“Lo que funda el silencio”, de Luis Ramos de la Torre

EL SILENCIO ES CANTO EN LA LUZ

Por Pablo A. García Malmierca

“La silla vacía” evoca una habitación en soledad, los tonos blancos, grises, negros y ocres nos llevan a un silencio amable, sin estridencias, suave, como son las transiciones entre las formas, pero si algo destaca de este cuadro del pintor Pablo Carnero, tan presente en el libro que nos ocupa “Lo que funda el silencio” de Luis Ramos, es la transición entre las formas, la silla tangible se desliza hacia la pared en su sombra, que como un doble deja un rastro que es recuerdo. Y será este recuerdo el que complete el cuadro y su significado.

La elección de esta pintura por parte de Luis Ramos no es algo baladí, como todos los demás elementos que aparecen en sus libros están profundamente estudiados y forman un todo, que en este volumen se complementa con un prólogo de Miguel Veyrat, en el que se justifica la inclusión del poeta zamorano en la nómina de poetas adscritos al silencio y todo su mundo poetizable.

Volvamos a esa silla vacía y al primer poema del texto que nos ocupa:

Entrar despacio / casi de puntillas / como quien nunca sabe / que tras de sí se olvida algo. // Como si de la estancia, / quisiera huir sin prisa el conjuro del tiempo. // Y así, sin dudas y en silencio, / alzarse, entrar.

La silla vacía se alza sobre el silencio y sobre el tiempo en forma de sombra, en forma de recuerdo, pues eso es el silencio, recuerdo vivo e inerte al mismo tiempo, un esperar pleno, pero a la vez ausente. Vida capturada en un instante, que es a la vez todos los instantes, pues el silencio se ocupa de memorias intangibles.

Memorias, que como no podría ser de otra forma en la poética de Luis Ramos, viene acompañada de un darse, de un ofrecerse, pues, como ya saben sus lectores la poesía no es posible sin ese movimiento que se da entre la voz poética y el objeto poetizable, movimiento de generosidad entre dos realidades que solo pueden encontrarse en el punto intermedio donde se encuentran, sin ningún compromiso de posesión, simplemente en la generosidad del encuentro pues “al mundo le cabe hoy /algo de amor y ofrecimiento”.

Si en los libros anteriores del poeta zamorano era ese movimiento el creador de significado en la poesía, aquí, tal y como refleja el título del libro, será el silencio el creador de significados, pues “A veces es más denso / el ruido de quien nada dice que el misterio”. Verso que entronca directamente con Ángel Valente y su poética del silencio de la que bebe directamente este “Lo que funda el silencio”. Incluso con referencias a esa posible mística de la que se habla en Valente y que aquí se convierte en “Ecos de lo sagrado”.

En los últimos libros de poesía publicados por Luis Ramos era cada vez más evidente el valor de la herida como generadora de significado poético, herida primordial que aquí ya se relaciona directamente con elementos fundamentales como verdad, silencio o alma. Así podemos leer: “Hay un tiempo para cada oleaje, / una herida para cada latido, / un silencio…”. Recuerdo que en muchas ocasiones es herida, sombra que es silencio, latido que al fin y al cabo es vida, como el recuerdo y su herida, sombra que hiere el muro.

Otro de los rasgos comunes que identifica la poética de nuestro autor es el valor de la luz, tal y como ocurre en Claudio Rodríguez o Jorge Guillén, como elemento inicial de todo discurso poético, pero esa luz conlleva miedo, herida, que siempre es incertidumbre ante lo futuro. “La luz, / la voz serena, / […] // Lo que funda el silencio/ […] // Nunca las esperanzas / fueron tal álgidas y el miedo tanto”. Sin embargo, será la herida, cada vez más presente, la que marque el silencio, la palabra no dicha, la vida sin escribir, “Es la vida sin más la que va y viene, / y esta herida letal y sin sutura su testigo.”. Y será esta herida la que se convierta en elemento fundacional, herida que, aunque no llegue a suturar quedará marcada en el alma y desde allí se convertirá en poesía en movimiento silente y acompasado a su misterio: “Llaga que laya el alma, / herida, / que nunca alcanza el cierre de su hechura.”. Pero ¿cómo suturar la herida?, ¿cómo superar el miedo? Para la voz poética la solución es clara, “Abrir heridas […] // Escribir. // […] Siempre el silencio será un hilo de sutura.”. El silencio será el hilo con el que podamos cerrar las heridas, sombra que impresa en la pared deja impresa su impronta en nuestra mirada, sombra que en su recuerdo amansa el miedo y lo acompasa, pues nos trae lo familiar y conocido.

