Radiografía de la Feria del Libro de Madrid
Se dice que para escribir sobre algo hay que dejar que transcurra cierto tiempo. Nada de aporrear el teclado caliente como un macaco en época de celo. Si la excitación de domina, «escribe un relato». A buen entendedor…
Han pasado un par de semanas desde la clausura de la Feria del Libro de Madrid. Exactas. Podía haber publicado entonces este artículo en lugar de la oda a Crichton, pero hubiera roto el ciclo del macaco excitado. Salí por la tangente. Escribí un relato que llevaba tiempo anclado en la diminuta sección sensata de mi cabeza. Y dejé reposar la experiencia.
Este 2024 ha sido el segundo año que asisto (y participo) a la Feria del Libro de Madrid. El año pasado vivía en mi Cantabria. El viernes de inauguración firmé ejemplares de Cabárceno en la caseta de Desnivel. Llovió de narices. Ya sabéis, que tu tierra te acompañe, y eso. El sábado, antes de volver al norte creo que en tren, un sol de castigo ponía de su parte para quintuplicar la afluencia. Me autorregalé una edición chula de Misery en rústica y compré un par de libros para Ella. Y flipé. Qué maravilla. En mi constante periplo Cantabria-Madrid, un año antes de publicar Cabárceno me quedé a las puertas de visitar la Feria. El día de la inauguración metí mis trastos en el coche de un amigo y me mudé de nuevo a la tierra donde nací.
Pero, ojo. Este año iba preparado. Piso en la capital, empleo en la capital, dos obras publicadas con editoriales de la capital (la antología Mecánica de fluidos y la novela Mo-Ho), una apenas una semana antes de la cita. Rasqué ocho firmas, la mitad en la caseta de Apache Libros, editorial de renombre en el ámbito del terror, ciencia ficción, suspense y fantasía nacional. El ojo amarillo de la cubierta de Mo-Ho tuvo ocho horas para vigilar a los transeúntes que, deseosos de la llegada del verano, ignoraban lo que acechaba debajo del agua.
Ocho firmas son ocho días allí, además de alguna visita como turista. He visitado y trabajado en otras Ferias del Libro y, como esta, ninguna. Madrid es una auténtica fiesta de la Literatura. Hileras de curiosos, miles de títulos, y la ilusión de los desconocidos que, de tanto bucear en el océano de papel, escogen tu obra sobre las demás. Hace poco escribí sobre lo jodido que es vender libros, sin eufemismos. En la Feria de Madrid se venden muchos (salvo el viernes que nos quedamos hasta las 23:30, que, a partir de cierta hora, flojeó el asunto). La gente decide que ha llegado el momento de hincarle el diente a una buena novela. A veces, es la novela la que se los hinca a ellos.
Es una lástima que hasta el año que viene no se repita el panorama (libreros y editores quizá no piensen lo mismo). Aún quedan algunos eventos chulos por delante (la semana que viene presento MIMO en la Semana Negra de Gijón, y después en Felisa, la Feria del Libro de Santander, y queda el Celsius…), pero ninguno alcanza estas cotas. Si amáis los libros, al menos una vez debéis visitar Madrid durante la Feria. Con mochila y un par de billetes dorados. Os sorprenderán las kilométricas colas de fanáticos que aguardan, con las neuronas achicharradas por el bochorno, sus dos minutos con el autor admirado y la firma de turno. La larga lista de novedades, a cada cual más curiosa, que soportan el underground de la Literatura sin tener apenas presencia en librerías. El trabajo de las editoriales independientes. Las historias recónditas de sus autores. Y los eventos de las carpas centrales, donde uno puede refugiarse del ajetreo y decidirse entre esos tres o cuatro libritos a los que ha echado el ojo, si no apuesta por comprarlos todos.
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