Sexo dulce y criminal en la lucha por «Salvar el fuego»
Por Horacio Otheguy Riveira
Salvar el fuego, de Guillermo Arriaga, es una novela muy visceral, excesiva en sus relatos paralelos y en su ambición de contar demasiado sobre el macrocosmos de una sociedad como la mexicana, en plena efervescencia criminal con el egocéntrico narco-mundo expandiéndose, bien entrelazado con una democracia muy deteriorada en sus valores primigenios. Podría decirse que, de fondo, la novela promete más de lo que da. Sin embargo, ofrece una gran cascada de retrocesos y percances que cuenta con notables aciertos en la creación de los protagonistas, el uso del lenguaje versátil de México, y resulta muy valiosa la propia ansiedad del autor por recorrer sexual, ideológica y filosóficamente la extrema violencia de una sociedad apocalíptica con ingente necesidad de generar conciencia opuesta: mágica, creativa, profundamente solidaria…
Y en el, a ratos ensordecedor, contexto nacional: la amenaza represiva de Estados Unidos, esos gringos que por todas partes machacan, pero antes venden el mejor de los mundos como si fuera un palacio en la costa, con su fuerte organización de busca y captura, con sus leyes de extradición para poblar sus cárceles de máxima seguridad, más crueles que las tercermundistas, y a la vez el mayor imperio consumidor de droga del mundo:
… así le tocó el auge de la coca y de la mota, del fentanilo y de la heroína, del éxtasis y del cristal. La anaconda gringa con la boca abierta, siempre dispuesta a consumir.
Entre avances y repliegues, Salvar el fuego discurre en torno a una situación principal, realista y terrorífica, en la que la violencia cotidiana asume una agresividad ambiental de muy diverso color, según la clase social a la que se pertenezca. Todas las prisiones en determinado momento se parecen, pero la más desgarradora es única: no conoce límites, y entre las asfixiantes paredes de un Centro Reclusorio circula la cara y cruz de la novela.
«Los sobrevivientes se encuevaron entre la breña. No es que fueran cobardes. Bragados se habían partido la madre contra los sicarios de otros carteles. «Pero cuando te agarran de bajada, medio borracho y en la babia, pues entonces sí te da culo», explicó el Máquinas. «Sentimos a la flaca bien cerquita». La flaca: la santa maraca, la calaca, la fría, la chorriscuata, la carnala, la doña, la señora, la calva, la huesuda, la parca, la catrina, la piesuda, la segadora, la malquerida, la que va por ti, la sin nombre, el payaso. En otras palabras: la muerte.
El Máquinas y sus camaradas ignoraban cuántos habían sobrevivido la masacre. Algunos de sus compañeros debían de andar aún por ahí, desbalagados. ««En cuanto la cosa se enfríe, buscamos a nuestros compas para regresar a darles en la madre a estos feos». Eso significaba quedarse en el monte durante unos días y volver hasta que los halcones guachearan y les dieran razón».
La familia: centro neurálgico del universo
Realismo terrorífico entre José Cuauhtémoc y su padre Ceferino: un monstruo de amplia cultura, respetado en las cimas universitarias, que trató a sus hijos con mano dura, más bien bestial, para hacerlos fuertes, nobles y cultos a golpe de machete. José resistió cuanto pudo todas las afrentas, pero cuando lo tuvo a tiro le prendió fuego. Su hermano, en cambio, tiene otra historia que nos la cuenta, como una narración paralela que tarda mucho en conectar con la principal. La suya es una revisión de la historia familia en monólogo que quiere ser diálogo con el padre muerto. A este punto de partida se irán añadiendo muchas historias y situaciones singulares o ramplonas, que de todo hay, y sobre todo una mujer fascinante, una «fresa» de ambiente exquisito, madre de tres niños, casada con un financiero de éxito remilgado y de sexualidad elemental. Bailarina y coreógrafa de danza contemporánea tiene óptimas relaciones con gente que la ayuda en su Compañía Danzamantes de escaso éxito en la órbita culta, pero mucho en cuanto entra en una cárcel con sus osadas maneras de mover el cuerpo y hacer sentir a hombres y mujeres que corre por sus venas un espíritu libre que ella terminará descubriendo donde menos lo espera: perdidamente enamorada de una fuerza de la naturaleza, condenado a muchos años de cárcel por la ejecución de su propio padre, de un adolescente asesino y de un policía corrupto de poderes mafiosos.
