El Tour como ficción 2024 (I). Montalbano y la excursión a Niza

Permite que me presente, amigo lector, si es que tengo ya el derecho de llamarte así. Imagino que esperabas leer las palabras siempre lúcidas y jocosas de Julio Salvador Salvador, a quien correspondía abrir este año las crónicas de El Tour como ficción, o si acaso no confiabas en él, al menos las líneas llanas salidas de la pluma de su inseparable Luis Fernández Mosquera, quien ya te escribió el año pasado sin ir más lejos, agradecido desde Bilbao y hambriento desde el Mont Blanc; y he aquí que encuentras el nombre acaso conocido pero extraño a tus oídos castellanos de Artemio Gonçalves, que te saluda desde Florencia en la víspera del Grand Départ de 2024. Permite, pues, que te salude y que presente mis credenciales de cronista avalado como poeta oulipista, director de cine y faro de la crítica ciclista en un país de tradición tan escasa como Panamá, donde puse en marcha hace ya más años de los que me gustaría admitir la afamada Vuelta al Canal, que me valió la nominación a galardones tan dispares como el premio Lenin de la Paz, el premio Juan de Mariana o el premio Mastropiero. Déjame también que agradezca públicamente a Culturamas la confianza que deposita en mí para cubrir el hueco que dejan los dos plumillas estivales en una espantada tan indecorosa como incomprensible, aunque en parte anunciada, y el obsequio que me hace de pagarme, además de mis honorarios, las dietas para seguir la caravana del Tour en una alegre excursión de tres semanas desde Florencia, donde mañana arranca la carrera, hasta Niza, ciudad hasta la cual por primera vez en la historia los Juegos Olímpicos han expulsado a la Grande Boucle lejos de París.

Pero no se trata de hablar de mí, sino de la competición, y de sus valores literarios, si los tuviera. En este sentido, el Tour de este año presenta dos líneas argumentales paralelas que dudo que lleguen a converger. La más interesante parece la que rodea la carrera, y no la que se desarrolla sobre la carretera, porque es una trama policiaca. Sí, como posiblemente ya sabrás por la prensa generalista, el Tour de este año arranca bajo amenaza terrorista después del atentado perpetrado por un comando desconocido en marzo en la Vuelta al País Vasco, que provocó la caída de varios de los favoritos a la victoria final con graves consecuencias en algunos casos: Primoz Roglic, por ejemplo, se retiró muy magullado pero sin lesiones de gravedad; Remco Evenepoel sufrió la fractura de su clavícula y su omóplato derechos; y, sobre todo, Jonas Vingegaard, ganador de los dos últimos Tours y favorito indiscutible para el de este año, al que Luis y Julio bautizaron con poco ingenio como Vinagres, fue evacuado en ambulancia para pasar doce días en el hospital con fracturas en la clavícula y en varias costillas, contusión pulmonar y un neumotórax. Este no ha vuelto a correr desde entonces, mientras que Evenepoel y Roglic volvieron a caerse hace unas semanas en la Dauphiné Libéré, acompañados, entre otros, por dos importantes gregarios de Vingegaard, Van Baarle y Kruijswijk, que no correrán el Tour por sendas fracturas de clavícula y cadera. Afortunadamente los tres tomarán mañana la salida, pero tanto ASO, la empresa que organiza la carrera, como las fuerzas de seguridad francesas e italianas sospechan de un plan concebido para favorecer a Pogacar (todos los afectados han sido rivales directos y amenazantes o gregarios de sus equipos) y han enviado al Tour a su mejor investigador, el comisario Salvo Montalbano, de Vigàta, al que he podido ver ayer mismo en la presentación de los equipos en el Piazzale Michelangelo. Ignoro cuáles son sus líneas de investigación, aunque parece que se sospecha de los servicios secretos emiratíes porque este país patrocina al equipo en que corre Pogacar; pero puedo confirmarte que su aspecto difiere notablemente del del actor que lo encarna en la serie de televisión. El Montalbano real es alto y corpulento y, lejos de ser calvo, tiene el cabello cano y abundante. Aparentemente, no siente una gran pasión por el ciclismo, lo que quizá sea una condición imprescindible para que su trabajo llegue a buen puerto.

