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Solo cuerpo, de Rafael Yuste Oliete

Solo cuerpo, de Rafael Yuste Oliete

Los libros del Gato Negro, 2023. 69 páginas

 

Por Matías Escalera Cordero. Escritor

Que nadie desbarate la ilusión

de aquellos días

 

Rafael Yuste, editor zaragozano, de los que van quedando pocos, y poeta vocacional no se prodiga mucho, a pesar de sus habituales colaboraciones en revistas como Imán y La expedición. Desde 2001, en el que publicó el poemario Trilogía de historia natural, no había vuelto a publicar ningún libro de poesía hasta este Solo cuerpo, que ‘Los Libros del Gato Negro’ sacó el pasado año –primorosamente ilustrado por Ricardo Polo–, y que llegó a mis manos, antes del verano, por mediación de otro gran amigo y escritor zaragozano, Hernán Ruiz.

El poemario (con esa unidad temática y lógica interna que tanto me atrae en los libros de poesía) está dividido en tres partes, la primera, MUNDO GEODA, la segunda, SELVA PARAÍSO, divida, a su vez, en dos, GÉNESIS y ALGUNAS COSAS CIERTAS SOBRE EL PARAÍSO, y, la tercera, la que da nombre a todo el poemario, SOLO CUERPO, junto con un ANEXO que nos da algunas de las claves existenciales, culturales y estéticas, subyacentes –desde Caravaggio a Lyotard–, que nos ayudan a comprender –aunque, esto no es seguro– el total.

Lo que sí queda claro, en ese anexo, en la ‘adenda metafísica’ que va al final y recorre subterránea el poemario, es que el tú y yo («Estamos tú y yo» p. 65) precisan de algo, fuera de ellos, que los ligue y los mantenga unidos, y es ese «eso que nos hace estar juntos» (¿el deseo y la pasión?, ¿el instinto?, ¿la necesidad?, ¿el miedo a la soledad?) lo que nos explica y lo que es el objeto de la escritura misma (y de la poesía, se supone: a pesar de que el cuerpo no aguante –para siempre– y «finalmente nos humille»); para nombrar y hablar, inevitablemente, de lo pasado, de lo ido irremediablemente…

De cómo aquella nube de deseo

nos sostuvo; de cómo los conceptos

como versos hallados que se esparcen

se hacen mundo;

de cómo lo nuestro fue. (p. 12)

 

Todo, con la convicción (la sospecha, al menos) de que, al final, tantas ilusiones y espejismos de ese deseo de plenitud y de absoluto –que, por ejemplo, esos «15.323 días» juntos (p. 22)– solo sean recuerdos modificados; que todas esas expectativas, incluso el transitar por «el alma cristalina de las cosas», sea solo una invención de la memoria al recordar lo que, en realidad, no fue, lo que no son más que imágenes y sensaciones inventadas por la distancia y el tiempo, como los días de Turín (p. 16) o el saludo de cada mañana (p. 17) antes de salir al mundo. «Porque [al final] todo, pero nada…» (p.19) Tampoco el dulce letargo claustral del ‘Mundo geoda’, al abrigo de la intemperie.

«Ser salvaje sí, mereció la pena» (p. 34), se afirma con rotundidad. ¿Verdaderamente la ha merecido?, nos preguntamos. ¿Ha merecido la pena este ensueño de una poética fusión con lo aparentemente primordial: el tigre, el manto vegetal, las raíces, el pájaro en la rama, o el cumplimiento recordado del deseo/cuerpo…?

Acaso sea cierto y no exista el vacío,

solo la ausencia,

y el mundo solo atienda al movimiento

de amar. (p. 36)

 

Fuere como fuere, lo único cierto, eso sí, es la ausencia. De eso sí estamos seguros… Y, también, de que del paraíso difícilmente tendremos noticias, salvo que seamos élitros, ratas, zorzales, paisaje, lluvia o liebres, o salvo que aceptemos el secreto gozo de la soledad y obviemos la insidiosa presencia de la muerte (Et in Arcadia ego); o admitamos, en su caso, convertirnos en «sustancias minerales…» (p. 46)

El cuerpo –el nuestro(yo), el del otro(tú), el del mundo(ello) – es inocente y tiene sus razones; el cuerpo –todos los cuerpos– está –como afirmaría Albert Camus– justificado en su necesidad e inocencia; y lo maravilloso sucede cuando unos y otros se abrazan y enredan, fundidos justamente en su respectiva necesidad e inocencia, pero eso solo son instantes, mágicos encuentros ocasionales de los solo cuerpos, heridos –ineludiblemente– de muerte por la fugacidad…

… nuestra felicidad nace del cuerpo

y es el cuerpo bendecido en un instante (p. 54)

 

Porque el tiempo, ese movimiento imparable que nos constituye, nos lleva, sin que podamos evitarlo, al mero estar de la decadencia, una vez perdido definitivamente el ser en plenitud del cuerpo joven…

Estamos condenados

a pagar para siempre el movimiento (p. 59)

 

Así, pues, somos, en efecto, solo cuerpo/felicidad/instante, a pesar de llevar «la eternidad a cuestas.» (p. 62) ‘La eternidad a cuestas’, solo una metáfora/cuerpo así justifica un poemario.

Matías Escalera Cordero

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