Obra de arte
Con este suman treinta y cuatro artículos publicados en Tierra de paso y, de momento, la auténtica Tierra de paso, el paraíso literario de una obra que concebí en mi juventud, sigue ignota. Procuraré que eso no nos limite. ¿Debería hacerlo? En absoluto.
Espero que hayáis tenido un buen verano. El mío ha sido raro. La primera mitad viajé bastante para acudir a eventos literarios, y la segunda la dediqué ha darle una última corrección a un par de manuscritos, terminar el primero de otra obra, y formarme. Es algo que nunca debemos hacer.
Este último mes he recibido numerosas reseñas de mis obras. No es de extrañar: las últimas publicaciones, aunque largas, son ágiles, ideales para el verano, y los eventos con mayor cifra de ventas tienen lugar de mayo en adelante. Los lectores son un mundo: algunos prefieren comentarte sus impresiones en privado y otros en público, sean buenas o malas. Como escritor, es un placer escuchar cualquier opinión planteada desde el respeto.
La variedad me ha hecho plantear el tema que nos concierne. ¿Qué es una obra de arte? O, mejor dicho, ¿a qué se le puede considerar una obra de arte?
No os aburriré con una retahíla de lo que grandes personalidades dijeron antes de mí. Para eso basta una simple búsqueda en internet. Algunas acepciones son tácitamente aceptadas y forman la idea subconsciente que la mayoría tenemos de lo que es una obra de arte.
Os pongo en situación: me escribió una lectora porque se compró MIMO ya que la prensa comparaba mi tipo de terror con el de Stephen King (una comparación manida pero que provoca una inmediata sonrisa). Resulta que el libro le encantó, y utilizó esas tres palabras para definirlo: obra-de-arte. Lo cual llevó a que continuase por Mo-Ho.
A su vez, recibí otra respetuosa crítica de una lectora que asistió a una de mis presentaciones, adquirió el libro dedicado, pero fue incapaz de terminarlo porque le pareció demasiado desagradable. No encontró lo que esperaba. Y tampoco le falta razón: las escenas que enumeró en su reseña desde luego que son desagradables. Se trata de un desagrado intencionado: cuando situaciones cotidianas se vuelven repulsivas, el objetivo es ambientar al lector para que los crímenes, eje atroz de la obra, no le tiren de la silla. Es un primer filtro. Y no es para todo el mundo.
¿Qué tenemos aquí? Una cualidad: la subjetividad.
El arte pictórico moderno, con sus tendencias abstractas, sus simbolismos y demás, está sujeto a interpretación. Aquí me declaro un ignorante: para mí una cuchara es una cuchara salvo que la esgrima Alakazam (o, en su defecto, Kadabra). En cambio, poca gente es capaz de negar la calidad estilística de un Velázquez, guste en mayor o menor medida. La clave, en diferente escala pero en ambos casos, es la misma: el yo, o los diferentes yoes que se superponen al contemplar una obra (de arte, aunque dado que le estamos dando una consideración superior, reservo la coletilla).
Con una novela ocurre lo mismo. Hay obras innegablemente bien escritas capaces de producir un sopor de masas que ni un enjambre de moscas tse-tsé. Otras, pobres de recursos, se digieren con facilidad, y la impresión final puede ser una mueca de desastre o el combustible de los sueños. Depende, una vez más, del lector y de sus circunstancias en el momento de atacar la lectura.
Pongamos una lectora a la que le han encantado toda la vida las hadas. Lee una novela sobre hadas enamoradas, no sé, de vampiros, con quince años, y le encanta, porque ella misma querría ser un hada, los vampiros son unos guaperas encantadores, y el amor vandaliza sus sentidos. La misma persona, a los cincuenta, después de atravesar un complicado divorcio, podría no diré odiar esa historia, pero sí leerla y pensar: «Vaya, me encantaría ser un hada, porque las hadas me gustan, pero no me trago que los vampiros sean tan perfectos porque el ser humano no es así. Son unos tóxicos de narices. Esa hada debería andarse con cuidado». El yo central es el mismo y eso hace que algo en la historia permanezca inmarcesible (el gusto por las hadas), pero ese otro yo orbital, el que se proyecta en la novela, es el que decide si es la octava maravilla del mundo o un librito pasable de los de «tía, date cuenta».
Por lo tanto, ¿es MIMO una obra de arte? No depende de mí. Como autor, fue una obra de juventud (la que pierdo cada día), y mi objetivo siempre será mejorar mis dotes narrativas y escribir nuevas y mejores historias para entretener al equipo.
Y ¿qué es una obra de arte? Hoy digo que lo que tú consideres que lo sea. Eso sí; sin menospreciar opiniones ajenas ni desmerecer una aplicada ejecución técnica aún cuando no sea de tu agrado.