Sin embargo, como he dicho con anterioridad, la poética de Luis Ramos lo es siempre de la luz, y pese a que el recuerdo es sombra impresa en la pared, es herida, la claridad reparará ese miedo, pues “es silencio y luz lo que ansía” y añade por si no quedara suficientemente claro, “nunca sombras”. Así la pintura de Pablo Carnero adquiere nuevo significado, ¿es la sombra lo que permanece?, ¿es la sombra el recuerdo?, o, al contrario, es la luz que crea esa sombra el verdadero valor de “La silla vacía”. En una trasposición de lenguajes, la luz, definitoria y definitiva en el lenguaje pictórico, se transforma en el lenguaje poético en su sinónimo, el canto. “¿Cómo podría dejar de uncirnos la luz /en este tiempo aciago y no asumir / que entera nos inunda? // Sigamos en el canto.”.

Y será este canto el que prefigure la poética que poco a poco avanza en el libro, será “asombro”, “regocijo”, “tensión”, “deseo”; aunque siempre aparezca el miedo que poco a poco se transforma en el “óxido” que acompaña a la luz. Será la poesía siempre salvación, pues es la palabra, el canto, la luz, las que tengan la capacidad de sanar: “…un poema salvador leído en voz alta”. Pero ¿dónde buscar esa luz, ese canto, esa salvación? “Donde la nada se rompe, / ahí, // […] Nunca la luz se ofreció tan entera, / nunca tan propia. “. Y, ¿dónde se rompe la nada? Pues en el “Amanecer. / El alba es vuelo. // Es el instante de la luz / dando cobijo a todo lo innombrable.” Y en eterno ciclo “después la nada.”.

Guillén articula su obra magna “Cántico” en amaneceres y atardeceres. Hacia la parte central del libro, Luis Ramos, tras otorgarle a su voz poética la facultad del canto unida al amanecer; gira hacia el crepúsculo, pues allí también se crea significado. “La tarde, /tan exterior a ti como tu propia sombra, / busca lo otro, / lo que funda el silencio. // […] ¿quién es capaz de ir más allá, / de abrirle las entrañas al crepúsculo? / Feraz ardor, /verdad que busca el claro.”. Dialéctica negativa que también busca la claridad, pues la verdad guía la voz poética en esta búsqueda a través del silencio. Descubrimos así que las dos lecturas que habíamos realizado de “La silla vacía” son posibles, existen dos miradas posibles que conviven en armonía y que a su vez son las dos caras que fundan lo poético: la luz, el amanecer como origen del canto que clarifica los objetos y los hace poéticos; el atardecer, la falta de luz como dialéctica negativa, como hacedora de sombras que también se muestra fundamental a la hora de fundar lo poético, en este caso el silencio. Silencio vital, pues vitalista es la escritura de nuestro autor, y qué más vital que la esperanza que como muy bien nos dice el sujeto lírico es “sed de luz / pura germinación de la vida.”. Y qué nos quedaría sin ese movimiento hacia la luz del crepúsculo, pues “tristeza […] // Zarzal en llamas / que nunca salva nada // […] Sombra en su enigma.”. Volvemos así al cuadro de Pablo Carnero, la sombra de la silla en sí misma no significa nada, suele puede adquirir su significado pleno si tenemos en cuenta la luz que la produce; así, ambas interpretaciones de la pintura confluyen, al igual que lo hace la voz de “Lo que funda el silencio”, sombra y luz, herida y canto, ruido y silencio, se hacen complementarios y necesarios para que nazca lo poético, lo pictórico, al igual que sin crepúsculo no puede haber amanecer.

Llegamos así a un punto crucial donde la voz poética se plantea si “Decir de nuevo o callar” pues “El miedo son los otros” y será “el pájaro” quien “me alientas” a buscar en la “extrañeza” “lo abierto de su mística, en su misterio”. Así la entrega, el abrazo, la sencillez, la lentitud, cruciales en la poética anterior de Luis Ramos serán el motor que nos ayude en esta dicotomía resuelta que es “Lo que funda el silencio”, que como el cuadro, que lo abre y lo cierra en su portada y contraportada, es juego de espejos entre la luz y la sombra, entre la herida y el canto, entre la vida y el miedo, que nuestro autor resuelve gracias a esa “entrega minuciosa / […] / que incendia los sentidos.”.

Aldealengua. 21 de septiembre de 2024.

 

Lo que funda el silencio
Luis Ramos de la Torre
Lastura

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