El suspense atrapa entre “Cinco malas acciones”, de Caz Frear

Horacio Otheguy Riveira.

 

Ellen es profesora, madre, esposa y una buena ciudadana todoterreno que atiende toda clase de compromisos sin parar. En medio del caos de su día a día, le llega una nota amenazante que dice: “Las personas tienen que aprender que hay consecuencias, Ellen. Yo voy a enseñarte esa lección. Justo delante de tus narices”.

¿Por qué le habrán enviado esa nota? Ellen no tiene la menor idea. Aunque no es un angelito (una mentirijilla por aquí, una lengua afilada por allá), nunca ha hecho daño a nadie de manera intencionada. Pero hay alguien para quien la intención no cuenta, alguien que la culpa de todo lo malo que ha experimentado. Y puede que tenga motivos para ello. Porque pocos de nosotros pasamos por la vida sin dejar una marca negra en otra persona. ¿Podrían esas cinco malas acciones que atormentan a Ellen ser la explicación de que las cosas se hayan torcido tanto?

Mientras se da prisa en descubrir quién se ha propuesto destruir su reputación y su futuro, continúa recibiendo mensajes, cada vez más amenazantes, y cada uno de ellos acercándose más a todo lo que ama.

 

Traductor: Mª Cristina Martín Sanz. Editorial AdN. 496 páginas; 21.95 €

Un clásico domestic noir en el que confluye la investigación policiaca con la ansiedad y el estrés “doméstico” de una mujer que se deja llevar por impulsos que la ponen en serios aprietos. La clave es que todo sucede en el ámbito de una comunidad de alta burguesía, de modo que el carácter privilegiado de la vida de los personajes principales distribuye las tensiones de su narrativa.

La autora prueba una estructura diferente a sus anteriores novelas policiacas. Alterna los tiempos vitales de su protagonista entre el presente y el pasado. Un modo singular de aumentar el suspense y la tensión narrativa, a pesar de arriesgarse a cansar o confundir al lector. Aprovecha al máximo la complejidad de Ellen: madre responsable, esposa fiel y, a su vez, con una gran capacidad de provocar conflictos.

El misterio central de la novela (la identidad del autor de las amenazas y la verdadera naturaleza de las «cinco malas acciones» de Ellen) se desarrolla con muy medido juego de intereses y sorpresas. Cada capítulo aporta nuevas pistas, logrando mantenernos en tensión hasta la última página.

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EMPEZAR A LEER

Tres meses después

 

La Meadowhouse ha salido a la venta esta semana. Ya lleva doce visitas, según me han dicho. Aunque a estas alturas es probable que lleve más, porque no llamo a casa desde el martes. Es que no me queda crédito para el teléfono. Ni desodorante. Menos mal que mañana es día de cafetería. Si administro sensatamente mis gastos saltándome todas las cosas esenciales de mi antigua vida, que aquí consideramos un lujo, podré comprar unos pocos minutos más de cotorreo insoportable con las personas que todavía me hablan.

Principalmente mis gemelos, Max y Kian, que tienen cuatro años. Cuatro años. Tenían tres cuando les di el último abrazo; durante dos semanas eché de menos su cumpleaños. Cuando llegó el día temido, les canturreé Cumpleaños feliz por teléfono aspirando el rancio olor a pelo grasiento que desprendía el auricular y haciendo caso omiso del Código Rojo que acababa de encenderse justo detrás. Código Rojo: una pelea con sangre. También conocida como nuestro entretenimiento matinal.

Tomamos la decisión desde el principio, y me refiero a Adam y casi con toda certeza a sus padres, de no someter a los niños a las visitas a la cárcel. Llegamos a la conclusión de que era demasiado traumático. Demasiado extraño. Demasiado contrario a los planes que habíamos hecho para su 9corta vida, tan organizada. Yo acepté, o accedí, a prometer que volveríamos a hablar de ello cuando estuviera «debidamente instalada».

Adam prefiere hablar como si fuera mi primera estancia en Roedean, pero yo ya llevo varios meses «instalada» y él sigue negándose a darlo por bueno. Las mujeres que hay aquí dicen que me está castigando «porque eso es lo que hacen los hombres, Ellen». Pero yo intento creer que Adam no es uno de esos hombres, que jamás podría ser tan cruel. Y sé que soy una de la afortunadas.

Aquí hay muchas mujeres que no tienen a nadie que mantenga vivo el fuego del hogar. Carecen de familiares o amigos que cuiden de sus hijos, paguen el alquiler, guarden sus posesiones y, en el caso de mi compañera de celda, den de comer a su periquito. Al perder la libertad, lo pierden todo. Aunque no todas merecen compasión. Tres celdas más allá hay una mujer —la llaman Joy, seguramente sea Joyce; me da demasiado miedo preguntar para que me lo aclare— que le dice a todo el mundo que quiera escucharla que perdió a sus hijos por un secador de pelo Dyson.

No es la historia completa, por supuesto; en este agujero nunca se cuenta la historia completa. Siempre se le olvida mencionar los veinte «secadores de pelo» anteriores y las cuatro sentencias de cárcel que le han impuesto o el hecho de que amenazó con apuñalar en el cuello al guardia de seguridad cuando quiso registrarle el bolso. Así y todo, es un buena historia melodramática, y en la prisión de Holbeach los melodramas son muy útiles.

Claro que yo no tengo ninguna historia que contar. Nuestra historia es puro resentimiento. Pero supongo que debe de resultar duro. Quince meses por un secador de pelo. O sea, los ladrones no gustan a nadie. Pero por lo menos nadie acabó muerto.

 

 

Caz Frear, licenciada en Historia y Ciencias Políticas, se crio en Coventry y pasó sus años de adolescencia soñando con irse a vivir a Londres y escribir una novela. Tras cumplir el primero de sus sueños, el segundo, el de escribir, no se hizo realidad hasta que regresó de nuevo a Coventry trece años más tarde. Su primera novela, “Dulces mentiras”, protagonizada por la detective de Homicidios Cat Kinsella, ganó el concurso Richard & Judy Search for a Bestseller y ha vendido más de 250.000 ejemplares hasta la fecha. A este thriller le siguió “Corazón despiadado”, también protagonizada por la detective Kinsella, y ahora “Prohibido llorar”, la continuación de la saga. También disponible de Caz Frear en AdN: “Dulces mentiras” y “Corazón despiadado”.

 

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