Escribir para niños
Llevo un par de meses escribiendo libros infantiles. Es resultado lo veréis, espero, en 2025, pero eso depende de los editores y no de mí. La propuesta llegó como un soplo de aire fresco. Al fin y al cabo, no se escribe igual para niños que para adultos, ¿verdad?
El proyecto en concreto incluye el lanzamiento múltiple de varias obras cortas. La continuación, si el público lo recibe con los brazos abiertos, seguirá el mismo patrón. Esto implica trabajar a destajo. Perfecto.
Así que me puse dedos a la obra. El proceso inicial no variaba mucho de escribir para adultos, la verdad. Abrir un documento Word, ajustar la sangría, el tipo de letra… Incluso añadir una cita que los chiquillos entiendan (y los lleve a leer otras obras) y una breve dedicatoria. Incluso me sorprendí numerando los capítulos igual que en las novelas para adultos. Sin fragmentar la obra en partes (por motivos de extensión), pero, hasta ahí, idéntico. Calcado.
Claro que para escribir es fundamental una idea (y algunos elementos más; os recomiendo navegar por los posts en LinkedIn o Instagram de Editorial 2IX donde profundizo en estos aspectos) que martillear hasta darle una forma que nos agrade. ¿De qué podía hablarles a unos niños? Es más, ¿en qué piensan en su día a día? ¿Cuáles son sus intereses genuinos? ¿Cómo no caer en los tópicos?
En los años pasados trabajé en un par de obras de carácter juvenil. Una tendía hacia el extremo infantil y nunca fue publicada (aunque con lo aprendido ahora debería darle un meneíto). La otra verá la luz en 2025 y es disfrutona también por el público adulto o «joven adulto», que categoriza tanta literatura fantástica y de ciencia ficción espacial. En ambas combiné lo real, lo palpable, con el sentido de lo extraordinario.
He ahí la primera clave que identifiqué: a diferencia de los adultos, los niños tienden a creerse lo que les cuentes, por una razón tan sencilla como que quieren hacerlo. Vete tú y dile a un lector de cierta edad que el monstruo de debajo de la cama es real, sin entablar una conexión emocional entre la causalidad de la criatura y la psicología del protagonista, o sin escribir un amplio trasfondo que justifique la existencia de dicho monstruo en nuestra esfera de la realidad. Al niño, en cambio, no hace falta que le des explicaciones. El mundo es un lugar mucho más emocionante con dragones que con facturas. Al menos, si no las emites tú.
Siempre llevo un inventario de ideas. Tardo en sentarme a anotarlas porque, si son malas, mejor que se pudran, pero al cabo lo hago. Y resulta que al revisar sobre qué podía escribir a un público tan exigente, descubrí que varias posibles tramas para extensos libros adultos podían reducirse para contárselas a los niños… ¡Sin detrimento de la historia!
Menor número de puntos de vista, de personajes, un estilo más humorístico, borrado de lo grotesco, héroes más jóvenes… Cambios, haberlos, haylos.
Así que agarré un puñado de temas del inventario y seguí dándole a la techa. Os sorprenderá saber que gran parte de las técnicas narrativas para mantener a los lectores jóvenes enganchados a las páginas son las mismas que se utilizan en las novelas comerciales adultas, especialmente las de suspense. Capítulos cortos que acaben en un cliffhanger, por ejemplo. Los libros infantiles tendrán capítulos aún más cortos y la resolución de la escena cortada vendrá al inicio del próximo capítulo en vez de esperar dos o tres, ya que la trama será una, generalmente con pocas o nulas subtramas.
Lo mismo ocurre con el lenguaje. Hemos tendido a simplificarlo en exceso. Al cambiar el público objetivo es difícil recortar más (salvo para edades muy tempranas). Como suele decirse, si no entienden tal o cual sustantivo o adjetivo, que lo busquen en el diccionario (o en Internet). Leer enriquece.
Incluso es probable que aquí se utilicen más figuras literarias. Un lector joven puede encontrar divertida una metáfora, mientras que el adulto que pasa páginas «para saber qué pasa» puede pasárselas por alto. No es información bruta, solo belleza.
Es una suerte que no ocurra lo mismo con todos los géneros. Nótese que la comparativa se ha centrado en un tipo de libros muy concretos de los que soy consumidor: los best sellers de turno y los que aspiran a ello. No es tampoco una crítica, sino una impresión.
Así que, qué fácil eso de escribir para niños, ¿verdad? No resultará que de ingenuos no tienen un pelo y que, matizada la atención, buscan lo mismo en un libro que los mayores de la casa.