Teatro en el cine: “Killer Joe”, crimen y violencia; morbo y terror
Por Horacio Otheguy Riveira
El actor Tracy Letts debutó en 2008 con un Pulitzer bajo el brazo escribiendo una obra teatral de cuatro horas, Agosto (en España gran éxito en Madrid y Barcelona por dos compañías distintas, y en Hollywood una versión cinematográfica muy pobre con estrellas del calibre de Meryl Streep, Julia Roberts, Ewan McGregor), y en 2010 marchó al off Broadway con esta pieza titulada Killer Joe, con cinco personajes. Mucho más dura y no tan elaborada, pero con la misma intención de burlarse despiadadamente de los tópicos de la familia americana, convertidos sus sueños en miseria moral y económica, aderezada con endiablada codicia contaminada de obsesiva neurosis, cuando no estupidez congénita.
Un director de cine ideal para este subgénero de lo imposible chorreando morbo es William Friedkin (El exorcista, Bug, French Connection, A la caza, Jade), quien contó con el autor de la pieza original para el guión. La realización es de 2011 y cuenta con un reparto excelente del primero al último. Pero lo importante, lo que hace muy recomendable esta película inclasificable es la dimensión terrible de sus cinco personajes envueltos en una degradación absoluta que no se revela del todo hasta el final.
Poco a poco se nos arrastra por un lodazal de vanas ilusiones con ráfagas feroces de humor negro (al estilo de los hermanos Coen en Sangre fácil y Fargo), y en la cima de semejante tarta, dos mujeres que arrasan con su libido a flor de piel.
Gina Gershon, desbordada, lasciva, que tendrá que vérselas con una felatio a un muslo de pollo frito, made in Kfc, y sobre todo Juno Temple, quien parte de la ingenuidad de una joven virgen que sólo tuvo un gran amor a los 12 años, por el que siente una gran nostalgia. Ella será el objeto de deseo de un apuesto y muy sereno policía, que en sus horas libres es un reputado asesino a sueldo: deseo correspondido que cuando se lleva a cabo se plasma en una larga e intensa escena donde el erotismo avanza deshojando sugerencias, planteando situaciones muy especiales como un lento desnudo integral de la chica, a espaldas del galán porque él así lo quiere, alimentándose de un encuentro definitivo de alta tensión.
Killer Joe tiene todo lo que hay que tener como cine policiaco y negro con familia disfuncional, pero en varias secuencias juega a reírse de estos trágicos arquetipos, y avanza formando bucles sorprendentes sin concesiones, pues resulta a menudo densa, claustrofóbica, pero con algunas poderosas escenas como la del principio en que un joven conversa con su padre sobre la posibilidad de matar a la madre para cobrar un seguro de vida. Este diálogo está brillantemente escrito, interpretado y dirigido, a tal punto que no sabes adónde te puede llevar semejante juego de un negocio tan estrafalario como cruel, y a partir de allí todo rueda hasta un final, pistola en mano, que remata y no remata, dejando al espectador sin aliento con un personaje furioso como nunca antes se vio, y otro por primera vez felizmente sonriente…
Se puede ver en MOVISTAR PLUS
Estreno en España en 1998:
Artículo firmado por Rosana Torres en El País: El género negro llega también al teatro:
«Humor ácido, intriga, ironía macarra, thriller policiaco, impertinencia y crueldad son los elementos más destacados de Joe Killer (El asesino), obra de Tracy Letts llevada a escena en el Alfil, con dirección de Jesús Cracio y Ramón Langa como protagonista, por Fundiciones Teatrales. Por las buenas críticas recibidas y los comentarios del público se desprende que Jesús Cracio y los actores han conseguido algo difícil: hacer verosímil sobre un escenario una historia de estas características.
Cracio comenta que a los elementos clásicos del relato negro ha añadido, intencionadamente, aromas del cine de Tarantino o los hermanos Cohen y cosas que entren por los sentidos, incluido el olfato. “En Joe Killer hay mucha carne, no sólo humana, también de pollo, de bonito”, dice Cracio. Aunque habría que criticar la discriminación del director, ya que se ve más carne de mujer que de hombre. Cracio se justifica espetando: “Me he limitado en estas cuestiones, a respetar el texto”».