Mucho podrán encontrar los que tengan la paciencia de entrar en esta selva de intenciones excesivas, desbordada de relatos paralelos en una especie de novelón hecho de novelas y cuentos, en el que cada capítulo abre con un texto de condenados con número de prontuario, sueños, desahogos patéticos o rica literatura espontánea.
Imágenes potentes dentro de cárceles y en la opulenta sociedad con su racismo y diferencias socioeconómicas extremas conviven de tal manera que de la fuerza del relato realista permite brotar un surrealismo también extremo con gente del arte y la progresía que recorre la ciudad en coche blindado y con custodios, u hombres muy generosos con los que más sufren, a costa de una fortuna labrada en la extrema explotación de las minas de carbón.
La novela se columpia mucho entre la repetición abusiva, las narraciones abrumadoras sobre el pasado de algunos personajes, y la vibrante creatividad de una estructura que admite la vehemencia como un estado natural de una sociedad en la que la violencia transita con holgura por la sexualidad puramente epidérmica y la que abunda en una forma excelsa de amor absoluto, pero también está el amor celoso, arbitrario y volcánico, así como por rasgos de ternura insólitos.
Una novela que no me parece merecedora de un gran premio como el que ha recibido porque su andamiaje avanza con más borrones que aciertos, a la que le sobran unas 200 de sus casi 800 páginas, pero al mismo tiempo he de reconocer que puede resultar muy interesante atreverse a llegar al final, a ir más allá de sus escollos, experimentar emociones encontradas al atravesar el abrumador fango real e imaginario de su estructura, porque en largos momentos Salvar el fuego deja atrás sus penosas cojeras y transita, valientemente, por una trama de vigorosa expresividad en la que sus principales personajes adquieren luces y sombras verdaderas, fuertes, y son capaces de meternos miedo y abrazarnos fuerte, sin saber a ciencia cierta cuándo va a suceder una cosa o la otra.
Por la mitad un giro de erotismo a tope entre el exquisito, culto y temerario salvaje condenado a 50 años, y la bailarina de familia respetable, madre de familia que se le entrega más que nunca en una suite alquilada a precio de oro en la mismísima prisión. Esa noche se desborda la capacidad amatoria del asesino delicadísimo que a nada le planta ascos y ella descubre un amor a ritmo frenético de bolero en plan “como no hay otro igual”: pero no hay ápice aquí de remilgos fotonoveleros, sino pura pasión encendida en medio de un deseo exacerbado al que nada le importan el chorro de menstruación ni otras escatologías: todo se junta para producir vendaval de sensaciones que desembocan en un “Te amo” que dará vuelta a la novela, y enciende los muchos talentos de su autor, hasta entonces demasiado enredados en caterva de subtemas.
Muchas citas literarias se suceden en el fluir de la narración: Hemingway, Igor Caruso, Shakespeare, Fernando Pessoa, Jean Genet, y a veces con la sola mención de grandes personajes se abordan, como es el caso de Meursault de El extranjero, de Albert Camus, y también se recuerdan obras literarias sin frenar el frenesí de la narración.
“Si se le incendia la casa qué salvaría. Salvaría el fuego” (Jean Cocteau)
“Ya que nuestra casa se encuentra en llamas, calentémonos con el fuego”, reza un antiguo proverbio italiano.
«Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa», Jorge Luis Borges
La frenética unión de la canalla criminal con la opulenta sociedad bien establecida, negocios en todo sitio, y desde luego a lo grande también en la cárcel donde hay asesinos y millonarios, empresarios que se pasaron de listos y políticos traicionados, pero que en el encierro siguen mandando y viviendo como en un hotel de cinco estrellas… El mundo narco es un fiel reflejo del capitalismo salvaje, así que:
… marcaba la diferencia entre meterse quinientos mil dólares al año a embolsarse tres millones de verdes por mes. Por mes. Bastaba que lo nombraran jefe de una plaza en el top five y venga nuestro reino: billetes a raudales, codearse con famosos, guapas por toneladas, más billetes, más guapas. Una plaza onda Cancún era su megadream. Vivir en un condo junto a la playa, administrar el ingreso de la droga en docenas de hoteles, bares y restaurantes donde miles y miles de gringos, canadienses, franceses, españoles y los consabidos springbreakers comprarían coca y tachas y cristal como si el mundo se fuera a acabar…
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Ver también:
Tras casi 20 años, «El salvaje», nuevo trabajo de Guillermo Arriaga, CULTURAMAS
Poca fe en la palabra, Babelia, El País
Entrevista «Salvar el fuego», eldiario.es, marzo 2020
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