Hipnótica novela de acción: «Solos [13-18]»
Horacio Otheguy Riveira.
Una intensa narración en primera persona, la de Samuel Moure. Vamos a su lado en una carrera angustiosa y le acompañamos en sus recuerdos de cómo llegó hasta aquí, con remembranza de áreas familiares: Sam somos todos en una situación ciertamente peligrosa y en un birlibirloque magistral tendremos que formar parte de sus fallos y aciertos, de sus fascinantes enamoramientos y sus penurias por salir de un embrollo imprevisto.
El autor de la novela, Rafael Salmerón es un experto en narraciones infantojuveniles, es decir en obras que se dirigen a las emociones y circuitos neuronales de niños y adolescentes que marcan el paso de evoluciones tan precisas como enigmáticas, según cada personalidad. Esta obra, SOLOS [13-18] va dirigida a gente que ya cumplió los 14, y lo hace con tal respeto y empatía que lectores adultos ávidos de buena lectura pueden encontrarse prendados de trama y personajes, como le ha sucedido a quien esto escribe, firme admirador del autor, y especialmente seducido por la imaginación y creatividad de esta historia…
Sam acaba de mudarse desde Chicago a Asheville, junto a las montañas de Carolina del Norte. Es su último año de instituto y, para un chico de ciudad como él, no resulta fácil adaptarse a la nueva vida. Sin embargo, Sam tiene la mirada puesta en el futuro. Cuando termine el curso, irá a la universidad. Y, entonces, será cuando todo comience. Pero el futuro tiene otros planes. Para Sam y para todos los demás. Y en ese futuro ya no importan las notas, ni estar en el equipo de fútbol del instituto, ni que te inviten a las mejores fiestas. Porque, cuando todo se desmorona, cuando todo lo que conocías desaparece, lo único que importa es sobrevivir.
El fin. El principio.
Corre
«Corre. Lo más rápido que puedas. Corre sin parar. No te detengas. Aunque sientas que no tienes aire en los pulmones. Aunque sientas que el corazón te va a estallar en el pecho. Como si te fuera la vida en ello». Porque me va la vida en ello. Si me alcanzan, estoy muerto. No es una suposición. Es un hecho. Si me cogen, se acabó. Son cuatro. Eso creo. Cuatro al menos. Tal vez sean más. Por lo que he podido ver van todos armados. Con machetes, lanzas, cuchillos… No estoy seguro. Creo que uno de ellos también lleva un hacha. No estoy seguro, pero qué más da. Afortunadamente, no tienen armas de fuego. Si las tuviesen, ya me habrían disparado. Así que correr es mi única opción. Correr más que ellos. Están detrás de mí. Cerca. Oigo sus gritos. Oigo sus carreras. Sus respiraciones agitadas. Y sé que su objetivo no es robar lo poco que tengo. Su objetivo es darme 9caza y acabar conmigo. Porque para ellos no soy más que una presa. Aunque, desde luego, si lo logran, si me cogen, también robarán lo poco que tengo. Si me cogen. Si me cogen, me matarán y después se quedarán con todas mis posesiones. Con lo que llevo en la mochila, con la mochila, con mi cuchillo, con mis botas, con mi cazadora, con todo lo que les parezca de utilidad. Si me cogen.
Si me cogen, estoy muerto. Tengo que correr más deprisa. Están cerca. Si me cogen, espero que sea rápido. No puedo pensar en eso. «Concéntrate en correr. Nada más que en eso». «Corre. Corre más rápido, ¡maldita sea!». Aunque el aire que entra y sale de mis pulmones queme como el fuego. Aunque mis piernas estén cada vez más rígidas. Aunque sean como tablas en las que se clavan cientos de agujas.
«Corre». «Corre por tu vida». «Corre».
Corro en zigzag, cambiando constantemente de dirección. Y corro directamente hacia los árboles que me voy encontrando, esquivándolos en el último momento. No sé, tengo la esperanza de que, haciéndolo, tal vez, alguno de mis perseguidores no pueda reaccionar a tiempo y se estrelle contra el tronco. Sé que es una idea estúpida, pero no tengo mucho más a lo que aferrarme. Y estaría bien. Uno menos. Entonces solo serían tres, pero seguirían siendo demasiados. Además, podrían ser más de cuatro. Tal vez cinco, seis, cien…
No puedo evitarlo. En mi mente me persiguen cientos, miles de ellos. Y están cada vez más cerca. Y van a atraparme. Quiero girar la cabeza para comprobarlo, saber con certeza qué es lo que hay a mi espalda, pero no puedo hacerlo. Si pierdo tan solo un segundo, si bajo el ritmo, estoy muerto. Sigo corriendo. Aunque no puedo más. Corro directamente hacia un árbol. Quiero esquivarlo en el último segundo. Otra vez. No sé si servirá de algo, pero necesito creer que sí. Entonces lo oigo. Un silbido que se acerca por mi derecha. Justo en el momento en el que giro a la izquierda para no chocar contra el tronco. Y en ese tronco se clava la lanza que acaban de arrojarme. Por muy poco. Un segundo antes, o un segundo después, y ahora estaría muerto. O malherido, en el suelo, sobre las hojas secas que se pudren. Esperando a que mis perseguidores terminasen su trabajo. Sigo corriendo. El dueño de la lanza que ha estado a punto de terminar con mi carrera ha tenido que detenerse para poder arrojarla. A lo mejor también se detiene a recuperarla. Tal vez eso me dé algo más de tiempo. Alguna ventaja. No puedo contar con ello. Tengo que correr. Tengo que seguir corriendo. No puedo más. Pero tengo que poder.