‘De un mundo a otro mundo’, de Stefan Zweig/Romain Rolland
Ricardo Martínez.
En las cartas, en la literatura epistolar o de correspondencia, si así ha de definirse, se guardan muy visibles tanto el sentido de lealtad como el de disenso, tanto la afiliación como la crítica, elementos ambos que contribuyen a una literatura tanto didáctica como especulativa o de ‘afinidades electivas’, de cuyos frutos hemos bebido tan provechosamente nuestra cultura europea, pudiendo ser un paradigma de ello el aludido Goethe
En este caso hay una connotación que marca de manera trágica las vidas de los interlocutores; ambos murieron en pleno período de la II guerra mundial, a sabiendas de que su intercambio epistolar se había forjado en período bien trágico y anterior, entre los años de 1910 a 1918, escenario en buena medida de la primera guerra mundial. Y los dos, en efecto habían de fallecer en el transcurso de la segunda: el uno, Zweig, en el 42 (por voluntad propia y desesperada, en el exilio) y el otro, Rolland, en 1944.
Los tiempos iban sumidos en oscuras sombras de rechazo irracional, un escenario bien pobre para la cultura.
En un fragmento de una de las cartas recogidas en este documentado y revelador libro, el primero adjunta a su misiva un poema, muy sentido, de Van Eeden donde se lee: “Alegraos vosotros, en inconmensurable duelo,/ un guiño luminoso es nuestro sacramento” a lo que el otro responde: “Le confieso que, si bien tengo la fe, me falta la alegría por el momento, pues no puedo olvidarme de los que no la tienen. Me pongo en su lugar y sufro por ellos” Y lo más trágico es que la carta está fechada no en la II, sino en una malhadada fecha de la I guerra mundial; quedaba mucho dolor todavía por manifestarse, aludidos en los duros versos del poema: “No tememos al reino de hierro y sangre,/ no temblamos ante la mirada de los demonios./ Intacta está aún la morada del sabio/ que teje la dicha firme con sueño y añoranza”, más, ay!, el sueño de la paz habría de tardar.
La materia, pues, de este intercambio epistolar está trufado en buena medida de alusiones a una realidad sombría e imposible de justificar por parte de dos hombres de cultura, esto es, formados en la necesidad de construcción más que en la necesidad de destrucción del otro. De ahí la invocación de Rolland, estableciendo una especie de ‘razón común sentiente’ donde se observa que su vínculo viene dado por una misma esperanza, un mismo sueño: “Conservemos nuestra paz, querido Zweig, a pesar de la furia de los hombres. Sin renunciar a nuestra parte de sus males, integramos, a pesar de todo, junto con algunos amigos conocidos o desconocidos, una patria más vasta, eterna, universal, una patria que debemos defender como la han defendido nuestros grandes conciudadanos, muertos ya desde hace siglos, pero siempre vivos para nosotros, más vivos que los propios vivos: los sabios de Grecia, de Jonia y de Oriente, y todos los espíritus libres que, a través de los tiempos, se cogen de la mano” Al fin, un mismo sueño, una misma ansia cultura llamada libertad.
Todo lo cual justifica esa a modo de advocación, de compromiso que tiene mucho de realismo práctico sin obviar, por ello, el influjo de una manifiesta idea de trascendencia: “… en tiempos de tal barbarie está bien conservar, como nosotros hacemos, el culto de la humanidad, y que tanto usted como yo pertenezcamos a la estirpe de los fieles, ¿no le parece? Hoy en día su número no es aún tan extenso, pero, como dijera Emerson, basta con que sólo uno esté con Dios para formar una mayoría” La mayoría consciente que ha de seguir optando por el conocimiento, por el bien de la palabra contra el trágico enfrentamiento entre los hombres.
No solo eso, sino la alusión al otro, a otro, como defensa de su actitud, como signo de respeto y consideración. En tal sentido creo que debemos entender las palabras que Zweig dirige a Rolland: “Lo que siempre alabé de B.v.Suttner es que siempre fue consciente de la ineficacia de su esfuerzo, pero siguió adelante para no dejar morir el ideal”
Hoy día, en los desalentadores enfrentamientos que protagonizan la realidad, ¿no hay acaso motivo para mantener vivo el ideal racional de la comprensión, de la eficacia de la cultura como soporte ante un posible disenso en contra de la innecesaria y devastadora venganza?
Ricardo Martínez