“Donde siempre es de día”, de Isabel Marina
ALLÁ DONDE REINA LA LUZ
Por Juan Francisco Quevedo.
Regresa la poeta Isabel Marina al mundo editorial con un nuevo libro de poesía titulado Donde siempre es de día, el cuarto en una trayectoria que se inició con Acero en los Labios en el año 2016 y que continuó con Un piano entre la nieve y Un árbol que tiembla. En estos ocho años que han transcurrido desde la primera publicación, la autora se ha consolidado dentro del panorama poético con una voz propia sugerente y atractiva.
La primera parte del libro de las cuatro en que se desglosa el mismo lleva por título La última matrioska. Se abre con un poema que, en sí mismo, es una declaración de intenciones, una apuesta decidida por la escritura, teniendo y conteniendo a la poesía como vehículo de conocimiento y salvación, posicionándola casi como una verdad única con la que no solo identificarnos sino desde la que edificarnos: Solo conozco/una forma de salvarme, /de entrar en mí: /encarar la realidad y las pérdidas, /desterrar la mentira, /no disfrazar nunca la verdad. /Solo conozco/una forma de salvarme, /de entrar en mí: /escribir el poema.
No es precisamente baladí para Isabel Marina la idea de aproximarse a la literatura para que ejerza su acción sanadora como si fuera una panacea, un bálsamo de Fierabrás; al fin ejerce su influjo como si fuera una terapia de almohada desde la que reafirmarse en sí misma y así poder superar los obstáculos y miedos interiores que, en mayor o menor medida, a todos nos poseen. Está claro que se vislumbra en su poesía un componente vivencial que, como es lógico, aporta una gran emotividad a sus versos: Procuraría convencerme/de que solo se vive una vez, /de que nada de lo que pueda perder/es peor que perderme a mí misma.
A lo largo de esta primera parte se suceden con armonía los poemas, construidos con una variada muestra de referencias personales con las que componer firmemente una poesía biográfica por la que van transitando los recuerdos, la música, los lugares y aquellos seres queridos en los que la voz poética se reconoce: Partiré desde este patio, /desde el corral vacío/y la palmera ciega. /Partiré desde esta casa, /desde esta sangre heredada, /desde esta sangre que me habla.
Una poesía intimista, reflexiva y vivencial como esta que nos ofrece Isabel Marina se sustenta en esa primera persona que continuamente aflora. En ella podemos identificarnos fácilmente los lectores para descubrir y sentir entre sus versos la misma emoción que nos transmite desde el papel: Soy yo/la que vierte en cada línea, /la que dulcemente vive/en el fondo de esta plegaria, /de esta liturgia amada.
La segunda parte de Donde siempre es de día lleva por título Como pateras vacías; en ella la mirada poética de Isabel Marina se abre y amplía, aún y cuando esa visión del mundo exterior la ejercita desde su yo más profundo e íntimo: Hay corazones/como pateras vacías, /donde todos han muerto. /Ausentes de lluvia, /ausentes de la primera palabra. /Ausentes de Dios.
En la poesía de Isabel suele estar presente una pátina de cierta desolación que, aunque sin alarmarnos, la recubre de un halo conmovedor. Esta sensación puede llevar a un desamparo que en la poética de la autora sale a la luz de una manera discreta para iluminarnos y mostrarnos el camino: Donde siempre es de día: Aquí quedará todo lo nuestro, /incluido ese cuerpo gastado, / los enseres inútiles, /algunas cartas/y estos poemas que escribo. /Aquí quedará/todo lo que fui. /Nadie podrá ocuparse entonces/del pañuelo de mi madre, /que he conservado tras su muerte.
En esa mirada general hacia todo lo que nos rodea, la memoria y el paso del tiempo juegan y desempeñan un papel primordial y reflexivo con el que analizar el tiempo vivido y el que aún está por llegar: Los que ahora tienen veinte/son como tú hace treinta. /Se parecen al medallón que llevabas, /el que te regaló tu madre. /Todo parece descolocado, /una continua lava/escapando por la grieta.
Avanzamos en la lectura hasta llegar a Un mundo ordenado, la tercera parte de libro, el lugar donde Isabel Marina vuelca la mirada sobre seres anónimos y objetos inanimados para convertirlos en poesía a través de lo que sugieren a la autora que, como con la magdalena de Proust, la transportan a un tiempo más propicio para el sosiego y el bienestar: En el estante hay una figura de Lladró. /Revivo, como si fuera hoy, / la alegría con la que mi madre la compró / hace más de cuarenta años.
Por los poemas van pasando piedras, solares, un viejo piano y, siempre, esa melancolía a la que nos arrastra lo perdido y las pérdidas más personales y dolientes: El piano se lo llevaron hace años, /invadido por la carcoma. /Mi madre un día también se fue, /arrastrando los pasos, /en mitad de la niebla.
Tal vez con esas rememoraciones, con la vista siempre puesta sobre objetos, lugares, personas…, persigamos ese mundo ordenado que bien sabemos que el propio discurrir de la vida va descomponiendo hasta hacerlo desaparecer: Sus manos desde Islandia / cumplen fórmulas matemáticas /que encajan en cada nota, /creando un mundo ordenado/que no existe y, sin embargo, /consuela tanto…
Donde la muerte no llega pone fin a este hermoso libro poético con la mirada puesta sobre el amor, no solo en el amor carnal, ya que la fija en un amor más universal y panteísta, que se manifiesta en una admiración y una entrega tierna hacia lo que nos emociona, a lo que llega y penetra en nuestro yo para poseernos y llenarnos de felicidad: Mientras tanto, fotografío / la luz en los ojos de mis perros, / para recordar, cuando pase el tiempo, /que eso era el amor.
Ahora bien, la poeta es consciente de lo efímero de la belleza que acompaña al ser humano y que está condenada a la fugacidad: La nuestra es esa belleza / salvaje, pura, terrible, / una belleza que arde solo un momento / y se consume para siempre.
Una apuesta vital y existencial se manifiesta en esa voluntad por dimensionar el amor por encima de la vida y prolongarlo, en ese afán quevediano, más allá de la muerte: Se abrazan nuestros cuerpos /y los dos comprendemos /que estábamos juntos /antes del principio, /y que no existe el fin.
En esa sucesiva apuesta vital que trasciende a la propia existencia, la poesía de Isabel Marina nos lleva a un último poema donde todo permanece inalterable -la plaza de Urueña, la música de Scriabin, la madre…- a pesar de la manifiesta imposibilidad de que así sea: Hay un lugar / donde Scriabin y mi madre / nunca morirán.
Sin duda, Donde siempre es de día, el nuevo libro de Isabel Marina, nos traslada a un lugar iluminado en el que la poesía toma forma para llegar a través de sus versos, con elegancia, belleza y un fondo reflexivo, a nuestra conciencia lectora.
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