‘El ocupante’, de Sarah Waters

GERARDO GONZALO.

'El ocupante', de Sarah Waters
‘El ocupante’, de Sarah Waters.

El ocupante o The Little Stranger en su título original (cuya traducción literal sería “El pequeño extraño”) es una novela de la escritora británica Sarah Waters (Neylan, Gales, 1966) publicada en 2009. En ella, se nos cuenta la historia del doctor Faraday en su regreso, de adulto, a la mansión que le maravilló de niño, Hundreds Halls y su relación con sus propietarios, la familia Ayres, unos aristócratas venidos a menos, arrastrados por el paulatino deterioro de la casa que habitan.

Lo primero que me llama la atención de esta obra, es su tono, el aroma que destila y que no deja de sugerirme que bien podríamos encontrarnos ante una novela escrita hace cien años. Pero no, se trata de una obra publicada hace quince, escrita por una autora que contaba con 43 años en aquel entonces, pero cuyo estilo evoca la mejor tradición de la novela gótica clásica, mezclada con el costumbrismo y con las historias y el tratamiento de las relaciones entre los personajes de la mejor literatura de finales del siglo XIX y principios del XX. La novela está espléndidamente escrita, es de una solidez indiscutible y sus personajes, ricos en matices, están muy bien armados.

“… y tuve que dar media vuelta, incapaz de mirarla, porque sólo fue en aquel momento, al sentir la súbita y virulenta caída o erupción de algo en mi interior, cuando supe lo que ella significaba para mí”

La historia arranca muy bien, con una presentación de las circunstancias y de los personajes rica e interesante, donde se van desarrollando los acontecimientos de una forma pausada. Me siento muy cómodo en esas cien páginas iniciales (la novela supera las quinientas) donde se traza un relato costumbrista de relaciones, con el fin de una época como telón de fondo, las circunstancias de una familia venida a menos y el escenario problemático que lo alberga, la mansión de Hundreds Hall.

Así, se van estableciendo unas amistades entrañables, asistimos pormenorizadamente a la  rutina diaria del médico, y de fondo, la lucha diaria de la familia por mantener una vivienda insostenible y a la vez seguir aparentando algo del brillo que tuvieron antaño, aunque el paso implacable de los nuevos tiempos va en su contra. Sin embargo, tras más de cien páginas, empezamos a atisbar que quizás el centro del relato no sea esto, que todo va a empezar a girar hacia una especie de thriller sobrenatural, una novela de tintes góticos, cuyo elemento central es una casa encantada. “Pero tiene algo terriblemente fascinante. Es como una herida truculenta: no puedes evitar levantar la venda”

. Lo sobrenatural se impone en la novela

Y es aquí, donde no conecto del todo con la historia. Estaba muy cómodo en la creencia de que me enfrentaba a una obra de amor, amistad, de diferencias de clase, del ocaso de una familia. Es decir, una novela al estilo de Rebecca West, Elizabeth Von Arnim o Edith Wharton, pero no…. a partir de un determinado momento, el elemento sobrenatural se impone, tardando cien páginas en presentarse y ciento cincuenta en definirlo con claridad ¿Era necesario esperar tanto? ¿Se requería tanto meandro costumbrista para abordar lo sobrenatural? Reconozco que es muy subjetivo lo que digo, pero en ocasiones jugar dos cartas a la vez, provoca cierta desconexión sobre la trama, más aún cuando un autor se toma tanto tiempo en abordar el planteamiento, lo que puede, en cierta forma, agotar a un lector que corre el riesgo de notar un exceso de densidad en el avance de los hechos y que además, en mi caso particular, estaba agusto en el registro inicial.

En cualquier caso, la trama avanza, sólida, bien escrita y ensamblada, a pesar de que su terror no me sobrecoge (no llego a sentir miedo ¿debería? Mariana Enriquez o Stephen King lo logran en sus novelas, pero Sarah Waters, no), sí lo hacen las relaciones entre los protagonistas y algunos antológicos momentos entre el Doctor Faraday y Caroline, que desarrollan una relación que pasa por todo tipo de fases, en una evolución pausada, que intuimos en todo momento que puede acabar en algo, alcanzando en su parte final, unas cotas de intensidad, emoción y dramatismo excelsas.

Al final, en su conclusión, la novela se cierra con una especie de descubrimiento que quizás pretenda hacernos mirar lo leído bajo otro prisma. Nunca he sido muy partidario de esas piruetas argumentales de último momento, me suenan más a truco que a una lógica narrativa, pero aquí también deambulo por rutas muy subjetivas de gusto personal o de cierta concepción de la literatura, que no tienen por qué ser compartidas por el resto.

En resumen, una novela que aunque me suscita alguna sensación encontrada (creo que podría haber contado lo mismo en cien páginas menos) no puedo dejar de reconocer el oficio y talento con que ha sido ejecutada, por una escritura capaz de contar, retratar, ambientar y escribir con una robustez y calidad literaria evidentes, que parecen de otro tiempo.  Disfrutadla, seguro que lo haréis aún más que yo.

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