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¿Qué tal? La vida te va a cambiar con The book of Mormon

Mariano Velasco

Va uno al teatro una noche a relajarse y a divertirse con la comedia musical The book of Mormon y sale llenito de preguntas: ¿me van a revelar la verdad absoluta estos muchachos tan educados si llaman a mi puerta cantando qué tal, su vida va a cambiar, o solo van a tratar de liarme aún más con mis dudas existenciales? ¿Quién está en posesión de la verdad, esta religión o la mía, si la tuviera? ¿Es este alocado e irreverente musical una parodia del mormonismo o… de todas y cada una de las religiones? ¿Tienen semejante nivel de credibilidad el Ángel Moroni, el Arca de Noé y el Halcón Milenario?

Bueno, y ya puestos una pregunta más: ¿por qué cojones todos los misioneros de la religión mormona, también conocida como la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que ya les vale con el nombrecito, se llaman Elder?

 

Actores cantantes de primera

 

Empecemos por el final. El significado de Elder es “persona mayor” y ya se sabe lo que dice el dicho: que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Por tanto, ha de entenderse que todos los misioneros mormones son Elder porque son sabios. Diablos se supone que no, porque tienen todos carita de buenas personas.

La de The book of Mormon es la historia de dos de estos “sabios”, Elder Price y Elder Cunningham (qué sobresalientes interpretaciones, cada una en su estilo, las de Jan Buxaderas y Alejandro Mesa), que son destinados nada menos que a Uganda a convencer a aquellas pobres gentes (más preocupadas por el sida, las ablaciones, las violaciones, los dictadores y las chinches en los huevos que por los dioses, sean estos de la procedencia que sean) de la existencia de la vida eterna, de la salvación y de todas y cada una de las apariciones y revelaciones con las que un día se vino arriba a principios del siglo XIX un tal Joseph Smith, fundador de esta tardía religión que cuenta ya con millones de miembros en todo el mundo. Y quien, una de dos, o tenía un cacao imponente en la cabeza o era un charlatán y un cuentista de tomo y lomo.

¿Se acuerdan de aquella ingeniosa locura de La llamada que se inventaron los javis, donde había un momento en que uno ya no sabía si te estaban vendiendo las bondades de los campamentos religiosos de verano, si te estaban hablando muy requete-en-serio de la existencia de un nuevo Mesías en forma de estrella del pop o si, sencillamente, se estaban riendo de la Iglesia, de las monjas, de las adolescentes descarriadas y, ya de paso, del despistadísimo espectador delante de sus santas narices? Pues algo parecido ocurre aquí, que llega un momento en que uno ya no sabe.

Lo que sí que queda bien claro es que The book of Mormon, que inicia ahora en el Teatro Calderón de Madrid su segunda temporada tras el rotundo éxito de la primera, es ante todo un sobresaliente musical que aúna un magnífico reparto, un guion la mar de inteligente, unas canciones excelentes, un humor irreverente, corrosivo y muy ingenioso, obra nada menos que de los creadores de South Park, y todo ello bajo la brillante dirección de David Serrano. Y que a lo mejor es que solo trata de divertir al espectador y todo lo demás se la suda.

Tal vez haya, dentro de semejante irreverencia, alguna que otra broma que no sea del gusto de todos, que ya se sabe que en esto del humor siempre hay controversia y cada cual establece sus límites. Pero si de lo que se trataba era de dejar clara la diferencia entre las preocupaciones, las creencias y la forma de vida de un mundo y del otro, la cosa queda ya bastante clara desde el principio con el numerito del (a ver si atino con la expresión) “Hasa diba Eebowai”, tema de pegadizo ritmo africano del que según explican los ugandeses “eebowai” significa Dios, y “hasa diba” algo así como “jódete”. Así que hagan sus cálculos y traduzcan.

Elder Cunningham, el antihéroe de esta historia, el patoso por excelencia, el “Elder” menos “elder”, el compañero insoportable, el que mete la pata cada vez que habla – y con cuánta gracia lo hace -, será quien acabe revelándose como el tipo más ingenioso de la clase porque cuenta con un arma poderosísima: la imaginación.

Y es aquí, volviendo a lo de las preguntas del principio y dentro de toda esta locura milimétricamente calculada que es The book of Mormon, cuando, una vez resuelto lo de los significados de los “Elder” y el “eebowai”, a mí me sigue quedando una última duda que me corroe. Y es si a pesar de impactarnos con aventuras y desventuras que no se las creería ni el más ingenuo de los niños, las historias que nos cuentan las religiones tienen alguna utilidad y contribuyen a hacernos más fácil la fatigosa existencia. Pues en un momento dado va a resultar que uno diría que sí, que por qué no, que al final es ese derroche de imaginación que en el fondo vienen a ser las religiones – léase mormonismo, catolicismo, budismo, islamismo o cualesquiera que terminen o no en ismo –  lo que nos ayuda a tirar p’adelante y salvar los jodidos  obstáculos que el devenir nos va poniendo, a unos más altos que a otros.

Siempre que no nos acabemos matando por ello, que esa es otra.

 Adaptación y dirección: David Serrano

Teatro Calderón de Madrid

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