María Paz Otero: «Leer ayuda a sentirse menos sol@»
María Paz Otero nace en Madrid en 1995. En el año 2020 se graduó en Medicina por la Universidad de Alcalá de Henares, y actualmente es residente de Psiquiatría en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid. Con su primer libro de poemas, Nimiedades, ganó el III Premio de Poesía Joven Tino Barriuso, publicado en el año 2021 por la Editorial Hiperión. En 2023 ganó el Premio Vitruvio de Poesía con su segundo libro, A la tarde, y su último poemario, Los Atormentados, fue galardonado con el Premio Adonáis 2023, publicándose en marzo de 2024 en la Editorial Rialp.
Nunca pensé que escribiría sobre un tema tan delicado.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
María Paz Otero: La verdad es que nunca pensé que escribiría sobre un tema tan delicado y últimamente tan comentado como es la Salud Mental. Sin embargo, este libro surgió de una necesidad propia, me resultaba muy difícil no escribir sobre ello cuando en mi día a día escuchaba historias tan potentes, y que tanto me removían. No tengo una respuesta clara para la pregunta… pero sí que siento que era el momento.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Cuando empecé la residencia de Psiquiatría dejé de escribir, me costaba muchísimo construir un poema o dar forma a una idea. Un año y pico más tarde, cuando empecé a rotar en un Hospital de Día de Primeros Episodios Psicóticos, allí conocí a alguien que me dijo que tenía que volver a escribir, que era la única manera de volcar todo lo que llevaba dentro, todo lo que estaba viviendo. Y eso hice. Cuando volví a escribir me encontré con que solo podía hacerlo sobre esto, sobre todo lo que abarcan Los Atormentados.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Me gustaría que se buscase el terreno común. No quiero que el libro se lea en clave de excepcionalidad, de historias que solo ocurren en un hospital o en un contexto de salud determinado. Yo querría que lxs posibles lectorxs vieran cómo las emociones, los tormentos, las inquietudes… son comunes a todas las personas porque son simplemente humanas.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Querría que conmoviese. Y que hiciera pensar o mirar ciertas cosas que, a veces, pasan desapercibidas por desconocidas, incómodas o, en el peor de los casos, olvidadas.
¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
Generalmente no tengo en la cabeza la estructura del poemario cuando escribo. Llega un punto en el que siento que la cantidad de poemas es suficiente y empiezo a pensar en ordenarlos y darles forma. Es entonces cuando empiezo a pensar cómo se podrían organizar mejor, cómo encadenarlos. Diría que este engranaje es intuitivo, me lo paso muy bien, es una parte del proceso que me divierte mucho.
¿En qué medida veremos en él —o no— a la María Paz Otero de tus anteriores obras?
La temática es completamente diferente a la de mis otros dos libros, que eran más cursis [risas]. Los anteriores los sentí como más propios, hablaban de mis historias, mis relaciones, mi familia, mis amistades… En este libro cuento historias que pertenecen a otros. Eso ha hecho que me impusiese mucho más y que sintiera de alguna manera un respeto y una responsabilidad mayor. A pesar de todo, me gusta pensar que hay algo reconocible en los tres libros, una voz propia, una forma concreta de decir o construir, algo mío.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Los atormentados’, ¿cuáles serían?
Me quedaría con el primero: “Los atormentados”, porque es la puerta de entrada al resto de historias; con “Una colchoneta en medio del océano”, porque me gusta la imagen que proyecta, y con “La cuidadora”, porque es un poema al que tengo muchísimo cariño y está dedicado a una persona a la que quiero mucho.
La poesía es muy caprichosa.
¿Supone haber obtenido nada menos que el Premio Adonáis un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Supone, sobre todo, una ilusión tremenda. El premio me ha regalado momentos increíbles que jamás pensé que viviría, y gracias a este tipo de reconocimientos se va construyendo poco a poco cierta confianza para seguir escribiendo, creando, para intentar explorar un poco más allá… Es un motor para mí.
Y a partir de ahora, no lo sé. La poesía es muy caprichosa [risas]. Por ahora lo que he ido escribiendo vuelve a mi lugar seguro, el de mis sentimientos y las cosas pequeñas que me rodean, se aleja un poco del mundo de Los Atormentados.
Escribir ayuda a ordenar, a hacerse cargo de emociones.
No puedo resistirme a lanzarle esta pregunta a la María psiquiatra: ¿tiene la poesía la capacidad de ayudarnos a mejorar nuestra salud mental?
