‘In nomine Filli’, de Gabriel Ramírez Lozano
DANIEL GONZÁLEZ IRALA.
Publicada en 2006, estamos ante una negrísima novela también en clave de género, si bien el autor aquí logra marcar más si cabe que en La edad de los protagonistas la vertiente existencial, de tal manera que partiendo de la reflexión de Faulkner en Las palmeras salvajes, novela de la que toma prestada la idea más dura y real sobre el amor —no sólo romántico— jamás leída al menos antes del ahora considerado por muchos malhadado siglo XX, y es que este sentimiento conlleva dolor, y no tener esto presente, puede llevarnos a algo más que a malbaratarlo.
De estructura circular, la novela está dividida en tres partes, más una presentación de Beatriz, madre de dos hermanos cuya relación y genética viene determinada por los celos —en este sentido la novela debería también quizás algo a Lowry y Joyce como grandes innovadores en la novelística de principios del siglo pasado— y la mala calidad de los reproches, rayanos en un maltrato físico del hombre a la mujer, que lleva a mostrar lo aún así problemático que resulta aún la femineidad como un rasgo de mínima comprensión, decencia o empatía hacia lo distinto. Todo ello viene dado por la clase social de los personajes y una baja autoestima mediante la que les resulta fácil expresarse en monólogos interiores y en diálogos —en el caso de Germán— con su compañero de oficio Michel, policía con el que lleva una relación de amistad que no se trunca por los pelos —o por el fallo en el gatillo de un revolver— y que lleva al personaje del hijo, a querer seguir siendo algo para un cadáver cuyo cuerpo se ve como tirante folio en blanco, tan lleno de nada, a ojos de su hermana Claudia, un cerdo, y por el que terminará por sentirse incapaz de encauzar la maldición de pertenecer a esta familia, como hija y madre y sobre todo hacia un padre maltratador, pero que también es capaz de tirarse por el balcón de un quinto piso.
No es este un escritor al que le guste andarse con medias tintas como habrán podido comprobar. Y es que de esa oscuridad que durante tiempos más procelosos y menos amnésicos que los actuales se trataba de iluminar estos temas con algo más que una linterna, hoy quedan desterrados en más de una ocasión a los sótanos del olvido, algo que consideramos del todo injusto, dado que, si el ser humano es algo, la memoria también debiera estar entre sus cualidades para bien y para mal.
Es posible que a su estilo se le achaque cierta morosidad, y que sus como mucho seis o siete personajes —entre los que cuento a Antonia, esa dulce prostituta y limpiadora en horas bajas, de la que Germán queda prendado en Arrugas— adolezcan por momentos de un movimiento que no es tal, pero ello es premeditado y calamitosamente frío, sobre todo para los protagónicos. En demasiadas ocasiones he oído decir que una novela es como un bosque en el que pocos se atreven a entrar, y menos aún pueden salir.
«Podría haber llegado a ser un reflejo suyo, pero la fatiga de seguir un camino ajeno es lo que hizo de mi una mala copia girando en espiral contra cada pensamiento»; en esta frase de Germán se deja ver no solo cómo la tarea de un hijo ante un padre cuya sombra es más que alargada, es resignada para el que no busca más que sol o futuro. En este sentido, la novela también requiere no solo de un aprendizaje de los clásicos para ser digerida, sino del entendimiento de lo que no es porque no puede ser, es decir, de la incapacidad de ser uno mismo por más que se intente y de la resignación que ello provoca. Se agradece que no se cuelgue la pluma o máquina de escribir antes de llegar a la mitad, y es en ese movimiento o no moroso, donde a su vez gana puntos en su lectura.
«A veces creo que las palabras son ruidos secos, cosas que caen para llamar la atención para hacer daño, lápidas para tapar objetos que nos empeñamos en mover» y es que con no poca sinceridad se expresa alguien que sin necesidad de desnudarse ni hacer ningún estriptis emocional, se queda mirando, como diría Nietzsche, tan de continuo al abismo, que este es capaz de reconocerlo como lo que es y en realidad no ha querido dejar de ser.
La voz femenina, igualmente bien construida, muestra en su haber una rabia nada contenida hacia el padre, así como una desesperación hacia todo lo que el macho —incluyendo por supuesto a su hermano— busca.
Fue presentada el año de su publicación por José María Merino, quién no resta méritos a su escritura en el prólogo, a pesar de o quizás por ello, lo difícil de la propuesta.