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‘Tan poca vida’, o la literatura contra el algoritmo

NATALIA LOIZAGA.

Si las redes sociales tienen un aspecto positivo es que permiten descubrir cosas nuevas, dando pie a ideas más o menos descabelladas que hasta el momento uno no se había planteado y que quizá se pueden probar. Eso pensaba, hasta que los millones de lectores que utilizan estas plataformas, el algoritmo o tal vez sus grandes líderes, me recomendaron un libro.

Tan poca vida es de esas novelas que cautiva por su portada y te desafía con su extensión. “A que no te atreves a leerme”, te susurra desde una estantería de la librería. Entonces, como no puede ser de otra forma cuando un libro te lo pide, toca hacerle caso. También es un incentivo de su compra ver la inmensa cantidad de videos publicados en redes sociales de personas llorando, tan destrozadas por su final que hacen que quieras romperte en pedazos tú también, como si no lo estuvieses ya. Curioso, que paguemos para que un puñado de palabras nos ahogue.

Es precisamente ahí donde radica el problema, en las muchas personas que se pusieron delante de una cámara durante su lectura. El libro no es malo, todo lo contrario. Es bueno, mucho, aunque su autora, Hanya Yanagihara, parece odiar a los personajes. No les deja un respiro. Con una lentitud agradecida rumia en la desgracia una y otra vez, coge tu corazón y lo pisa, eleva tu esperanza para volverla a enterrar todavía más profundamente de lo que estaba cuando comenzaste a leer. Es de los que, para sorpresa de nadie, no acaban bien, ni siquiera el lector. Es un final malo por triste, emotivo y excepcionalmente escrito, lo que lo convierte en una buena obra. Es la conclusión que todos esperaban pero nadie quería que llegase.

Pero si alguien se graba como llora, otro hace lo mismo, el siguiente también y así hasta cientos de personas, es lógico esperar coger el libro y, al menos, amagar con llorar. Cuando cierras la última página y no has derramado una sola lágrima, es inevitable decepcionarse. Es una decepción infundada porque has sido despedazado de la misma manera, solo que tus ojos no se han inundado en lágrimas y por eso parece que tu experiencia vale menos. No eres parte del club de los que ha llorado.

Desprecias la obra porque te hicieron creer que la sentirías de otra forma. Se convierte en un libro más en la estantería del salón, uno que es poco probable que vuelvas a leer. Por eso, quizá no es tan buena idea que el algoritmo nos recomiende libros. La buena literatura se rompe por una tendencia en Tik Tok.

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