Cien años y un poema de Anne Sexton

Por Antonio Costa Gómez.

Otra que cumple cien años calladamente. Y no me apetece escribir un texto académico con procedimientos obligados y notas a pie de página. Me apetece recordar libremente algunos versos de ella.

Recuerdo sobre todo ese poema que dice “Vive o muere, pero no envenenes cada cosa”. Me gustaría aplicárselo a Calvino y todos sus descendientes. A los que dicen que la vida misma es pecado. A los que quieren acabar con la vida y lo envenenan todo y le quitan gusto a todo. A los cuervos envenenadores que nos prohíben todo. En ese poema Anne Sexton en el fondo afirma profundamente la vida. Dice “¿La vida es algo que se representa? ¿Y algo de lo que continuamente nos queremos librar?” Pero se refiere a esta vida que nos han organizado llena de rigideces y convencionalismos. A esta vida donde el rostro se sustituye por la máscara y la fluidez por la fórmula. Por eso piensa a menudo en la muerte. Y envidia a su amiga Silvia Plath por arrastrase a la muerte desde la hermosa Devon en Inglaterra.

Pero es porque quiere una vida más honda. Los suicidas a veces lo hacen por entusiasmo, dijo alguien. Como el Empédocles de Hölderlin se arroja al volcán por entusiasmo. Y por el deseo de escapar de las sujeciones de los envenenadores de la vida. Si esta vida es pecado, como dicen los calvinistas, yo me voy a otro ámbito donde no estén los envenenadores. “La verdadera vida está ausente”, escribió Rimbaud.

Por eso Anne Sexton se imagina a sí misma como un pez primordial. Y pide que la amen sin zapatos, con los pies desnudos. Y dice que como un pez debajo del vestido está totalmente desnuda. Y le escribe un poema a su útero que le quisieron extirpar. Y dice que soñó con escribir un himno sin complicaciones que alabara sus costillas y sus rótulas y cada parte de su cuerpo. Como una especie de Walt Whitman, más lírico y secreto.

Vive o muere, pero no envenenes cada cosa, nos dijo Anne Sexton antes de suicidarse. Lo peor es envenenar la vida y degradar la vida. Lo mismo diría Nietzsche en sus momentos callados.

Anne Sexton nos cuenta que no pudo ahogar a todos sus gatitos, aunque tenía los baldes de agua preparados. Y los salvó a todos y si vinieran algunos más también los querría. Y ella no es como Eichmann que mandaba a seres vivos en trenes a los campos de exterminio. Ella admira asombrada la vida. Y se siente como un pez originario al que han impuesto vestidos. Pero en secreto sigue siendo un pez y no se traga el veneno.

Me gusta recordar a Anne Sexton contra los envenenadores de la vida. Los calvinistas y sus congéneres. Los que consideran que es pecado el teatro y la danza y la música y todo. Todo menos enriquecerse y guardar dinero. Y todo lo que es sensual es malo. Y odian toda la belleza de la vida. Anne Sexton no quería esta vida envenenada y soñaba con otra vida más secreta. Se sentía apretada aquí.

Pero le decía a los gatitos a los que salva: Vive por el sol y el sueño. Vive a pesar de todo. Y no hagas caso de los Eichmann.

Le dice a su amante que vuelva con su esposa legal. Que ella fue como el cabello y el humo saliendo del coche. Que ella fue algo pasajero y hay que asimilarlo. Como la vida es algo pasajero y hay que vivirla sin veneno. Su esposa es el cuadro oficial, ella solo es una acuarela.

Me gusta recordar a Anne Sexton calladamente en sus cien años que nadie recuerda. Y no me apetece escribir un texto académico con procedimientos obligados y notas a pie de página. Y tecnicismos muertos como pedruscos.

Me gusta recordar toda la vitalidad que tuvo a pesar de todo, porque quiso ser como un pez escurridizo. Y fue como un pez que no se puede atrapar.

En una gruta desconocida, al sur de Capri, comprobó que todavía era un pez: “Todo lo que hay de pez en nosotros / escapó por un minuto. / A los peces reales no les importó”.

Les invito a ser peces con Anne Sexton y a entrar en el volumen Vive o muere, que publicó hace años la Editorial Vitruvio.

 

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