“Jailhouse rock”, de Jorge Barco
En el patio de la cárcel hay un árbol, en la calle asfalto que quema.
Por Pablo Malmierca.
El universo poético de Jorge Barco está compuesto por una serie de libros de poemas que abarcan desde la ironía hasta el uso del lenguaje publicitario, estas claves evolucionan de manera clara en el que supone su último libro Jailhouse Rock publicado por Isla Elefante. Desde aquel Algún día llegaremos a la luna hasta el Premio Emilio Alarcos, 2017, Ritmo latino, Jorge siempre se había mostrado como un hábil manipulador del lenguaje y del lector, con finales sorprendentes o contenidos que epataban al lector de manera ostensible, libros que, además, le han servido para aparecer en múltiples antologías y estudios críticos.
Jailhouse Rock supone un quiebro de cintura, muy al estilo de Elvis, donde aparece una voz más reflexiva y ética que en libros de poemas anteriores. Con una envoltura de poesía de la experiencia, que ya se nos vaticina desde la contraportada donde se nos dice que “ha puesto su experiencia y observación al servicio de la poesía”. Sin embargo, una lectura profunda del texto nos ofrece una lectura profundamente ética y de compromiso con la verdadera función de todo sistema penitenciario: la reinserción. Este proceso es evidente desde la primera cita que se recoge en el texto y que tiene como fuente la Constitución Española: “Las penas privativas de libertad y la medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”.
Ya en el primer poema “Encarcelados” asistimos a la apertura del tema principal, este poema responde a la pregunta ¿Qué es el mundo de la cárcel? A través de una pequeña anécdota surge una voz introspectiva que busca empatizar y romper las rejas con la propia empatía. Este proceso constructivo del poema que parte de lo anecdótico hacia lo introspectivo será la seña de identidad de la voz dominante en el libro, aunque como veremos más adelante es un texto donde conviven distintas voces poéticas o yoes líricos.
El libro formalmente está dividido en tres partes con un prólogo y un epílogo que simbolizan los distintos pasos que da el preso desde que entra en la cárcel hasta que logra su libertad: primer grado, segundo grado y tercer grado.
Junto a ese proceso introspectivo desde la anécdota hacia la introspección convive otro proceso imprescindible para comprender este complejo libro: la comparación entre el microuniverso que supone la cárcel con el macrouniverso del mundo del exterior, que en ocasiones lleva a cuestionarse quiénes son más libres si los reos o los libres. Así el primer poema “Historia oculta del confinamiento” nos pone en nuestro justo lugar: durante el confinamiento del COVID todos hemos estado presos en nuestras casas. Este poema marca también esa introspección propia de este libro, la realidad como cárcel, prisión vs. realidad.
Continúa el poema con el recurso clásico del viajero que nos quiere mostrar el inframundo, la voz poética se muestra como guía hacia el mundo oculto de la cárcel. Este poema es fundamental para entender la empatía hacia los presos de la voz poética, da voz a los que no están , a los que no existen, presta su voz. Interpela directamente al posible lector y lo incluye en esa empatía a la que aspira: “Nunca has pensado en ellos, / hasta ahora.”. Esta empatía es recíproca también por parte de los reclusos hacia los que están fuera, “Don, espero que su familia esté bien”.
Esta voz reflexiva, apelativa, en ocasiones aspira al aforismo, a la paradoja y muta en voz de fondo, en voz casi religiosa: “Líbrame, Señor, de la culpa, / pero no de los pecados.”.
Un poema fundamental en esta parte es “Marcos Ana y yo en el mismo punto”. En este texto, de nuevo desde lo anecdótico, se nos presenta una confluencia del pasado y del presente en el interior de los muros de la cárcel; un espacio en el que el tiempo se detiene “los presos tienen todo el tiempo del mundo”, lugar atemporal, donde lo real y lo metafórico se unen porque Marcos Ana aparece presentificado en el lugar donde se fotografió en el pasado: “justo hoy que te has muerto.”. En este poema la habilidad del autor para unir presente y pasado convierte el poema en atemporal, de nuevo la trascendencia del poema frente a lo aparentemente anecdótico.
