda sigo ahora y siempre.

 

El espíritu de Vinyoli coincide con su apertura dinámica a un universo renovador, vivificante, desde el cual desentrañar un decir que opere en la verdad de la contemplación, de todo aquello que signifique la realización de una conciencia actante, espiritualmente orgánica. Por eso, la manera en que su verso se torna sugeridor, pleno de un sentido en donde se aúna la consecución de lo absoluto y la totalidad de lo indeterminado, ayuda a dotar a su discurso de un fundamento cuasi alegórico, participativo, donde se avistan la historia y la luz que consolidan el alma ulterior del sujeto poético:

 

…Miro la línea fija
del horizonte.

(…)

   No, estoy solo, pero el embate
de las olas me anima. Todo está lejos y cerca,
y no se acaba nunca este viaje
por las palabras:
                             ya no tengo nada más.

 

A lo largo de la compilación, puede hallarse un íntimo temblor, una serena expresividad que deviene en un atractivo diálogo con el lector, quien percibirá sin duda alguna, la honesta autenticidad y convicción con la que Joan Viniyoli estimuló su exigente aventura lírica:

 

Yo no soy más que un árbol que se alejó del bosque,

reclamado por una voz de mar profunda.
Solo, cerca del mar, he consagrado mis hojas a los vientos

de más allá de la costa.

Mis raíces no saben ya ahondar en tierra y arraigarme,

y por la fronda bebo soledad.
Es la razón por la que vago siempre
bajo el silencio de las constelaciones

en estas altas noches de espléndida riqueza.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *