Javier García Gibert: «Aunque desconozca su tradición, Europa ha sido creada por los valores del humanismo»
Javier García Gibert es una de las máxima autoridades sobre el humanismo occidental de nuestro país. Entre sus obras más señeras se encuentran La humanitas hispana, Con sagradas escrituras y Sobre el viejo humanismo. Exposición y defensa de una tradición, que acaba de conocer una nueva edición corregida, tras la primera publicada en 2010. Se trata de trabajos divulgativos pero con un intenso trabajo documental y bibliográfico, además de escritos con una excelente prosa, en el más puro estilo de los humanistas clásicos. García Gibert es un paladín de la cultura occidental, y en sus palabras detectamos el ardor y la convicción que caracteriza a quienes creen que nuestra tradición bimilenaria es un tesoro a conservar, transmitir y proteger de quienes la quieren cancelar.
– Tiene usted una larga trayectoria como hispanista y como humanista. ¿Qué lugar ocupa la obra que ahora se reedita dentro de su producción ensayística?
El libro salió en 2010, el mismo año en que publiqué La humanitas hispana. Sobre el humanismo literario en los Siglos de Oro. La coincidencia en el año se debió a circunstancias meramente editoriales, pero lo cierto es que los dos libros pertenecían a un mismo impulso de creación -y a veces incluso de escritura- porque ambos trataban sobre la misma tradición humanista, uno en plano más general y otro en plano más corto y focalizado, por así decirlo. Por otro lado, el libro de La humanitas hispana tenía que ver con mis publicaciones anteriores sobre la literatura áurea española (Cervantes, Gracián, el Barroco…), mientras que Sobre el viejo humanismo completaba la obra que había publicado ocho años antes sobre la tradición judeo-cristiana en mi libro Con sagradas escrituras. Diez ensayos sobre literatura bíblica, tratando de abordar así con una amplia perspectiva las dos grandes fuentes originarias de la tradición occidental: la judeocristiana y la greco-latina.
– ¿A qué se ha debido la reedición de esta obra? ¿Hay algún tipo de cambios respecto a la edición original?
En primer lugar, obviamente, la reedición obedece a que la edición anterior (en Marcial Pons) hace tiempo que se había agotado. En segundo lugar, a mi convicción de que aún existían lectores para ese libro. Y en tercer lugar a que la editorial que me hizo la propuesta de la nueva edición (Cypress Cultura) abrigaba esa misma convicción.
La obra es la misma sustancialmente. He subsanado, eso sí, bastantes erratas y algunos errores, y he añadido en el último capítulo algunas reflexiones sobre La montaña mágica de Thomas Mann, que he creído ilustrativas para aclarar alguno de los puntos. Y luego, eso sí, he actualizado el texto en aquellos escasos lugares en los que se hacían referencias al presente inmediato. Una de las cosas que más me ha sorprendido, por cierto, al preparar esta nueva edición ha sido advertir lo que han cambiado las cosas en los escasos quince años que median entre las dos ediciones. Hay que pensar que cuando escribí la primera, en 2010, aún no se habían impuesto las redes sociales, no se hablaba de la Inteligencia Artificial y lo que se llevaba en el discurso político y social de Occidente eran apelaciones a la tolerancia y al relativismo (aunque ya empezaba a proliferar ese absurdo oxímoron de la “tolerancia cero”) y proliferaban las éticas dialógicas y de mínimos. Aún no había explotado el neopuritanismo autoritario de la ideología woke que hoy invade el pensamiento occidental.
En realidad, esto nos enseña varias cosas. En primer lugar, lo rápido que cambia todo en estos tiempos digitales. En segundo lugar, que el relativismo y las éticas blandas son un campo abonado para la aparición de ideologías políticas y sociales autoritarias y ávidas de poder. En tercer lugar, el papel que el viejo humanismo, con sus hondos fundamentos éticos y racionales y su proverbial libertad de juicio frente a las imposiciones, puede desempeñar para afrontar con las mejores armas esas nuevas intolerancias dogmáticas y señalar también su perversión intrínseca y su condición efímera en el libro de la Historia.
– ¿Podría usted describir a los posibles lectores el tipo de obra que es Sobre el viejo humanismo? ¿A qué público cree que va dirigido? ¿Qué salida cree usted que tiene en la nutridísima oferta editorial de nuestros días?
Bueno, se trata de un ensayo histórico y cultural de amplio recorrido, básicamente expositivo, aunque no exento de interpretación. No es un “tratado” ni un libro de erudición (como no lo era tampoco Con sagradas escrituras), sino más bien, tal como yo lo entiendo, un ensayo reflexivo de divulgación cultural, y un recordatorio sobre las fuentes de conocimiento del mundo occidental. Por su propia configuración panorámica y su carácter ensayístico el libro excede el ámbito propio de los especialistas y va en busca de personas conscientemente inmersas e interesadas en la tradición cultural que los constituye. Una tradición que, como decía antes, puede aportar instrumentos utilísimos para elaborar el diagnóstico y las pautas a seguir en la difícil encrucijada histórica en la que nos encontramos.
En cuanto a su salida “comercial”, no me preocupa demasiado. Creo, no obstante, que es un libro de amplias miras y de largo aliento que encontrará siempre destinatarios cómplices. Así lo he comprobado al menos desde que lo publiqué en el año 2010. Hay un concepto de mercadotecnia digital que oí hace poco y que se conoce como “long tail” (“larga cola” en sentido literal, aunque creo que en español lo traducen como “larga estela”). Se alude con ello a esos productos que, no siendo capaces de producir éxitos fulgurantes e inmediatos, acaban siendo rentables en último término porque su consumo es sostenido en el tiempo. Me gustaría pensar que Sobre el vejo humanismo podría responder a dicho concepto.
