Borges y yo. De Hanna Schygulla con Andrea Bonelli (y 2)
Horacio Otheguy Riveira.
Cuánto hubo y cuánto habrá en torno a Jorge Luis Borges, el poeta y narrador de obras magistrales que, tras ocho operaciones, quedó ciego a los 55 años: «Un hecho no deseado que tendré que usar como un instrumento más de mi vida». Y siguió escribiendo al dictado, dando conferencias, ilustrándonos con esa combinación fascinante de mundo fantástico e ironía a ras de tierra.
Fallecido a los 86 años el mismo año de 1986 en que se casó con su inseparable María Kodama, ésta se convirtió en su representante absoluta. Cuando la actriz-cantante Andrea Bonelli —varios años retirada después de largo éxito— le pidió los derechos para este espectáculo, lo primero que dijo fue: «Imposible».
Como insistió, acabó citándola en una cafetería de tradicional barrio porteño. Andrea llegó más temprano, nerviosa ante la mala fama de la señora de Borges, y como esta tardaba en llegar, la llamó por teléfono.
Kodama: ¡Le dejé un mensaje de que no iba a poder ir!
Bonelli: Lo siento mucho, pero hace tiempo que no escucho los mensajes.
Kodama: Bueno. Voy para allá. Lo que tarde en llegar.
Llegó. Un saludo seco, sin ningún rasgo de cortesía. Era evidente que estaba a disgusto.
«Se sentó frente a mí. Improvisé unas palabras de bienvenida. No me miraba ni respondía. De pronto, me sentí tan violenta que no se me ocurrió otra cosa que sacar del bolso un ejemplar del último libro de Borges, creado un año antes de morir: Los Conjurados. Lo puse en la mesa, entre las dos. Y le dije de memoria uno de los poemas del libro: La Suma…
Entonces sí me miró, y sonrió».
LA SUMA
Tango que he visto bailar
Contra un ocaso amarillo
Por quienes eran capaces
De otro baile, el del cuchillo.
Tango de aquel Maldonado
Con menos agua que barro,
Tango silbado al pasar
Desde el pescante del carro.
Despreocupado y zafado,
Siempre mirabas de frente.
Tango que fuiste la dicha
De ser hombre y ser valiente.
Tango que fuiste feliz,
Como yo también lo he sido,
Según me cuenta el recuerdo;
El recuerdo fue el olvido.
Desde ese ayer, ¡cuántas cosas
A los dos nos han pasado!
Las partidas y el pesar
De amar y no ser amado.
Yo habré muerto y seguirás
Orillando nuestra vida.
Buenos aires no te olvida,
Tango que fuiste y serás.
Mujeres de teatro entre las páginas de un genio
Hanna Schygulla y Andrea Bonelli se conocieron hace varios años. Durante un encuentro en París en febrero de 2022, Hanna le propuso a Andrea revivir su espectáculo Der Tango, Borges und ich. Dada la afinidad artística existente entre ellas lo propuso como “el regalo de una actriz a otra actriz”.
Seis meses después comenzaron a trabajar intensamente en esta nueva versión, que consta de una selección de siete cuentos breves de Jorge Luis Borges (Utopía de un hombre que esta cansado, El enemigo, Los espejos velados, El cautivo, El fin, Ulrica y Borges y yo), más una selección de tangos populares argentinos (Alguien le dice al tango- de Piazzolla y Borges-, Uno, Volver, La última curda, El día que me quieras, El choclo), y tres temas de música original compuesta por Peter Ludwig (Tango Nuevo, Lisboa, Tango E).
Misterios que quizás nunca lleguen a develarse
Borges y yo es el título de uno de los cuentos y tiene una doble significación: en esta propuesta, Hanna -gran admiradora del escritor- asume con toda su experiencia y talento la dirección del espectáculo, donde la actriz argentina Andrea Bonelli se deja llevar por los paisajes interiores de donde emergen voces borgianas como raros diamantes.
Un mundo de laberintos en que los seres transitan por misterios que quizás nunca lleguen a develarse.
Presentado en pocas funciones en el Teatro de La Abadía, Sala San Juan de la Cruz, ha despertado emociones inéditas en todos aquellos que, en Madrid, desconocíamos a la gran actriz-cantante Andrea Bonelli: revolución tanguera bajo la puesta en escena de una mujer como Schygulla, de rigurosa formación alemana.
Unión de talentos con músicos excepcionales para amalgamar el ruido de cuchillos malevos, la surrealista pesadilla de alguna venganza, el tierno amor repentino entre un hombre y una mujer, igualmente misteriosos, la nostalgia de pasiones perdidas para siempre… y tangos clásicos interpretados con también fantásticos momentos instrumentales.
«La suerte, que de curiosos dones no es avara», permitió esta vez una emoción inédita en la que se reunieron con arte superior el teatro, la música y la literatura.