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Té para los fantasmas: intriga y realismo mágico

Horacio Otheguy Riveira.

Una novela desconcertante con una notable capacidad de sorprendernos. En su país de origen alguien la señaló como un auténtico OLNI (objeto literario no identificado): un puesto de honor para el que no estamos acostumbrados. El eje narrativo va por cuenta de tres protagonistas femeninas: madre y dos hijas, y en medio la capacidad de hechizo en el siglo XXI, sin remembranzas medievales. La escritora es francesa, el ambiente en que transcurre también muy francés, pero su aliento va con poética lentitud hacia el descubrimiento de áreas profundas de ciertos conflictos, amargos y oscuros desplantes familiares: competencia madre-hijas, pero también mucho más en un alucinante recorrido con numerosas curvas en una narración que deambula por una imaginaria carretera montañosa.

Agonie es bruja. Félicité, pasadora de fantasmas. Dos actividades que conectan pero a su vez marcan diferencias, ya que un profundo silencio se ha interpuesto entre estas dos hijas de pastor durante treinta años. Sin embargo, la brutal muerte de su madre las obliga a reunirse de nuevo, muy a su pesar.

Necesitan encontrar al fantasma materno para dar cuerpo a sus últimas palabras, sin lo cual no podrás evolucionar: un puente entre la vida y la muerte que les obliga a recorrer juntas, más unidas que nunca, el pasado de esa mujer que amó a una y rechazó a la otra. No es tarea fácil. Su madre muerta se resiste a dar señales. No aparece por ningún lado, y los testigos de su existencia —en vida o ya en el otro mundo— pintan un retrato extraño, minado de contradicciones.

 

¿Qué quería decirles antes de morir? ¿Quién era realmente esta mujer fragmentada y múltiple?

 

La búsqueda de la verdad llevará a las dos hermanas desde las calles de Niza hasta el desierto de Almería, desde el Valle de las Maravillas hasta los pueblos abandonados de la Provenza, y a las profundidades de los silencios familiares.

 

Una novela que explora las relaciones entre hermanas, poniendo en duda lo que realmente sabemos sobre nuestros padres y sus vidas antes que nosotros. Una novela que viaja a través de los tiempos para hacernos explorar el enigmático condado de Niza, a casi mil kilómetros de París, desde su capital hasta sus tierras más remotas, para arrancar las costras sangrientas de secretos familiares que nunca han sanado del todo. Todo ello con la ayuda de fantasmas del pasado y preciosos tés para infusionar en teteras con fuerte carácter.

Una trama inquietante, violenta, macabra y poética.

 

 

 

 

Entrad en el salón de té. Deleitaos con una taza caliente al abrigo de la lluvia. Escuchad su historia. Comienzo en EL SALÓN DE LOS TÉS ESPECIALES.

 

«No hay que creer lo que se ve. Es una tontería de campeonato.

No: hay que creer lo que se mira.

Y no hablo de mirar el telediario o si queda leche en la nevera. Hablo de mirar con lo que tiene en el fondo de los ojos, detrás de la mirada, lo que le da ideas e historias y ansias de acantilados y de viento.

Hágame caso, joven, no hay que creer todo lo que se ve.

Por ejemplo, la jefa apostada detrás de la caja registradora. Al verla, lo primero que habrá pensado es que se trata de una bruja. Vale, no se lo discuto; tiene una pinta de bruja que tira para atrás. No le falta más que la manzana roja para imaginarnos en Blancanieves. Pero, se lo juro, cuando uno la conoce no es tan desagradable… Es más, yo diría que es la persona más amable de Niza. En fin, lo digo por lo bajini, porque, como me oiga, me larga con viento fresco del salón.

Sí, tiene usted razón, las sillas parecen vacías. Pero fíjese bien.

Las teteras, ¿usted cree que pueden subir y bajar solas? Y las tazas, ¿se vacían así, por arte de birlibirloque? Por favor. Un poco de seriedad.

Son los fantasmas, por supuesto. Los fantasmas de Niza que se sirven el té y se lo beben.

Ahora entenderá por qué la jefa lo sentó en mi mesa: aunque pueda parecerlo a primera vista, su salón nunca está desierto. Cuando estamos vivos, ocupamos los lugares que dejaron los muertos. Es la regla.

Pero, ¡alma de cántaro!, ¡a quién se le ocurre venir en esta época!… ¡Como para pillar una pulmonía! ¡Qué barbaridad!, está usted empapado, parece un pan-bagnat. Estoy seguro de que en su guía no dicen ni media palabra de que durante el Festival de Cannes siempre tenemos una lluvia que ríase usted de la de los irlandeses. A la gente que viene a Niza por nuestras playas eso le da mucha rabia, lógicamente. Lo que habrían escrito en ese librito suyo si me hubieran preguntado a mí es que, aquí, el cielo se cela de que le hagamos más caso a una alfombra que a él. Con tal motivo, cada año nos monta su numerito.

