‘Que tenga una casa’, de Florencia del Campo

Que tenga una casa

Florencia del Campo

Candaya

Barcelona, 2024

157 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Producir híbridos entra dentro de las intenciones de una buena parte de los escritores contemporáneos. Se trata, en buena medida, de cuestionarse los géneros, que apenas sirven para otra cosa que no sea ubicar la obra en las estanterías de la cabeza. El mensaje parece ser el de que estamos convencidos de que lo mejor es desordenar el contenido de esas estanterías, para llamar la atención, para ampliar el campo creativo, para reivindicar que el arte todavía puede ir más allá. Uno no deja de pensar que alguien como Kafka no se empeñó en revolucionar la literatura, sino en inventar a Kafka, y seguramente pocos autores han dado un vuelco tan grande a lo que se escribe en la historia. Lo que cuenta es la personalidad, tener sustrato, consistencia, decir algo que a todos nos importe, que nos desconcierte y pueda modificar las ideas, que derribe prejuicios.

Que alguien relate mientras relata lo que se le ocurre relatando no es algo nuevo, pero Florencia del Campo (Buenos Aires, 1982) añade a esto un territorio en el que todos pensamos y pocos escribimos: qué significa la casa. Decimos la casa, no el hogar, porque hay que centrarse en el espacio físico dentro del cual suceden las familias, suceden las parejas. Un hogar es un sitio que ya viene con sus adjetivos, pero una casa es un ente vacío y uno lo llena, como nos va explicando Florencia del Campo, de relaciones. Una casa es con quién, no un decorado.

Para ello se vale de un personaje creíble, de esos que se puede llegar a sospechar que contienen buena parte de lo vivido por la autora. Da la sensación de que la invención es recuerdo. Da la sensación de que se batalla entre la autocompasión y la autoestima. Da la sensación de que se trata de saldar cuentas, y que no le faltan motivos para estas intenciones: «Un sitio para guardar mis libros. Un lugar que me sane un poco la herida infecta que deja exiliarse. ¿Lo entiendes?». Que tenga una casa nos habla de la precariedad, que afecta no solo al ámbito económico, que llega a la solidez psicológica y a las impredecibles relaciones humanas. Nos está sugiriendo que salir adelante no es fácil, y que por el camino dejamos muchas cosas, incluidas otras casas, pero que lo que no te mata te hace más algo, no necesariamente más fuerte, pero sí más lo que sea.

«Un lugar simbólico que ordene el desorden, que sane algo, que compense». La casa como anclaje para dar forma al mundo, mientras la literatura busca descomponer un poco cimientos académicos. Es curioso, pero así es como se titula el último capítulo de la novela, Cimientos, después de haber pasado por Intemperie, Materiales, Derrumbe, Proyecto, Construcción, etc. Se trata no de resolver, sino de prepararnos un poco para empezar a resolver.

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