“La reina de la belleza”: un drama con clímax de terror universal
Horacio Otheguy Riveira.
La reina de la belleza lucha con furia y esperanza en un círculo de terror del que Maureen pugna por salir de las terribles garras de su anciana madre. Y lo hace a ciegas, rabiosa, pero también con dulzura hacia sí misma, bregando entre ilusiones fabulosas que suelen estrellarse con una sórdida realidad.
La puesta en escena crea un panorama de terror gótico, con mucho del realismo propio del gran teatro irlandés del siglo XX, La reina de la belleza de Leenane es la primera obra de Martin McDonagh, de 1996, cuando contaba 26 años (El hombre almohada, El cojo de Inishmaan): una sobresaliente lección de teatro por donde circulan diálogos esculpidos, fugaces impresiones de la era Thatcher, y una miseria profunda entre hombres y mujeres obligados a salir de la imponente tierra “de montañas y becerros” donde han nacido bajo el frío y la lluvia pertinaces, con suficiente fuerza para sobrevivir explotados en la feroz Inglaterra “durmiendo en camastros con meados”, o en la más ilusionante, aunque más lejana, ciudad de Boston, Massachusetts, donde también pujan por ser ellos mismos en un mundo que les entornará sus pesadas puertas de madera y acero. Si esto es parte del ámbito geográfico y social en que se desenvuelve, esta obra palpita entre situaciones muy íntimas con cuatro personajes que, siendo arquetipos solitarios de una sociedad de granjeros bajo la lluvia, se salta los estereotipos para involucrarse en las entrañas de seres singulares: una mujer egoísta, prototipo durísimo de maldad que, durante los 45 años de vida de su bella y vitalista hija Maureen no ha hecho más que hundirla en una perenne castración para retenerla y ocuparse de su vejez, en lugar de huir casada como sus hermanas…
La pureza de los diálogos imbricados en situaciones de rica síntesis dramática, cuentan con una muy interesante adaptación al castellano de un habitual en las puestas en escena de Echanove: Bernardo Sánchez Salas. El desarrollo funciona como un reloj suizo en los diálogos como puños de la joven contra una “vieja chocha” que arroja el contenido del orinal en el sumidero de la cocina… y todo sucede en una armonía lingüística espléndida que da un triple salto de bellísimo resultado cuando se escucha en la radio una muy melodramática canción irlandesa, mientras Maureen y Pato se abrazan, aspiran a caricias más largas y profundas, y sobre todo festejan el gozo futuro de sus cuerpos de tal modo que, entre risas, se cuentan el argumento de la canción, puro tormento del que se sienten al margen, se mofan de La rueca, tonada favorita de la madre siempre quejosa e hipocondríaca; la excitada pareja se mofa y hace befa en un encuentro que parece el más feliz de su desdichada existencia. Una eficaz concepción poética, contradictoria y fascinante que el pulido lenguaje español enriquece con creces. Una perla entre muchas otras.
Por lo demás, la sutil iluminación de David Picazo y los variados sonidos y música original de Orestes Gas (admirables los leves compases folclóricos introducidos cuando menos se les espera) aportan mucho para la sombría y a la vez luminosa creación del director al exponer un núcleo de gente en alta tensión, donde no se escucha ni se ve la lluvia, pero tiritamos y nos emocionamos siguiendo la precisa cadencia de seres atormentados que se resisten, y hacen lo imposible por coger las pesadas maletas y volar…
Autor Martin McDonagh (Londres, 1970)
Adaptación: Bernardo Sánchez Salas
Producción: José Velasco
Director: Juan Echanove
Diseño de Escenografía: Ana Garay
Diseño de Iluminación: David Picazo
Diseño de Vestuario: Ana Garay
Música original y espacio sonoro: Orestes Gas
Ayudante de escenografía: Isi Ponce
Jefe técnico: José Gallego
Ayudante de producción y regidor: Carmen Macua
Técnico de sonido: Natalia Moreno
Fotógrafo: Sergio Parra
Producción Ejecutiva: María José Miñano
Jefa de Producción: Triana Corté
Distribución/Prensa: María Álvarez
Directora Comunicación: Cristina Fernández
Redes Sociales: María Elosúa
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