Noticias desde el mar
No hace muchos días se cumplía el primer aniversario de la implosión del Titán: un submarino privado en el que cinco personas practicaban un exclusivo turismo de alto riesgo para visitar el pecio del Titanic. El sumergible, del que luego se supo que no había cumplido con todas las normas de certificación y seguridad, perdió contacto con la superficie y desapareció en aguas internacionales. Al hacerlo, paradójicamente, se hizo conocido y visible ocupando las portadas de los periódicos de todo el mundo, abriendo programas de noticias en todos los idiomas y creando uno de esos momentos en los que la información se transforma en espectáculo, en un docudrama en vivo y en directo con el paso a paso de una sofisticada operación a contrarreloj para rescatar a los tripulantes antes de que se agotaran las reservas de oxígeno del pequeño artilugio.
La situación reunía todos los elementos para enganchar a la audiencia mundial y convertirse en un taquillazo: aventura, lujo, tragedia, suspense, acción, cuenta atrás, tecnología de ciencia ficción… Sin embargo, a diferencia de aquella igualmente mediática y angustiosa experiencia en la que más de treinta mineros de Chile quedaron atrapados en el fondo de una mina durante más de dos meses, esta película no tuvo final feliz.
Al mismo tiempo, se producía otro naufragio a miles de kilómetros de distancia: un viejo pesquero se hundía en las aguas del mar Jónico y con él se ahogaban entre 400 y 700 personas, migrantes y refugiados, tan desesperadas en su tragedia como los cinco pasajeros del Titán aunque no resulta difícil pensar que, a diferencia de éstos últimos, sus desesperaciones y angustias ya existían mucho antes al momento de embarcarse en su precaria aventura buscando ayuda y protección.
Son muchas las cosas que ocurren en esa dimensión paralela a la realidad acotada por el sesgo aporofóbico que tan brillantemente explica y desarrolla la filósofa española Adela Cortina. Quizá por eso el suceso no tuvo tanta repercusión mediática y, también a diferencia del Titán, la operación de rescate empezó y llegó tarde, mucho después de las primeras llamadas de socorro, y de que las autoridades se enzarzaran en discusiones sobre competencias y responsabilidades. Cuando eres pobre no deberías ahogarte en aguas internacionales.
En este mes de junio, el mar nos ha dejado también otras imágenes que son el epítome de la sociedad que hemos construido y en la que vivimos:
Un crucero de lujo con setecientos pasajeros que han pagado entre cuarenta mil y ciento cincuenta mil dólares para dar la vuelta al mundo en 180 días (cien más de los que concedió Julio Verne a Phileas Fogg en su legendaria y trepidante novela) se acerca rumbo a las Islas Canarias surcando tranquilamente las olas del Océano Atlántico hasta que en un golpe de mar, guiado por la brújula moral bien orientada de los marineros que saben que se rescata primero y se pregunta después, interrumpe su ociosa singladura para auxiliar a un cayuco a la deriva con 68 personas a bordo, 3 de ellos niños, y 5 cadáveres. El dramático y exitoso rescate fue grabado por los móviles de los pasajeros del crucero, a quienes una punzada de la más triste y dura realidad pinchó la burbuja de felicidad en la que viajaban.
La esencia de la historia no es muy distinta a la imagen de una persona sintecho durmiendo en el suelo a la entrada de un lujoso centro comercial. O la de una cola de comida de beneficencia que se extiende por una concurrida calle del centro en la que abundan (en la otra acera, claro) bares y restaurantes de diseño moderno, supermercados ecológicos y salas de teatro. La misma de alguien pidiendo limosna en un semáforo, acercándose a un vehículo de alta gama cuyo conductor, protegido por los cristales alzados y la climatización interior, puede evitar incluso entrar en contacto visual fingiendo que no ve.
De tanto fingir, nos hemos vuelto ciegos.
A la lupa que magnifica el lujo y la ostentación hasta convertirlo en entretenimiento aspiracional, se suma también el filtro que las contempla con obsesión, fascinación y culto. La fina línea-frontera, cotidiana e invisible, que separa privilegiados de marginados, ricos de pobres, afortunados de desheredados también existe en el mar.
Ps.- Mientras esto escribo, unos atroces incendios han arrasado (otra vez) una parte de la isla griega de Hidra. Según las investigaciones, la causa se encuentra en los fuegos artificiales lanzados desde un yate durante una fiesta. No tengo más remedio que repetirlo: fuegos artificiales lanzados desde un yate durante una fiesta.