‘La gran transición’ de la URSS y el fin de una época

JAYRO SÁNCHEZ.

La gran transición. Rusia, 1985-2002 es una documentada y completa crónica periodística que narra las claves y complejidades de dos de los eventos históricos más importantes del último siglo: el intento de transformación y la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

El Estado soviético fue durante mucho tiempo un símbolo de progreso y esperanza para los trabajadores de todo el mundo, pero eso no significa que no tuviera sus propias sombras. Los estragos causados por el conflicto entre «blancos» y «rojos», la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la represión estalinista dieron paso a un duro proceso de reconstrucción compensado con la creación de un «imperio» en el este de Europa y con la emergencia de un relativo relajamiento de la rigidez vital soviética durante los años de gobierno de Nikita Jruschov.

En octubre de 1964, Leonid Brézhnev y otros miembros de la vieja nomenklatura destituyeron al promotor de la desestanilización e instauraron de nuevo una línea oficial de corte duro y tradicionalista, preocupándose más por obtener parcelas de poder y privilegios para sí mismos y sus aliados que por afrontar las dificultades políticas, económicas y sociales del país.

Mientras los años pasaban, los dirigentes de la URSS siguieron sin dar solución a los graves problemas estructurales que la afectaban: las carencias democráticas de sus instituciones y vida políticas —que facilitaban la extensión de la corrupción y el caciquismo— y la falta de flexibilidad y dinamismo de su sistema económico —lastrado por la irracional y pesada carga que suponía la carrera de armamentos sostenida con EE. UU. desde finales de la década de 1940—.

Solo en 1985, cuando la crisis sistémica de la URSS había desarrollado profundas raíces en su seno, apareció una figura que tomó medidas enérgicas para intentar rescatarla de su situación: el famoso y polémico Mijaíl Gorbachov.

El líder reformista estaba convencido de que la federación socialista debía seguir existiendo y de que, a pesar de ello, sus cabecillas tenían que dejar atrás su pasado autoritario y esforzarse en aplicar políticas económicas razonables y adecuadas para atajar los problemas de carestía moral y material que la población soviética sufría desde hacía años.

Los cambios que promovió desde que llegó al poder en 1985 fueron numerosos y relevantes. Tenían la intención de traer un cambio, de sentar las bases de un proceso de transición democrática que no hubiera acabado con el socialismo, pero que sí hubiera dado fin a la dictadura.

Sin embargo, Gorbachov se transformó en el débil eslabón central de una cadena en la que, por un lado, la nomenklatura deseaba mantener el statu quo de la época brezhneviana , y por el otro, los «demócratas» abogaban por la disolución del Estado soviético. Aunque dio derechos y garantías, el que fue último presidente de la URSS también se vio forzado a gobernar con mano de hierro para contener a las fuerzas que podían desestabilizar su «obra».

Esta contradicción, imperdonable para los que lo apoyaban,  se sumó a las maniobras de sus opositores en el interior y al papel conspirador del Gobierno estadounidense de George H.W. Bush, que permitió la caída de Gorbachov porque creía que podría entenderse mejor con el primer presidente de la nueva Rusia neoliberal, Boris Yeltsin.

La manera en que implosionó la URSS y la forma en la que se reconstruyó su «continuadora» marcaron una serie de eventos que hoy en día se han convertido en asuntos de plena actualidad; entre ellos, el de la cuestión ucraniana.

La del historiador, escritor y corresponsal internacional español Rafael Poch de Feliu, que trabajó para el diario La Vanguardia en Moscú y Pekín durante décadas, es una de las pocas voces verdaderamente autorizadas para narrar los extraños sucesos que dieron fin al siglo XX y anunciaron el comienzo de un nuevo mundo que todavía parece estar en proceso de gestación.

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