‘Contrición’, de Xavier Borrell
José Vaccaro Ruiz.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la palabra “contrición” como el “arrepentimiento de una culpa cometida”. Y si vamos al catolicismo, “contrición” significa “dolor de haber ofendido a Dios por el amor que se le tiene”. Curioso que esta última definición mencione el nombre de Dios. ¿Quiere eso decir que los no creyentes no pueden sentirse culpables de haber hecho mal…?
Dejando eso aparte para centrarnos en el puro laicismo de la RAE, la primera pregunta que uno tiene después de leer la novela de Xavier Borrell es: ¿cuál es la culpa a la que hace referencia la contrición de su título? La respuesta surge inmediata: la maldad en todas sus formas, desde la codicia al crimen, la manipulación, la mentira, la traición, el dominio del débil por el fuerte.
Ahora bien, entre las gentes que practican todas esas manifestaciones de maldad, ¿cabe la contrición que titula la novela, el arrepentimiento, la restitución del mal cometido?
Borrell nos dice que no, y para demostrarlo crea una historia y unos personajes enmarcados en la Cataluña de los últimos noventa años (de la Guerra Civil y la dictadura franquista a la llamada democracia actual), donde el poder y la ambición se mueven a lo ancho y largo de su geografía, incluido ese pequeño país vecino llamado Andorra.
La novela disecciona historias, pasado y presente de unos personajes marcados por el estigma de la negrura que se consideran inmunes a las leyes, personajes que no se detienen ante nada ni nadie para conseguir sus fines. Y en la esfera institucional, un poder político al servicio de ambiciones personales donde todo es manipulación, desinformación y engaño. Un mundo en donde la prioridad y el objetivo es el dinero (todo lo demás, poder y sexo incluidos, se consigue con él).
Andorra es el ejemplo de lo anterior: fue paso de judíos de Francia a España durante el Gobierno de Vichy huyendo de los nazis, y de republicanos de España a Francia en el año 1939 escapando de Franco, muchos de ellos asesinados en el camino antes de llegar a su destino por la codicia de sus “pasantes”, que se quedaron con todas sus pertenencias no contentos con el peaje previamente pactado. De ahí, y con el beneplácito de España y Francia, Andorra alcanzó el estatus de paraíso fiscal hasta que los EE. UU. se lo quitaron para en la actualidad reciclarse como enclave turístico de lujo. Como decía Lampedusa: “Que todo cambie para que todo siga igual”.
Con la maestría que le da su oficio de escritor, Borrell hilvana la presencia de un comisario corrupto, una banca cuyo referente es la especulación, unos partidos políticos alejados del mínimo interés público que solamente persiguen el poder para utilizarlo en beneficio de sus dirigentes, con una masa a la que manipulan para obtener de ella la preciada y preciosa patente de corso que da el poder.
Los personajes de Contrición, novela negra en estado puro, son arquetipos que el autor desnuda y muestra en toda su dimensión: sus objetivos, sus mentiras…, y también su lucha por el liderato en perpetua competición con los “otros”, sus oponentes de derecha e izquierda, que persiguen el mismo objetivo, el poder.
Enfrente de esa casta hay unos diletantes cuyas únicas armas son la lógica y el deseo de sacar a la luz la verdad y la justicia, y también un pasado familiar que ignoran y que aporta a la trama una fuerza adicional.
En ese mundo, Contrición hace escala con pelos y señales en sucesos como la crisis bancaria andorrana, los guetos urbanos, el derruido y reconstruido Turó de la Peira, el nacionalismo catalán, la época convergente y sus secuelas, los partidos de ultraderecha (el FIX en la novela), la Iglesia y sus cabezas (el obispo de la Seu de Urgell es copríncipe de Andorra: el poder terrenal y el espiritual en la misma persona), llegando incluso a la mismísima presidencia del Gobierno.
El lector agradece que la trama, paso a paso y suceso a suceso, se desgrane en 60 capítulos de apenas seis páginas. Cada uno da dinamismo y agilidad a la novela e impide, literalmente, dejar su lectura.
Personalmente, debo agradecer a Xavier Borrell me haya hecho comparecer en la novela en la persona de un abogado, afortunadamente neutral en medio de toda la ralea de conseguidores, banqueros, políticos, asesinos y gentes de mal vivir que deambulan por ella.