“Últimas palabras”, de Mario Álvarez Porro
La belleza del amor y su precipicio, su sentido, ese vuelo.
Ana Isabel Alvea Sánchez.
Mario Álvarez Porro (Sevilla, 1977) es profesor de Lengua Castellana y Literatura en Educación Secundaria y Bachillerato. Poemas y artículos suyos han sido recogidos en diversas revistas impresas y digitales, como Groenlandia, En sentido figurado, Herederos del kaos, Luz Cultural, Cuadernos de creación, Universo, la Maga, Ocultalit, Nueva Grecia o Culturamas. Además, ha sido incluido en antologías como Caleidoscopio (Sevilla, ed. Padillalibros, 1997) y “Especial Poesía Andaluza”, publicada por la revista digital En sentido figurado. Su obra poética publicada previamente consta de cuatro títulos: Negociando el dolor (2011), La palabra en llamas (2013), Fe de horizonte (2015) y Fragmento de la nada (2018).
Últimas palabras supone su quinto poemario y una continuidad y profundización en los temas propios del autor, reflexiones sobre la existencia, la nada que somos, el amor y su dolor, el fracaso, donde la ciudad es considerada un lugar inhóspito e inhabitable –la representa como un páramo o solar, un hábitat desolador–, con una poesía depurada, una estética formal que lo define desde el principio –aunque ha ido construyendo poemas más largos y desarrollados–, y tal como manifiesta el propio autor en una entrevista, en el uso de un lenguaje roto caracterizado por el fragmentarismo, la ambigüedad, el silencio y la plurivalencia, rasgos con los que logra un mayor grado de sugerencia y misterio; supone igualmente un intento e intención de cerrar el ciclo iniciado con su primer libro.
Aunque sea dolor cuanto me quede, / cuanto en estas últimas palabras permanece, esas últimas palabras aluden a la herida que nos dejan el amor y la propia existencia, aquella que llevamos a cuesta y de la cual resurgimos. A pesar de lo adverso, no, no creo que esté todo perdido, sus poemas muestran firmeza y decisión, voluntad de proseguir pese a todo, un solitario corredor de fondo que no le importa ganar o llegar, pero que no renuncia ni abandona, un claro ejemplo de empeño. Y canta el dolor, motivo principal en sus versos, consciente de que la poesía nos lleva al fracaso ante la imposibilidad de lograr expresar toda la realidad, exterior e interior; pero aún así, nos consuela. Sólo se canta aquello que más duele. No obstante, aboga por olvidar los nombres –como nos aconsejaba Pedro Salinas– y dejarse llevar por nuestra propia naturaleza, menos entender y más sentir, sentirse vivo consiste mayormente en saber temblar. Toda pasión, cualquier fuego, se convertirá en ceniza, pero siempre se reaviva, como si fuera un constante milagro, resultando imposible el olvido.
Comprobamos que el amor predomina en su primera parte, Juegos en la nada, constantemente lo apela, supone una prueba de vida que se va, y en esa apuesta arriesga, aún sabiendo que le espera la derrota y su dolor, porque el dolor nos conforma y forja, nos viene a decir, con una voz en la que resuena, como he indicado, Pedro Salinas. Algunos poemas parecen una despedida , en este trayecto la poesía se concibe para dejar la palabra / como una casa en llamas / que nos guíe en la oscuridad.
Gran conocedor Mario Álvarez de nuestra tradición literaria, es constante la alusión a la misma en el poemario: el dolor de Rubén Darío, el sentido del arte como divino fracaso de Cansinos Assens, la poesía amorosa de Pedro Salinas, Valente, Miguel Hernández –el rayo es una metáfora recurrente en sus versos–, Juan Ramón Jiménez, ecos de Antonio Machado –”se canta aquello que más duele”, la mención del olmo seco y del milagro de la primavera–. Numerosos los poemas cuyo primer verso resulta una versión, un diálogo con algún maestro, Para vivir no quiero.
En su segunda parte, Retrato de la incertidumbre, encontramos poemas en cursiva, breves y líricos, a fin de contrastar con el resto, una voz más intima hablando de la escritura, la poesía, el lenguaje y el vivir y que parecen ser una continuidad del poema anterior. La poesía la siente como hueco, cobijo, memoria, sentimiento, temblor, con ella pretende dejar rastro en el tiempo. Poesía envuelta por un mirar trascendente, no importa apostar, si somos tan solo musgo del árbol, por ello, seguir ahondando a lo alto desde el fragmento o el límite, siempre en vuelo, hasta la caída, asumiendo el vértigo y con esta actitud, escribir. La incertidumbre parece señalar el dudoso lugar en el que estamos, el que habitamos, al que nos queremos dirigir; vacila si Ulises podrá volver a su Ítaca, si somos capaces de arrojarnos fuera del nido y si sabremos construir una casa, haciendo lugar donde no lo hay, sin perder la esperanza ni la valentía.
Alude expresamente a Completamente viernes de Luis García Montero en su poema Nunca me será dado, en él lamenta la frustración del desamor, llegar siempre tarde, vivir en la incertidumbre, atreviéndose, no obstante, a entrar en un lugar que no es lugar.
Tira una lanza a favor del dolor causado por el amor o los sueños porque otorga intensidad y profundidad a la existencia, supone la única certeza, el motivo para seguir viviendo. Este apartado culmina con el deseo de que el musgo del árbol, metáfora referida al principio, pueda convertirse en árbol y hacer nido, lograr habitar finalmente un hogar.
En su última parte, En nombre del dolor, afirma que el amor tiene que doler, en Tiene el corazón algo, con ecos de Miguel Hernández: “Porque la vida es muerte, / porque el amor es vida, / recuerda que sólo el dolor/ nunca se olvida.” Y agradece en todo caso el amor, y dolor, recibido, inmensurables ambos por el lenguaje.
En todo el poemario viene a afirmarnos la necesidad del amor, la importancia del sentimiento y del temblor, en la vida y en la poesía –aunque cueste nombrarlos-, el sentido que le otorga a la vida, pese a estar condenado al fracaso y nos duela. Si nos arriesgamos, valdrá la pena. No es la victoria la meta, sino sentir intensamente el camino. En una sociedad casi alérgica al dolor y muy tendente a la comodidad, este libro constituye una proclama contracorriente: la belleza del amor, de los anhelos, y su precipicio, poseer las alas de Ícaro, de quién si no.
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