“La mujer de negro” o la necesidad de contar historias… aunque sean terroríficas
Por Mariano Velasco
No es muy común ir al teatro a pasar miedo, lo cual dota a la aventura dramatúrgica de un mayor y desacostumbrado aliciente. Pero si además resulta que nos encontramos con una historia que engancha, con unas interpretaciones excelentes, con unas propuestas de iluminación y sonido muy bien trabajadas y con que el miedo es libre, libre como el mar que diría Nino Bravo, todo ello hace que La mujer de negro, basada en un relato de Susan Hill adaptado al teatro por Stephen Mallatratt, que se representa en el Teatro Fígaro, acabe siendo una propuesta no sé si veraniega, pero sí muy atractiva y sobre todo diferente para los meses de julio y agosto en Madrid.
La mujer de negro viene a ser una historia de terror de las clásicas de toda la vida, con sus fantasmas, su casa encantada, su cementerio, sus lóbregos y lúgubres paisajes de lagunas y neblina, su mujer de negro, su niño muerto… elementos estos que siempre funcionan por mucho que se repitan, está comprobadísimo, pero a los que aquí se le añade, en su versión teatral, el muy utilizado recurso del teatro dentro del teatro, y que del mismo modo, funciona también a las mil maravillas.
Una cosa que hace muy bien esta versión de La mujer de negro, excelentemente dirigida por Rebeca Valls, es que se atreve en más de un momento a romper la cuarta pared pero sin pasarse, más que derribarla se buscan sus huecos, sabedora seguramente la directora de que lo contrario podría generar demasiada tensión entre los espectadores y, por consiguiente, desviar la atención de la historia que nos cuenta el abogado Arthur Kipps. Una historia que, dicho sea de paso, conviene seguir con detenimiento porque es de esas de las que el pasado se cuela irremediablemente en el presente en busca de nada bueno. Lo mismo se puede decir de las pinceladas de humor que se deslizan por la representación, que las hay. Lo justo para rebajar la tensión sin distraer al espectador de lo que aquí se cuece, que no es precisamente como para partirse de la risa.
Hemos de decir en consecuencia que en La mujer de negro hay sustos, pero no en exceso. Y que estos además tampoco son sorprendentemente originales, sino que se basan sobre todo en la más que correcta utilización de esos dos recursos tan teatrales como son la iluminación y el sonido. La primera, la justa y necesaria para que uno se quede entre el agobio de no enterarse de lo que pueda pasar y saber a ciencia cierta lo que está sucediendo. Y el segundo, sorprendiéndonos en momentos puntuales como en las clásicas historias de terror de toda la vida.
Con todo, he de confesar que si uno no se atrevió ni a volver la cabeza para ver quién demonios ocupaba la fila de atrás, sí que en más de una ocasión miró de reojillo como quien no quiere la cosa hacia los pasillos laterales de la sala de butacas, a ver si algún personaje insospechado deslizábase sigiloso por allí.
Los dos actores protagonistas Diego Braguinsky y Jordi Ballester se mueven a la perfección en semejante ambiente fantasmagórico, y tan digna de alabar es la capacidad de desdoblamiento del primero como el justo y apropiado ritmo que imprime al relato el segundo.
Hay un aspecto más que se puede extraer de esta obra y de cómo está contada que no debería pasar desapercibido, sobre todo para quienes aman el teatro, la literatura y, al final, esa costumbre tan atemporal que tenemos los humanos desde el inicio de los tiempos, que es la necesidad de contar historias. Ya el relato de Susan Hill que da origen a la obra arrancaba precisamente en una de esas reuniones familiares en las que se cuentan… historias de fantasmas. Y es precisamente eso, y no otra cosa, lo que le sucede al abogado Arthur Kipps, que necesita hacernos partícipes de la horrible historia que un día le sucedió para sentirse liberado del mal que le tortura. Aunque, como ocurre en este terrorífico caso, a lo mejor contarlo no sea la mejor de las ideas habiendo por medio, como hay, una maldita mujer de negro.
Basada en un relato de Susan Hill
Versión teatral: Stephen Mallatratt
Intérpretes: Diego Braguinsky, Jordi Ballester
Dirección: Rebeca Valls