«Té negro», de Abderrahmane Sissako
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Ni el pretendido exotismo de la propuesta del director mauritano Abderrahmane Sissako (Kifa, 1961), ni su excelente fotografía, ni su inicio con esa joven y rebelde Aya (Nina Melo) que dice no a una boda concertada en Costa de Marfil para trasladarse a China e iniciar a Cai (Chang Han) en el ritual del té negro, consiguen fascinar al espectador a pesar de que esa es la principal meta del realizador. Que el director de la excelente Timbuktu no consiga otra cosa que bombardearnos con bonitas imágenes y lentos rituales sin hilo que las relacione y que esto termine por desencantar a un espectador que espera más sustancia de esa relación interracial entre una joven y guapa chica negra y un atractivo oriental, es culpa de un guion inexistente que hace que la película se tambalee a los cinco minutos y navegue por el mar de la nadería más absoluta. Más allá de la fotografía de Aymerick Pilarski no hay nada en esta coproducción entre Francia, Mauritania, Luxemburgo, Taiwan y Costa de Marfil que, en un momento determinado, cuando el chino Cai se desplaza a Cabo Verde en busca de una hija perdida, se anima algo con la voz de Cesária Évora.
Hay, en el moroso largometraje, algún apunte acerca del racismo chino cuando la familia de Cai le sorprende con una visita intempestiva que podría entroncarse en la cada vez mayor presencia del gigante asiático en el continente africano y su colonización económica, pero la crítica no va más allá de la superficie. Cuando termina la película se tiene la sensación de la vacuidad más absoluta sencillamente porque hay muy poca historia que contar y esta podría haberse resumido en quince minutos no en ciento once.