Qué quiere que le diga: cada uno tiene el cielo que se merece.

Bueno, por lo menos ha venido al sitio indicado. Cuando llueve en Niza vale más pasar el día aquí que en cualquier otro lugar, se lo aseguro. Yo, desde luego, me siento como un bizcocho dorándose al horno. Bien arrellanado en el sillón, rodeado de pacíficos fantasmas, con las gotas de lluvia repiqueteando en la ventana, las teteras arriba y abajo y, al otro lado, si limpiamos el vaho, fíjese: la calle Saleya, el corazón palpitante de la vieja Niza. Ahora mismo está todo pingando, pero es igual de bonito. Tendría que ver nuestra calle cuando hace buen tiempo, con sus toldos a rayas cubriendo el mercado de las flores. ¡Un espectáculo! Espero que disfrute al menos de un día de sol para aspirar el olor a pimienta de las dalias y el perfume verde de los barreños.

Vaya, veo que duda cuál elegir. Yo le aconsejaría el té especial de la Masque, pero son todos excelentes y hacen honor a la zona de la que proceden: el valle de las Maravillas, a dos horas de aquí. ¡Cómo! ¿No ha oído hablar del valle?… A ver, déjeme un momentito su guía. Pero qué demonios es esto: «Caminos trillados, guía experta de tus paseos secretos…». ¡No me haga reír! ¡Qué experta ni qué niño muerto! De experta nada de nada, hágame caso. Guías como esta las hay a patadas, salen como setas.

Lo cual es una lástima para usted, ya lo creo. Porque, nada más verlo entrar con su cantimplora colgada de la mochila, me dije: Vaya, aquí tenemos a un joven al que le gustan los secretos. Los de verdad, no los que algunos leen en las típicas páginas de «Sabías que» para ilustrarse mientras se cuecen al sol como cangrejos. No, se ve a la legua que usted es de los que prefieren perseguir un misterio de verdad antes que correr tras un chiquillo con manguitos por los ardientes guijarros de la playa.

Si lo que está buscando es lo insólito, me tiene a su disposición para servírselo en bandeja. Con auténticos vestigios de pueblo encantado en su interior. Una clase de secreto que el autor de su guía ni en sueños sería capaz de imaginar.

Sin embargo, mucho ojo: la excursión de la que le hablo la conocen muy pocos seres vivos: yo, los que han leído mi informe en los archivos y, por último, la bruja que está detrás del mostrador. No mucha gente que digamos. Y que no se le ocurra ir contándolo por ahí, ¿eh? No nos gustaría subir allá arriba dentro de tres meses y encontrarnos con una tienda de recuerdos con llaveros I Love Bégoumas.

De acuerdo entonces.

Veamos, para llegar allí tiene que subir hacia el interior. Ya visitará Niza más tarde, no se preocupe; hace dos mil años que está aquí, no es probable que se mueva. Tendrá tiempo de sobra para ir a la colina del castillo, al paseo marítimo, al Fenocchio a comer helado de gianduja, de acelgas o de cualquier otra majadería que se le antoje. Pero antes suba tierra adentro.

Si logra salir vivo de los atascos y de la autopista, dé gracias a Dios, y luego cruce el puente que atraviesa el Vésubie. No tiene pérdida: parece el corpiño con cordones rojos de una gigantona desvestida. Una vez pasado el puente, diríjase a las montañas. Tome la ruta del Vésubie, la que serpentea por el desfiladero siguiendo el curso del río.

Al principio, el camino le parecerá precioso, ancho y apacible.

Disfrútelo.

Pronto, el nivel del río desciende, los barrancos se estrechan. El torrente corre al fondo del precipicio sobre restos oxidados y troncos partidos por la tormenta. En los barrancos, las rocas que amenazan con despeñarse apenas son retenidas por tenues redes…».

Chris Vuklisevic nació en Niza, Costa Azul en 1992. Vivió en París y luego en Irlanda. En 2021 se publicó su primera novela, Últimos días de un mundo olvidado, ganadora del concurso organizado por los veinte años de la colección Folio SF y ganadora del premio Elbakin.net. En 2023, Denoël (Lunes d’Encre) publica Té para los fantasmas. Su tercera novela, Porcelaine sous les ruines, dentro del género romántico, la ha firmado con el seudónimo de Ada Vivalda.

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