“Green Border”, de Agnieszka Holland
JOSÉ LUIS MUÑOZ
El único plano en color es el que inicia el film de la polaca Agnieszka Holland (Varsovia, 1948), a vista de dron, sobre ese bosque verde, la frontera que separa Bielorrusia de Polonia y a la que hace referencia el título de la película. El resto del filme es en un austero blanco y negro, un retrato de esa maldita Europa de la que formamos parte, racista en sus instituciones, xenófoba en sus directrices, culpable, en buena parte, de todos los desmanes que se producen en el mundo.
Con una serie de historias que se entrecruzan en ese enclave, la de una familia siria que quiere cruzar a Europa para reunirse con un familiar que vive en Suecia, la de los miembros de una organización humanitaria que acuden en socorro de esos emigrantes que son lanzados sin miramientos a uno y otro lado de unas alambradas y la de un guardia fronterizo que tiene rasgos de humanidad y hace la vista gorda, la directora polaca compone un fresco demoledor de cómo se maltratan en su país, y por supuesto en Bielorrusia de donde son expulsados a Europa para provocar una crisis migratoria, esos parias de la tierra que huyen de guerras sin fin y hambrunas.
Cuando la política migratoria europea se endurece por la pujanza de la extrema derecha en Italia, Hungría y la misma Polonia, películas como Green Border son todavía más necesarias y deberían formar parte del programa lectivo en escuelas e institutos para concienciar sobre ese drama humano que los dirigentes europeos deshumanizan para convertirlo en una cuestión de geopolítica.
A través de unas interpretaciones naturalistas, huyendo del efectismo (puede que la escena más dura sea cuando dos guardias fronterizos polacos arrojan por encima de la alambrada, hacia Bielorrusia, el cuerpo de una refugiada muerta), Agnieszka Holland pone el dedo en la llaga de la política xenófoba y ultraderechista de su país que le llevó a ser criticada duramente por su gobierno que la tildó de nazi y estalinista.
Como epílogo la directora de Europa, Europa recoge la entusiasta acogida por parte de Polonia de los refugiados ucranianos, rubios, blancos y cristianos, que huyen de la invasión rusa de su país, la guinda de este filme de denuncia social absolutamente necesario por su mensaje en pro de los derechos humanos y de que los migrantes, sea cual sea su color de la piel, creencias religiosa y adscripciones políticas sean tratados como seres humanos y no como simples fardos arrojados a uno y otro lado de la frontera.