El libro pese a su aparente brevedad, incluye también una pequeña tipología de presos. Pongamos por ejemplo el poema dedicado al exhibicionista, en este texto la anécdota que planea es la de un preso que da de comer a los pájaros, aparente loco, cuyos actos tienen un fin transcendente: los pájaros, adecuada metáfora de la libertad. El preso alimenta su libertad reflejada en los pájaros.
Otro aspecto que se une a la idea de libertad y del tiempo detenido es la de la irrealidad, de como en la cárcel todo lo real cambia y un objeto aparentemente intrascendente como una bolsa de plástico se convierte en un objeto totalmente necesario e imprescindible, “una bolsa normal de los supermercados […] / que él la quiere para usar y usar y usar / hasta que se le rompa / o hasta que salga en libertad…”, de nuevo un elemento cotidiano, una bolsa de basura, relacionado con la máxima aspiración de cualquier reo: la libertad.
Pero si algo caracteriza este libro es porque conviven dos voces, dos sujetos líricos, el reflexivo que a su vez se desdobla en uno ético y en otro más estoico, que ve la vida como un lento fracasar sin solución, que contrasta fuertemente con esa voz que siempre había prevalecido en Jorge Barco, la irónica y posmoderna. Ejemplo de esta voz es el poema “El estado mental”, aquí en tono casi barroco el verso “Un lento fracasar, eso es la vida…”. Para terminar con el demoledor verso donde nos dice que “todos acabaremos cayendo”. En el poema “Cadáveres en común”, este fracaso tan barroco se hace patente en los últimos versos “Hablas con un forense / sobre vuestros conocidos. // Y todos están muertos.”; que nos trae a la mente esos versos de Jorge Manrique sobre el tópico de la muerte igualadora: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir.”.
La dicotomía general planteada en el libro, cárcel vs. realidad, queda explicitada en el poema “Díptico permanentemente revisable”, aquí la voz lírica hace avanzar al preso de sujeto altamente peligroso para la sociedad: “Monstruo o el Asesino o el Psicópata”, que por si fuera poco el apelativo se intensifica con el uso de las mayúsculas, este reo al que el mundo exterior desea lo peor y que nunca sea peligroso, se convierte en la segunda parte del poema, gracias a la intervención de la empatía de la voz lírica en una persona totalmente normal al que se califica de “gracioso” e incluso se le compara con un niño pues cuando “se olvidan de traer el yogurt del Monstruo. / Un funcionario le consigue un yogurt”. En clara sintonía con los versos de David González que abren la segunda parte del libro y que aquí se avanza: “lávate bien / las manos // no alcanzaban / a comprender / que los niños / las tenemos siempre / limpias”.
La verdadera fuerza, como defiende esta reseña, del libro es esa petición, que es casi grito, que la voz poética nos plantea: mirar más allá del delito del preso, que intentemos hacer y creer en la cárcel como reeducadora y no como sistema meramente punitivo, incluso poniendo al lector en la piel del propio preso: “Incluso yo podría ser un asesino. / Incluso tú podrías ser el asesino”. Estamos ante un texto que nos interpela como sujetos carentes de empatía con los presos: “Al asesino no se justifica. / Al asesino no se le compadece.”. En la prisión los presos se vacían de significados: “Ni tú ni nadie lo trata como un asesino.”. Así nos plantea un desplazamiento semántico que pasa a ser moral, los calificativos exteriores se vacían y quedan las personas: “No se menciona ni su pasado ni su presente / más allá de estos muros.”.