Estaremos atentos, por tanto, al desarrollo de su investigación y a la posibilidad de que haya nuevas caídas, lo que por otra parte no sería ninguna novedad, sino la continuación de una tradición antiquísima en la primera semana de cada mes de julio. Por otra parte, sobre el asfalto, se espera un desempate entre Vingegaard, ganador de los dos últimos Tours, y Pogacar, vencedor en los dos anteriores, lo que a su vez supondría un desempate entre dos formas de entender el ciclismo y la literatura. Luis y Julio tenían razón en asociar a Pogacar a la epopeya clásica, aunque estropearan la idea con epítetos tan cursis y desmedidos como ellos mismos. Todo fuerza y pujanza, su lucha, más que contra otros ciclistas, es contra la historia y contra las limitaciones humanas, en especial este año, en que busca reeditar el doblete Giro-Tour veintiséis años después de que Marco Pantani lo lograra por última vez. Para conseguirlo, más que vencer a sus rivales, deberá esquivar el castigo que los dioses suelen reservar a la hybris heroica y que en su caso se materializó el año pasado en forma de pájara mitológica (y no se trata de un grifo ni de una esfinge, sino de un pastor alpino armado con un mazo) que lo alejó nada menos que ocho minutos de la victoria en una sola etapa. Y digo que deberá esquivarlo porque, lejos de toda modestia y mesura, no ha atenuado ni un ápice su tendencia al derroche: este año ha ganado la Strade Bianche por los caminos de tierra de la Toscana atacando a ochenta kilómetros de meta, la Volta a Catalunya (además de cuatro etapas), la Lieja-Bastoña-Lieja y el ya mentado Giro, al que añadió otras seis victorias parciales y la clasificación de la montaña. Parece, como siempre, invencible, encarnación ciclista de Hércules o Aquiles, pero poco pueden los grandes héroes de la epopeya frente a las innovaciones técnicas, y si Vingegaard, como parece, tiene la bomba atómica, puede arrasar toda Troya en un segundo y aniquilar sin verlos siquiera a tirios y troyanos. Lo que se plantea, pues, es una bifurcación estética e histórica en este desempate: será el tercer Tour para la epopeya, la inspiración, la energía vital, la tempestad y el ímpetu o el tercer Tour para la modernidad bélica, con todo lo que eso implica. 

En efecto, la gran amenaza para la épica vuelve a ser la narrativa experimental vanguardista que representa Jonas Vingegaard, el Arenque de Hillerslev, al que el ácido apelativo de Vinagres le queda corto en comparación con su poder corrosivo de cualquier competición ciclista en la que participa. Parecía imposible que este continuador impersonal de la deconstrucción modernista de la narrativa tradicional llegase entero a la salida del Tour, pero una vez en Florencia no cabe dudar de sus prestaciones. Si corre, es para ganar o incluso para aplastar, como el año pasado, y cuenta con precedentes ilustres en el intento de recomponer su cuerpo para la victoria, como el de Alberto Contador, trujimán lenguaraz al tiempo que héroe romántico que ganó una Vuelta a España apenas dos meses después de romperse la meseta tibial, o, por qué no decirlo, el de Lance Armstrong, que encadenó siete Tours justo después de superar un cáncer testicular. Su contrarreloj del año pasado, fuera de toda razón, basta para convertirlo en máximo favorito para los próximos diez años y solo queda comprobar si continúa con su transición hacia el cómic homenajeando a Astérix una vez más con el reconstituyente zumo de remolacha y cereza que, de llevarle a una tercera victoria, superaría ya definitivamente las virtudes vigorizantes de la pócima de Panorámix. Claro que en este tipo de narrativa, en el fondo lo mismo da un protagonista que otro -son indistinguibles entre sí- y, del mismo modo que él ocupó hace tres años el lugar de un magullado Roglic, bien podría ser reemplazado esta vez por Jorgenson, recién fichado por el Visma desde el Movistar, y que, desde que cree en sí mismo gracias a su compañero Tiens Benoot, es capaz de mover su metro noventa y cuatro por las montañas de los Alpes con la agilidad de un rebeco, como demostró este año ganando la París-Niza o con su reciente ataque a Roglic en la última etapa de la Dauphiné, que lo dejó a solo ocho segundos de la victoria final. Tal vez, por tanto, este americano impasible nos sitúe en algún momento en el ámbito de la patafísica metamorfoseándose de pesado y corpulento tapir en cóndor imperial y probando que en el universo ciclista todo es anormal y la regla es lo extraordinario. De momento, su equipo dice verlo ya como un potencial ganador del Tour, y cabe recordar que la última vez que se dijo eso de un gregario fue el año en que Geraint Thomas, cuya victoria de 2018 es más inverosímil que la trama de La subasta del lote 49, ganó la carrera.

