‘Autoridad ilegítima’, de Noam Chomsky

Autoridad ilegítima

Noam Chomsky

Traducción de Daniel Esteban Sanzol

Altamarea

Madrid, 2024

370 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Las ondas que transmiten los sonidos y las vibraciones electromagnéticas que nos llegan hasta las pantallas de los ordenadores y los teléfonos móviles, cargan con afirmaciones envueltas en su ruido y su furia, con mentiras propias del rebuzno de un burro que apartan de la comunicación al canto de los pájaros, al rumor de las fuentes o a las promesas abrasadas que los enamorados se dictan al oído. Cualquier idiotez nos llega con más peso que el de las montañas, con más potencia que las mareas y con más humedad que el diluvio universal. Todos los idiotas anuncian que están reiniciando la historia y estos augurios, emitidos bajo la codicia, auguran que la Tierra está condenada a un silencio de piedra pómez, aunque nos queda el consuelo de saber que tras la desaparición de la especie humana la naturaleza se recuperará y volverá a ser pacífica, volverá a ser el lugar de descanso donde merece la pena habitar, aunque no podremos verlo. Hoy ya no se expresan opiniones, sino que se evacúan frases cortas que compiten por ser las más potentes, las más ingeniosas, y a veces consiguen sacarnos una sonrisa por vibrar con gracia, aunque la mayoría de las sonrisas que vienen a continuación sirven para dejar escapar entre los dientes expresiones como Ay, Dios mío, a dónde vamos a llegar.

Por eso seguimos apreciando tanto las voces serenas y sensatas de gente como Noam Chomsky (Filadelfia, 1928), que no deja de admirarnos por todo lo que tiene en la cabeza. Esta última publicación, esta Autoridad ilegítima, reúne entrevistas hechas a lo largo de los últimos cuatro años, en las que el lingüista y activista político nos demuestra que no se puede pensar en espacios tan cortos como los que permite un post de X. Para emitir una opinión solvente, para saber que uno está en la buena senda, es preciso aprender a razonar y las razones se expresan a lo largo de unos cuantos párrafos, donde la solidez del argumento nos sugiere que lo que se busca, efectivamente, es la decencia. Frente a ella no está la suciedad, porque el antónimo de decencia parece ser, deducimos de esta lectura, la irracionalidad: «Es probable que se encuentre con el férreo muro del partido negacionista, cada vez más entregado a la máxima atribuida —en parte erróneamente— al general fascista Millán-Astray, camarada de Francisco Franco: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”».

Volvemos a analizar qué hay tras la guerra de Ucrania, qué hubo detrás de la invasión de Afganistán e Irak, el discurso de odio de Donald Trump y cómo dejó el país hecho unos zorros y, sobre todo, el tema más importante que es el cambio climático. No podremos tener un mundo más justo, más bueno, más habitable, si no tenemos mundo. Las propuestas, que existen, para corregir este rumbo pasan por pactos, por no malgastar palabras sobre la responsabilidad y actuar con apremio, elegir objetivos radicales y elegir tácticas pragmáticas (sociales, económicas y políticas). Hay un verbo que utiliza Chomsky con frecuencia y que nos incomoda, que es restaurar. Un día conocimos el bien que ahora se nos escapa. Abundan los odiadores, tal vez porque el odio es un ansiolítico estupendo, cuyo discurso se une al sufrimiento de las crisis humanitarias, arrinconando las medidas contra el cambio climático. Chomsky vuelve a sacar a la luz las injusticias sistémicas con la serenidad que le caracteriza, que es el antónimo de tantas voces violentas que, no sabemos bien por qué, tienen tantos seguidores. Contra la agresividad, siempre nos quedarán reductos de pensamiento sensato.

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