[Muchas risas] Es una pregunta muy difícil, pero yo pienso que sí, o al menos esa es mi experiencia como escritora y también como lectora. Escribir ayuda a ordenar, a hacerse cargo de emociones que, al ponerse sobre el papel, se hacen manejables. Y leer ayuda a sentirse menos sol@, a darnos cuenta de que nada de lo que nos pasa es único, ni solitario, ni aislado. Si eso no ayuda…
Por último, como lectora, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?
Me encantaría conocer la “Primera impresión” de Rodrigo Sancho Ferrer. Disfruté muchísimo con los poemas de su libro Vaho, que ganó el Adonáis hace unos años, y hace nada ha ganado el IV Premio Internacional de Poesía Fundación Francisco Brines, de la editorial Pre-Textos, con un libro titulado Una teoría del todo.
Muchísimas gracias por la entrevista, Javier.
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Tres poemas de Los Atormentados
Los Atormentados
No hay comprensión posible para los Atormentados,
o quizás ellos se entiendan unos a otros
y sea el lenguaje suyo aquel que guarda la clave,
o la mirada tan profunda que sostienen,
o tal vez su forma frágil de estar en este mundo.
Me aproximo a ellos con cuidado,
como el sol cuando se cuela sigiloso en la mañana
y separa uno a uno
los hilos densos de la noche.
Los observo.
Unos ríen con su risa tan pura, con tan blanquísima
risa que una siente rígidos
los músculos de su rostro. Otros lloran y entonces se acercan
los unos a los otros, no se tocan, pues el espacio
de quien sufre
es un templo sagrado y nunca debe estropearse
ese derecho último.
Aman, olvidan, sufren. Hablan poco, pero creo que comprenden
más que el resto. Escuchan más o acaso lo correcto, entienden
la importancia del silencio.
Rezan a un Dios que desconozco,
bajo la luna le rezan y Dios no les contesta, pero ellos
insisten porque a Dios, que es tan confuso, ellos acceden tal vez
más fácilmente. Y son respetuosos, y tranquilos,
y me preguntan qué tal cuando los miro.
El tiempo es diferente para los Atormentados.
No es más rápido ni más lento, pero tiene una forma
distinta y a veces se paraliza solo para ellos. Se escurre entre sus dedos,
se deja acariciar como un galgo que, asustado,
se acerca al conductor que para en la carretera.
Están en todas partes y en ninguna. Son invisibles y a la vez
son luminosos, con colores rojos y azulados pasean junto a mí,
suspiran pensativos, atentos a los suyos y tan lejos,
tan lejos de mí y tan misteriosos.
La cuidadora
Para Elena
Qué palabras. Qué palabras he de darte para situar
aquello que te estorba en cada sitio.
¿Existe acaso el sitio de las cosas? Ese árbol, ¿está donde debiera?
Qué palabras calmarían la agonía,
te harían recordar lo que inasible
queda en tu memoria.
¿Existe acaso tal cosa? ¿La memoria?
Quizás son las historias que te cuentas, no el archivo,
y tal vez cada vez se reformula, pues no existe ya más
aquel recuerdo.
Qué caricia. Cómo darte mi caricia desde lejos.
Compartir derrotadas la derrota. Hablarte de mis miedos:
en mí también la luz
solo encuentra las tinieblas.
Qué. Dime. Qué te digo que te acerque al mundo.
A ti, que tan perdida te me muestras.
A ti, que no respondes mis preguntas.
A ti, querida mía, quién te cuida.
Una colchoneta en medio del océano
Claro está que el negro
no es el único color de la locura. Al contrario.
La locura es elegante, cuando la luz la atraviesa,
como al mar, tan oscuro en el fondo, tan temido,
sus miles de colores surgen en la superficie.
Clara está su inteligencia. La locura es una estricta
maestra de astrofísica. Incomprensible
casi para todos.
Nos aterra, claro está,
porque es un animal que nunca vimos
y a quien le suponemos larguísimos colmillos,
terribles mordeduras venenosas. Clara está
también nuestra ignorancia. Lo poco que conocemos. Nos deslumbra
cada vez que se nos muestra. Es difícil, fatigosa, no se deja
acariciar tan fácilmente. Está claro que los sabios
miles de años trataron de explicarla,
y aun así nada sabemos. Está claro.
Claro está que sólo quien la lleva dentro
es capaz de conocerla, ser su amigo.
El resto sólo caminamos en el borde.
Asomamos la mirada al precipicio.
Respiramos a veces de su aire.
Si hay algo que está claro, es que cuando una observa
la locura desde lejos, fascinada, la soberbia impide ver
que la frontera no existe
y una puede aparecer, sin percatarse,
en una colchoneta en medio del océano
ya para siempre lejos de la orilla.
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.