En cuanto al resto de los caídos, a Roglic, émulo de Ulises según Luis por la riqueza de sus estratagemas y la abundancia de las desgracias que encuentra siempre en su camino a Ítaca/París, que aún no ha alcanzado a sus treinta y cuatro años, yo lo veo más como a cualquier teniente secundario de Guerra y paz, serio, profesional y opacado en el mundo aristocrático en que se mueve. Sea como sea, deberá calcular otra vez cada gasto y economizar todo esfuerzo si pretende realmente optar a una victoria por la mínima, máxima aspiración posible para él, y eso siendo optimistas. El atolondrado Evenepoel, por su parte, parece condenado a sucumbir en la alta montaña a las primeras de cambio (por ejemplo, el martes, en la cuarta etapa, cuando se asciende el Galibier) permitiendo por una vez el lucimiento del incomparable Landa, ciclista que, liberado de las cargas del liderazgo, se ha dado al buen humor de la narrativa dieciochesca. Cuando su líder desfallezca, podrá buscar a partir de la segunda semana una victoria parcial con la alegría y despreocupación de un Tristram Shandy pirenaico. Con esto podrá alimentar su leyenda no ya como ciclista, plano secundario desde hace bastante tiempo, sino como artista de vanguardia, creador visionario y único ciclista de la historia con su propio movimiento literario.

Queda, por último, el variopinto abanico de secundarios que conforman el que podríamos llamar grupo mixto del Tour, un conjunto de no más de diez corredores que lucharán por hacer podio mediante el procedimiento de aguantar un poco más que los demás antes de descolgarse cuando ataquen los verdaderos favoritos, aunque es previsible que sea un empeño inútil porque cuesta ver a cualquiera de ellos por encima del quinto puesto en el mejor (¡verdaderamente en el mejor!) de los casos. Literariamente, sin embargo, son de lo más interesantes porque todos ellos opositan al puesto honorífico de escalador cesante o candidato abúlico. La neurosis, la obsesión infructuosa y el ensimismamiento son sus principales armas y ninguno las utiliza mejor que el castizo Enric Mas, candidato al top 50, aunque el artúrico Gaudu continúe con paso firme su vaciamiento como personaje para convertirse en émulo del caballero inexistente de Calvino. Por el contrario, parten con desventaja para lograr ese honor el audaz Carlos Rodríguez y su compañero Pidcock, el carbonero de los Alpes, demasiado juguetón e inofensivo para la tarea, pero perfectamente apto para reciclarse como leprechaun de la media montaña. Curiosamente, el grupo mixto cuenta con mayoría de gregarios renuentes, en especial de Pogacar, que cualquier día echará de menos la ayuda de Almeida y Ayuso, ambos con ambiciones propias posiblemente incompatibles entre sí, con las de su líder y con el sentido común (aunque Almeida parece más fiable y menos bocazas que Ayuso, y esta frase podría decirse también fuera del ámbito ciclista). El lector poco familiarizado con el pelotón profesional puede en todo caso olvidar estos nombres, cuyas opciones reales son menores incluso que las de otros competidores ausentes por la coincidencia con la Eurocopa de fútbol, como Toni Kroos, que sopesó seriamente coronar su retirada con una victoria en el Tour de Francia, el Manchester City en su conjunto, que después de la prórroga contra el Real Madrid estuvo a punto de alinear a Bernardo Silva como líder para la clasificación general, o el nunca bien ponderado (en el sentido etimológico de la palabra) Eden Hazard, que recientemente ascendió el Mont Ventoux como homenaje a Petrarca.

Y presentado someramente el elenco de esta ópera veraniega del Tour, perdona que cierre mi primera crónica con precipitación para entrevistar al comisario Montalbano, que pasa ahora a mi lado extrañamente solo. Hay muchas preguntas fundamentales que hacerle, y mi compromiso es que los lectores de Culturamas sean los primeros en conocer sus respuestas: ¿hay posibilidades ciertas de un nuevo atentado en las próximas tres semanas?, ¿de quién se sospecha?, ¿corre peligro el ciclismo?, ¿tienen alguna relación con este deporte las novelas de Andrea Camilleri?, ¿es menor la dignidad literaria del Movistar o de la selección inglesa de fútbol? Y, porque les tengo cariño, pero no porque sea muy importante, ¿cuál es el paradero de Luis Fernández y Julio Salvador?

 

La ilustración de la portada, que se reproduce completa a continuación, es obra de Nora Manzano Gómez

 

Artemio Gonçalves Flórez

Poeta vanguardista y director de cine panameño

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