Fragmentos volanderos

El arte de decir corto

 

Se percibe por destellos de evidencia a los que llamamos intuiciones. Por eso, y aunque se haya teorizado mucho sobre los métodos del saber, el Método por antonomasia desde Descartes es lo que podríamos llamar intuición razonada o razón intuicionada. En el plano semántico, esa intuición debe tener una expresión condigna a la misma brevedad de su acto constituyente: es el aforismo. El aforismo cristaliza como resultado concluyente del saber en forma de apretado paquete que, como tal, presenta de una manera sintética, como en la intuición, todo un pensamiento.

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Aforismo: Una mirada omnicomprensiva.

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Un aforismo no es solo un pensamiento más o menos agudo que te asalta, el aforismo es también toda una cosmovisión que te asalta en forma de aforismo. Y es que el hombre es una consciencia, una caja de resonancia del mundo y de la vida…

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Existen dos formas de pensar: extenderse a conocimientos cada vez más amplios (mediante el análisis) o extraer la savia de lo conocido (que no hace falta que sea extenso): es la síntesis. Pues bien, la quintaesencia destilada de esa savia que está vivificando lo conocido es el aforismo. El mismo Kant escribe toda la Crítica de la Razón Pura y analiza precisamente la Razón buscando cómo son posibles los juicios sintéticos (a priori, en este caso).

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De la misma manera que un ciego necesita muchas más palabras y descripciones para hacerse la composición de lo que alguien con una vista sana percibe de golpe, in ictu oculi, de la misma manera un individuo, cuanto más necio es, más palabras y descripciones necesita para hacerse la composición de lo que alguien con inteligencia percibe con el puro acto de la intuición…

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A veces me digo que la gente se embarca en gruesos ensayos sencillamente porque es incapaz de hacer un simple aforismo.

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De manera inversa, un aforismo es tal que, cuando se explica, ya no es un aforismo. Es decir, ya no es arte: es un tratado.

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¿Para qué despedazar, dispersar, difuminar el sentido de una idea en un largo ensayo o en prolijos y complejos análisis, con pérdida de tiempo incluida? Escribiendo un aforismo puedes ahorrarte escribir un libro. (En mi caso, sin embargo, creo que escribo aforismos porque soy un vago: por pereza a escribir un ensayo… Aunque no os fieis: cualquier día de estos desarrollo un aforismo en un tratado).

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Los pensamientos hay que comunicarlos ligeros de equipaje, sin el peso excesivo ‒precisamente‒ de las palabras… Y es que, como lo que hay que decir es mucho, el arte de decirlo debe ser corto.

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El exceso de lenguaje tiene como objeto, no tanto persuadir, cuanto emborronar.

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El aforismo es como las campanadas de las horas: No da ni los segundos, ni los minutos, ni los cuartos, pero los encierra y es como su síntesis y resultado. Por ello comprende en sí mismo el tratado, que sería como su descripción, y del cual, por el contrario, y por emplear las palabras de S. Johnson, se podrá decir que es “como un reloj que diera los minutos, pero jamás las horas”.

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El aforismo es también la forma de expresarse de quien teme a las palabras, pero sobre todo a las palabras de más: miedo a perderse y a engañarse con las demás palabras.

 

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