El hombre más bello del mundo
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Pasó, en el cine francés y en internacional, como el hombre más bello del mundo y, al igual que el estadounidense Brad Pitt, luchó denodadamente contra su físico de galán que enamoraba a todas las mujeres para endurecerlo y no lo encasillaran en el cine almibarado. Era la perfección en belleza masculina, la envidia de todos los hombres, por el que suspiraban las mujeres, pero se aficionó a los papeles de duro sicario precisamente para deshacerse de esa pátina de belleza que le pesaba. Y en la vida real fue un personaje bastante siniestro, simpatizante de la extrema derecha, como Brigitte Bardot, y con oscuras relaciones con el mundo del hampa de las que alardeaba.
Luchino Visconti, el príncipe rojo y homosexual, se enamoró de él, antes de hacerlo de Helmut Berger, y le ofreció dos de sus grandes papeles en dos de sus grandes películas: Rocco y sus hermanos y El Gatopardo. Pero enseguida se especializó en papeles de malvado. Fue un Ripley perfecto en A pleno sol de René Clement, en donde mataba a Maurice Ronet y seducía a Marie Laforet. Con Jean Pierre Melville fue un sicario silente en Le samourai (en España El silencio de un hombre) que mostraba su único rasgo de humanidad en el final y con quien repitió en Círculo rojo con Yves Montand, Gian María Volonté y Bourvil y en Un flic con Catherine Deneuve y Richard Crenna. Tuvo un romance sonado, y frustrado, con Romy Schneider, con la que interpretó un film romántico titulado Amoríos tras una breve aparición en A pleno sol, y saltaron chispas en La piscina, un thriller erótico de Jacques Deray en donde la pareja coincidía con Maurice Ronet y Jane Birkin. El glacial Michelangelo Antonioni lo eligió para protagonizar El eclipse con Mónica Vitti. Como espadachín se lució en El tulipán negro. Probó fortuna, sin demasiado éxito, en alguna superproducción de Hollywood junto a Rex Harrison, Omar Sharif, Ingrid Bergman y Shirley McLaine en El Rolls Royce amarillo, en el cine bélico en Último comando con Anthony Quinn y George Segal y hasta en el de catástrofes con Aeropuerto 79 con George Kennedy y Robert Wagner. Hizo de gánster en Borsalino mano a mano con Jean Paul Belmondo y en Borsalino and Cia. Y, desde luego, también hubo una larga lista de películas olvidables, alimenticias, que hubo de rodar.
Tenía muy claro, porque lo proclamaba a los cuatro vientos antes de su definitiva cita con la Parca a los 88 años, que estaba de vuelta de este mundo, y que no le importaba morir como había muerto docenas de veces en pantalla, y que resistirse a la muerte era algo absurdo. Tuvo un hijo clon en su belleza, pero no en su talento interpretativo, de su larga unión con la muy bella actriz Nathalie Delon, que le precedió en el adiós a la vida hace tres años: Anthony Delon, el único de sus hijos dedicado al cine y con una breve carrera delictiva a sus espaldas.
Con su pérdida, con la anterior de Françoise Hardy y Jean Louis Trintignant, se cierra una etapa glamurosa del cine francés en el que el actor brilló por su belleza innegable rayana en la perfección, pero también por su talento y el buen ojo para escoger papeles. Yo me quedo con uno muy poco conocido, el de una película de Joseph Losey que él mismo produjo, El otro señor Klein, y que puso el dedo en la llaga al denunciar el colaboracionismo de Francia con los nazis en la famosa redada del Velódromo en donde miles de judíos fueron apresados por la policía francesas para ser llevados a los campos de exterminio.
El guapo del cine francés vivía retirado del cine desde que apareciera en Astérix y los juegos olímpicos en 2008 con Gerard Depardieu, pero vivirá en nuestra retina por casi una docena de papeles magistrales en los que demostró su inmenso talento. Alain Delon es un inmortal.