‘Sideral’, un pequeño jardín cósmico
J. ANTONIO TAMEZ-ELIZONDO.
Hace cosa de unos días —o al menos hace unos días al momento de escribir estas líneas— recibí por correo el volumen #1 de los relatos completos de J. G. Ballard. La edición suma más de 700 páginas, fue publicada por Harper Perennial en 2006, y parece aún más antigua de lo que es debido a los dobleces, cortes y manchas de tinta y café que se encuentran entre sus páginas. Marcas todas ellas de la arqueología del libro usado, dejadas ahí por un dueño anterior. Tal vez la misma persona quien me lo vendió por unas cuantas libras a través de un servicio por internet.
La historia viene a cuento y no es un simple detalle. La llegada del libro ocurrió tan solo una hora después de que concluyera mi lectura de Sideral, publicado este mismo año por Eolas Ediciones, y firmado por uno de los mejores representantes del relato corto en nuestro hemisferio lingüístico; Ángel Olgoso. Como ocurre siempre que termino con alguna de sus colecciones, mis sentimientos sobre lo recién leído eran fáciles de entender para mí, pero complicados de verbalizar para terceros. Ocurrió así que, al abrir el texto de Ballard por su primera página, la de la introducción escrita por él mismo, tuve la fortuna de toparme con lo que buscaba: “Curiosamente”, escribió el inglés, “existen muchos relatos cortos que son perfectos, pero no existe una sola novela que sea perfecta”.
Y qué cierta me parece esta sentencia. Pues lo que ocurre con Sideral es que es una colección de gemas que son perfectas en virtud de su brevísima duración, ya que su brillo sería mucho más vaporoso si el número de palabras se hubiera inflamado e inflamado fuera de proporción. Difícil sería para una novela lograr el mismo efecto y tono que consiguen textos como El calendario quimérico de lo que podía haber sido, o Las montañas flotantes de Plutón. El primero, sobre un pequeño artefacto que permite apreciar todos los momentos de la vida que no ocurrieron. El segundo, una reflexión sobre la capacidad de la alta tecnología para el artificio. Ideas ricas en posibilidades que cualquier otro autor hubiera explorado en gruesos ladrillos de miles de palabras y cientos de páginas, pero que nuestro autor nativo de Granada logra en solo unas pocas líneas o en un puñado de páginas.
Muchas son las atmosferas y situaciones que se encuentran en las 51 estampas que construyen el paisaje de Sideral, pero todas se desarrollan dentro de una misma sensibilidad literaria. Esta es la segunda entrega que publica Eolas Ediciones en su gran proyecto por reunir en seis volúmenes toda la obra de ficción de Olgoso, cada uno ordenado alrededor de una idea o temática. El primero, Bestiario (2022), sobre animales verdaderos y fantásticos. Sideral, por su parte, se enfoca en la ciencia ficción. O al menos así es como se lee en la contraportada, extraída de la introducción escrita por Juan Jacinto Muñoz-Rengel, la cual por sí misma ya vale el precio de admisión.
Decir que Sideral es una antología de relatos de ciencia ficción es solo una manera de aproximarse a lo que en realidad se encuentra ahí dentro. Estos relatos son “ciencia ficción” tan solo en cuanto a la presencia en ellos de artefactos, ideas y decorados típicos del género: las naves espaciales, los viajes en el tiempo, la robótica, la mente de Dios. Sin embargo, las ficciones de Olgoso tienen más parentesco con las fantasías científicas de Italo Calvino, Bioy Casares, Ursula Le Guin y Ray Bradbury (y el propio Ballard), que con la ciencia ficción dura y ducha de Isaac Asimov, Arthur C. Clarke o Kim Stanley Robinson.
La diferencia entre unos y otros está en la manera de abordar al género. Mientras que los representantes de la hard science fiction, como los últimos, se interesan más en la posible veracidad científica y tecnológica de lo que escriben, los representantes de la soft science fiction, como los primeros, se interesan más en los aspectos psicológicos y filosóficos, por lo que no dan demasiada importancia a los mecanismos que posibilitan la ocurrencia de lo extraño. De esa forma, en Los mil cerezos de Yoshitsune, a Olgoso no le interesa saber cuál es el curioso fenómeno de la física que permite a Tanabe, un leñador de la era Kenji (1275-1278), aparecer de pronto en una época remota del futuro, sino hacernos pensar en las curiosas relaciones que vinculan hechos distantes en el tiempo. De igual manera, en Lucernario, tampoco le interesa comprender de qué forma es posible el roce entre universos paralelos, sino hablarnos de la muy extraña sensación que, de vez en cuando, nos invade al toparnos con algo por lo demás mundano, pero totalmente fuera de lugar. Algo de lo que es mejor guardar silencio, no sea que la gente piense que somos unos chiflados.
Como ocurre con cualquier autor que se tome su tiempo en desarrollar la propia voz, hay algo muy “olgosiano” en la prosa de Olgoso. Construidos con las pinzas del miniaturista, pero con la precisión de un reloj atómico, nadie confundirá un relato suyo con el de otro autor, aunque eso no significa que no se puedan hacer paralelos. En otros lugares y tiempos se le ha comparado con Borges, con Francisco Ferrer Lerín, con Cortázar, con Joan Perucho. Y con razón. Al igual que ellos, el suyo es un universo muy propio, muy personal. Uno en el que ha desarrollado una estética que no puede replicarse en otro sitio; rica en referentes, y sin otra pretensión que no sea la del buen narrar. Se lo lee por sus argumentos y sus tramas, pero también por su manejo de la prosa. Por sus atmósferas barrocas y situaciones fuera de lo común. Por la manera cómo juega con las palabras. Más que a cualquiera de los autores mencionados antes, hay algo en él que me recuerda mucho a la finlandesa Leena Krohn, quien por desgracia no ha visto mucha traducción en nuestra lengua, pero que comparte con Olgoso la exactitud de las palabras y una sensibilidad muy particular por lo fantástico.
Los textos se leen fácil y se concluyen en cosa de minutos. Algunos de ellos, como El bucle, son brevísimas variaciones muy originales sobre lugares comunes (el viaje en el tiempo). Otros, como Prodigio Austral y El manuscrito de Argyll Moor, remiten a las aventuras de los padres del género, como H. G. Wells o Julio Verne, pero con algún pequeño giro moderno. Luego están los relatos que se encuentran en un limbo curioso, ciudadanos únicos de un mundo fantástico propio.
Sideral, junto con Bestiario, pertenece a la colección “Las puertas de lo posible”, con la que Eolas da espacio a la difusión del género fantástico en nuestra lengua. Es muy bueno saber que, entre sus proyectos, se encuentra el darle un hogar definitivo a la obra completa de Ángel Olgoso, la cual se encuentra dispersa en diversas colecciones, algunas de ellas difíciles de encontrar. Ahora solo queda esperar los siguientes tres tomos.
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