Los turistas son los otros
“Así que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la parrilla… ¡Ah! Qué broma. No hay necesidad de parrillas. El infierno son los otros”.
Así lo escribió Jean Paul Sartre en boca de uno de los personajes de su legendaria obra teatral A puerta cerrada. Y en las cinco palabras de esa frase, “El infierno son los otros”, el filósofo existencialista condensaba la relación del individuo con su alteridad, con ese otro siempre presente, siempre a nuestro lado interpelándonos, condicionándonos, observándonos, ocupando el mismo espacio… Al vivir creando comunidades, siendo el individuo un ser social, el otro es y será parte inexorable de una ecuación que siempre es problemática.
Con la ansiedad con la que alguien privado de alimento se lanza a una mesa llena de dulces, el mundo post-pandemia se ha lanzado a hacer turismo masivamente, sin freno, sin pausa y sin complejos. Pareciera que ni siquiera los temas omnipresentes durante todo el año en la agenda global (crisis económica, guerras, inflación, cambio climático) pudiera poner freno a las rueditas de las maletas que repiquetean constantemente por todo el mundo.
Viajo, luego existo.
E igual que a la camisa del glotón que come con gula sin prestar atención a las señales ni atender las advertencias, al final han saltado las costuras de un sistema de negocio híper-desarrollado al que la bomba de su falta de sostenibilidad, que se venía calentando a fuego lento desde hace años, le ha estallado finalmente en la cara.
En el reverso de las postales de los destinos turísticos hoy se escriben con la tinta roja con la que se colorea la ira y el peligro graves problemas de movilidad, de vivienda, de saturación de servicios públicos (desde el agua y saneamiento a sistemas de salud) de impacto medioambiental, de convivencia… y una lista interminable de dificultades que hace casi inviable la vida cotidiana de muchos.
Problemas sistémicos de difícil solución que, en realidad, reproducen a nivel local el mismo reto global al que nos enfrentamos como humanidad: cómo hacer compatible y equilibrar los modelos de negocio y la economía de mercado con el bienestar social (de todos, por favor, de todos) y la conservación medio ambiental.
Sin embargo, a veces son tan graves los problemas como las imágenes y relatos que nos creamos para afrontarlos y, supuestamente, solucionarlos. Poco a poco, se va imponiendo un discurso contra “el turista” que empieza ya a tener tintes discriminatorios y que descarga su malestar en “esos individuos que vienen de fuera y me molestan tanto” en lugar de concentrarse en las deficiencias y abusos de un sistema de negocio que crece por inercia y avaricia, con poco control y sin freno, cuyos costos y beneficios circulan por carriles muy diferentes y con el que, por cierto, se es mucho más condescendiente cuando es uno quien lo utiliza.
En realidad, en estos tiempos de individualismo en los que, además, va proliferando el pensamiento político nacionalista y excluyente es casi lógico que mientras que cada uno “patrocina” su marca propia en las redes sociales, haciendo fotos desde ángulos imposibles para intentar mostrar en Instagram que sus viajes son exclusivos y únicos y nada tienen que ver con el turismo masivo, se vuelva uno a casa convencido de su propia fantasía y se sienta legitimado para criticar a ese turista que ha venido a mi ciudad a “invadirla” “transformarla” y “ponerla a su servicio”.
Porque, ya se sabe: uno es un auténtico viajero. Los turistas son los otros.