Fragmentos volanderos

La educación, de nuevo

 

Cuando nace un niño, ese producto biológico se incorpora al mundo de la inteligibilidad de todos: le hablan, le ponen un libro entre las manos (o, más frecuentemente, la tele), le enseñan a orientarse en esta selva de símbolos en la que vivimos… Menos mal que ese raro producto biológico es esencialmente libre.

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La mente humana tiende, por naturaleza, a lo caótico, a la confusión, a lo incoherente y a lo fantástico. Se demuestra en que es la tendencia primera de la mente infantil y de la mente primitiva. Cuesta mucho domarla; cuesta mucho al hombre y a la sociedad conducirla a la disciplina de un orden… Y, antes que esto, cuesta mucho a todos establecer cuál es el orden adecuado (todavía estamos en ello).

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La infancia es la edad de la magia, de los mitos, que poco a poco son convertidos en ideologías (sobre todo religiosas y políticas) mediante la educación. Hay quienes se resisten y los convierten en poesía. La razón -que acaba con todo ello- es, pues, la contraniñez.

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Existe también un proceso necesario de digestión mental para todo: para las emociones, para los saberes y la comprensión de las cosas, para los errores… Desde luego suele ser mucho más lento que el de la digestión fisiológica.

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A la mente le pasa lo que a los vinos: cada una tiene una buena o mala cepa (que hunde sus raíces en el corazón) y, sobre todo, una buena o mala fermentación.

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Hoy he coincidido esperando el autobús con una niña de 9 años y hemos estado hablando de la propiedad asociativa y conmutativa de la multiplicación. Hoy he creído en el Hombre… y, de camino, hasta en Dios, que no nos abandona.

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La educación de personas inteligentes se limita a ser una sugerencia que se les hace; el resto lo ponen ellas. Si no hay esa capacidad, entonces la educación solo podrá ser un mero amaestramiento, un adiestramiento, un manual de instrucciones y de eslóganes (incluso ideológicos).

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Mi gran cruz es no haber sabido calibrar en mi juventud la importancia de las enseñanzas que recibía o querían suministrarme, desde el conocimiento de la Cultura Sumeria hasta el Principio de Bernoulli (que entre otras cosas me serviría para arreglar la fontanería de mi casa). Es ahora, tarde ya, cuando lo veo. Y ello porque, curiosamente, en la vejez se produce un redescubrimiento del mundo.

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La educación del individuo debería tener dos fases: una primera de adquisición de conocimientos, y una segunda de maduración y repaso de todos esos conocimientos para colocarlos en su verdadera dimensión, en su verdadera perspectiva e importancia relativa o absoluta. De modo que, por su parte, si usted quiere tener ideas propias empiece de nuevo: comience cambiando todas las ideas adquiridas en la educación y la televisión por aquellas que su sentido común y la observación, a la distancia adecuada en cada caso, vayan cristalizando en el horizonte de su visión de las cosas… Sin embargo, estos propósitos llevan un sobreesfuerzo añadido: que el sistema de enseñanza actual se ha convertido, no tanto en el proceso de adquirir y propagar conocimientos, cuanto en el proceso de trivializar conocimientos…

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Curiosamente, consideramos a los hombres responsables de sus crímenes, pero no de su ignorancia. Quien es inculto e ignorante lo es esencialmente porque no ha querido –y sobre todo en nuestra sociedad actual con tanto estímulo, oportunidades y ayudas– dejar de serlo: es culpable por omisión, de la misma manera que “quien se deja matar es un asesino” (H. Barbusse).

 

 

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