“La inocencia”, de Lucía Alemany
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Es muy raro encontrar una ópera prima que rezume tanta frescura y veracidad como la de la realizadora Lucía Alemany (Tortosa, 1985) que había debutado con el cortometraje 14 años y un día como esta La inocencia que podría haberse titulado 17 años y un día. La pérdida de la inocencia de la adolescente Lis (una extraordinaria Carmen Arrufat en estado de gracia absoluta que llena la pantalla), una chica de 17 años que sueña con convertirse en una estrella de circo y hacerse mayor para no tener que pedir constantemente permiso a sus padres para noctambular, en brazos de su noviete Néstor (Joel Bosqued), un macarra poligonero, trae consecuencias indeseables a la chica y la hace bajar a la realidad.
La película es un acertado retrato de esa juventud que está a un paso de la mayoría de edad y quiere disfrutar de la vida sin cortapisas ni obligaciones. Los enfrentamientos familiares con unos padres, Catalano (Sergi López, muy metido en su papel), brutal y autoritario con el que apenas tiene trato, y Soledad (Laia Marull), sometida y esclava del qué dirán, un entorno escolar marcado por el bulling —la pelea con la repelente Patri (Lidia Moreno), la chismosa del colegio—y todo ello durante el verano, durante unas ruidosas y alcohólicas fiestas del pueblo en donde todos se desmadran más de la cuenta..
Por un momento, sobre todo por sus personajes y los ambientes discotequeros, retratados muy fielmente por la directora, creía estar asistiendo a una película de Bigas Luna que había regresado de entre los muertos para dirigirla. Pero no.
Hay algunas escenas soberbias que conviene destacar: los primeros besos que Lis se da con Néstor, cargados de sensualidad y recogidos en un primerísimo plano de bocas (cómo lo haría el director de Jamón, jamón); la pérdida de la virginidad de Lis, no muy satisfactoria, por incómoda y poco glamurosa, en el coche de Néstor; la reacción del éste cuando se entera de que su chica está embarazada; la cara de sufrimiento de ella en las fiestas del toro embolado que se corresponde con la del animal torturado; el dramático enfrentamiento entre Soledad, la madre, y Lis, la hija, cuando finalmente le confiesa que está encinta.
Lucía Alemany opta por un naturalismo luminoso para contarnos y hacernos partícipes, porque forzosamente se empatiza con la interpretación que Carmen Arrufat hace de su personaje, esta pequeña historia de pueblo, llena de vida y también de dolor cuando se pierde la inocencia y uno empieza a saber de qué va este mundo. La película rezuma ternura por todas sus costuras.