Esta búsqueda de empatía propia y ajena se amplía hacia las víctimas como no podría ser otra manera, como en el poema “Signos incompatibles con la vida” donde se trata de forma crítica el problema de la violencia de género: “Ahora te has convertido en otro número. / 47 en lo que va de año.”. Crítica hacia el sistema que trata a asesinos y víctimas con el mismo rasero de cosificación.
Una de las características propias de la poética de Jorge Barco que sí está presente en este libro de poemas es la utilización de materiales variados en la construcción del poema, en esta línea destaca “El objeto no permitido”, donde se intercalan un artículo de opinión de Javier Marías y una serie de noticias del “El País” y “Europa Press”, aquí la crítica se hace patente al denunciar el desconocimiento del mundo de la cárcel por parte de Javier Marías que no entiende como un libro puede ocultar una bomba y ser un objeto peligroso.
Termina esta primera parte con la dicotomía con la que se abría: “…hay presos en sus casas creyéndose más libres.”. Porque, al fin y al cabo: “lo mío / solo es cuestión de tiempo.”, refiriéndose a que la pena carcelaria tiene un final, no como la prisión vital en la que muchos viven.
Otro aspecto fundamental del libro, junto a los ya citados, es el miedo de los presos a la libertad, el miedo al mundo exterior, que tan bien aparece en el poema “Módulo 7. Patio. Plan de fuga”, esta idea entronca perfectamente con la falta de libertad de los que vivimos fuera de la cárcel, tan presente en el libro. Tras ahondar en lo anecdótico de los presos que trazan un plan de fuga, la voz poética pasa a la verdadera intención del poema pues los reos “a veces parecía que querían / que todo se supiera”. ¿Miedo a la libertad? O ¿Miedo a la falta de libertad en el mundo externo a la cárcel? ¿Somos nosotros los presos o lo son ellos? Preguntas fundamentales a la hora de interpretar un libro como este. Estas parecen no tener respuesta y cuando el sujeto lírico las encuentra se entrelazan con el fracaso, siendo este el punto de intersección de las dos voces que recorren el libro: todo lo vivido en la cárcel, la ironía, el humor, la diferencia entre realidades, tienen como conclusión el fracaso a ambos lados del muro: “El fin de algo no significa / obligatoriamente / el comienzo de nada.”. Así en el poema “Refugio interior” ambos mundos se igualan, no solo en el fracaso: “Fuera queda la vida.”, “Dentro queda la vida.”.
Otra de las características propias de la poesía de nuestro autor es el humor, en ocasiones políticamente incorrecto, pero que representa muy bien la circunstancia que nos quiere contar, así el caso de el poema, que en referencia a la obra medieval de Diego de San Pedro del misto título “Cárcel de amor”, en este poema el humor y la ironía reflejan perfectamente la brusquedad del amor dentro de los muros y los problemas propios de las funcionarias de prisiones. Esta ironía que en muchas ocasiones supone un juego con el lector y sus expectativas, algo muy evidente en su libros anteriores y que aquí utiliza en “Perros callejeros” donde lo poético “quieren volver a ver el cielo en las alturas, / como sueñan los presos” se mezcla con lo vulgar pues su sueño “…es ir a un Club.”.
La idea de fracaso que planea a lo largo de todo el libro se apodera incluso de la voz poética, pues “puede que opte por callar, / que casi siempre es la mejor opción / ante la vida.”. El silencio como solución, la poesía como silencio. Y así termina el libro “y sentir que ya has muerto / y no saber si estás / en el cielo o en el / infierno.”. Cárcel-realidad, vida-fracaso, voz-silencio. Dos voces poéticas que se interpelan y que casan perfectamente en este libro disfrazado de poética de la experiencia que se convierte en un libro introspectivo de alto valor ético, en el que el fracaso sobrevuela sobre la vida de todos, los de dentro y los de fuera, pues sin empatía y sin reconocimiento no nos queda más que esa idea permanente de fracaso.
Aldealengua, 11 de octubre de 2024.
Jailhouse rock
Jorge Barco
Isla Elefante, 2024