– Quizá pueda llamar la atención que haya elegido el adjetivo “viejo” para calificar a ese humanismo, cuando se ponderan precisamente los rasgos y virtudes intemporales de esa tradición. ¿Podría usted comentarnos algo de eso?
Sí, es verdad que hay personas que me ha manifestado una cierta reticencia a que aparezca ese adjetivo en el propio título, como si “viejo” significara “caduco” o falto de vigencia. Pero todo el libro manifiesta lo contrario, y además yo mismo, al principio del prólogo, trato de explicar ese calificativo. No sólo es “viejo” porque es una tradición de antigüedad milenaria, sino también porque, como sugiere la anteposición del adjetivo, es una querida tradición que ha girado y gira permanentemente en torno a los intereses éticos, estéticos, intelectuales y espirituales más auténticamente entrañados en el ser humano. Podemos, por tanto, referirnos a ella afectivamente, como quien se refiere a una “vieja afición” o a un “viejo amigo”.
Pero obviamente, y aunque en mi libro el concepto de humanismo se utiliza, a fin de cuentas, en su más canónica acepción histórica y cultural, es obvio que el término resulta hoy tan equívoco y resbaladizo que la elección del adjetivo “viejo” responde también a un intento de especificarlo, subrayando en concreto su diferenciación respecto a esos supuestos humanismos “nuevos” o humanismos “de la modernidad”, herederos todos ellos de la Ilustración dieciochesca, que se fundamentan en el mito del progreso, en el humanitarismo sentimental, en el realismo científico-técnico, en el igualitarismo democrático, etc. No es que el viejo humanismo contradiga todos o algunos de esos rasgos, es que no entiende por qué circulan con su nombre.
Y lo cierto es que creo que, en la actualidad, uno de los modos más clarificadores de precisar los principios, valores y finalidades de la tradición humanista es confrontarlos con los de ese nuevo –y hegemónico– humanismo humanitario de nuestros días, que tiene su origen en el siglo XVIII. Ese es, de hecho, uno de los principales propósitos que tiene mi libro en sus últimos capítulos.
– Y ya que nos hemos referido al título, podríamos también destacar en el subtítulo del libro, ese término “defensa” que le da un carácter militante y combativo…
Sí, eso es totalmente cierto y está totalmente asumido por mí. Sin embargo, el subtítulo completo dice: “Exposición y defensa de una tradición”. La defensa viene cuando la tradición, ya constituida, empieza a ser atacada, lo cual ocurre históricamente a partir del siglo XVII. Pero más de la mitad del libro expone previamente, con cierto detalle, cómo se constituye históricamente esa tradición y cómo van apareciendo sus rasgos principales. En esta parte expositiva afloran los nombres y fuentes imprescindibles del canon humanístico (un canon, por cierto, que no es académico, sino que se constituyó espontáneamente al correr de los siglos en una hermosa y sentida cadena de admiraciones). La visualización y noticia clara de dicho canon –y de cualquier otro canon histórico-cultural– me parece esencial en cualquier aprendizaje de corte humanístico, y eso es algo, dicho sea de paso, que no suele hacerse hoy en día en las universidades, donde a menudo el programa de aprendizaje se centra en la moda del momento, cuando no en la investigación específica que está haciendo la cátedra o el catedrático de turno.
Pero sí, una vez establecido el canon y los presupuestos de esa tradición humanística, el libro (y el autor) mantienen una perspectiva que supone implícitamente una adhesión a los mismos a medida que van apareciendo los elementos disolventes, y esa adhesión se convierte en una defensa explícita cuando se traicionan o se desvirtúan a partir del siglo XVIII o cuando son atacados de manera directa, como ha sucedido en algunas propuestas filosóficas e intelectuales del pasado siglo, desde Martin Heidegger hasta Jacques Derrida. ¿Qué otra cosa puede hacer un humanista convencido?
– Y una última pregunta: ¿tiene futuro y continuidad la tradición humanista en el siglo XXI?
El siglo XXI es claramente un cambio de era en la historia de la humanidad: la era digital. Esta nueva era está fundamentada, como sugería antes, en una curiosa mezcla –muy dieciochesca, por otro lado– de racionalismo técnico-científico e irracionalismo sentimental. Ello se ha plasmado en el llamado ciberhumanismo (comunicación masiva, mundos virtuales, inteligencia artificial, robótica, etc.) y en el transhumanismo (basado en los avances de la biotecnología y de la ingeniería genética, con su peligroso fleco de derivas eugenésicas, imposiciones ecológicas y desvaríos animalistas). En estas variantes posthumanistas hay un riesgo inminente –como jamás lo ha habido antes en la Historia– de deshumanización del ser humano, de pérdida de su valor, de su individualidad, de su dignidad.
Cualquiera se da cuenta de ello, y están, de hecho, empezando a percibirse desde diversos ámbitos distintas variantes de resistencia anti-moderna frente a esta agenda de desarrollo tecnológico, auspiciada por una ideología invasiva que se autodenomina progresista. El “viejo humanismo” es una de esas fuerzas resistentes. Aunque no es una más, porque es la que ha configurado la civilización occidental. Cultural y espiritualmente es la más poderosa, la que más y mejores frutos ha dado (aunque siempre haya de ponerla, desde luego, en relación dialéctica y admirativa con las grandes culturas y civilizaciones de Oriente). Ha sido, en cualquier caso, la creadora de Europa, aunque la Europa oficial ya no crea en ella, o peor aún, la desconozca casi por completo. Por eso está hoy en franca decadencia. Mi libro, en último término, es un recordatorio de esa tradición y de esos valores.
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