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Juan José Castro Martín: «Trato siempre de no subestimar al lector»

Juan José Castro Martín, poeta y crítico, es autor de varios poemarios entre los que podemos citar El bosque errante, Copo tras copo, Pero el mundo no estaba, La piel de la intemperie, La habitación cerrada o Margen de lo invisible. Ha sido galardonado con diversos premios, como el Premio Internacional de poesía Antonio Machado en Baeza y el Florentino Pérez-Embid de la Academia de las Buenas Letras de Sevilla. Es miembro de honor del Aula de Pensamiento y Literatura “Francisco Javier de Burgos”. Con El bosque errante acaba de obtener el Premio Internacional de poesía San Juan de la Cruz de la Academia de Juglares de Fontiveros. Pasa hoy por nuestra sección para darnos su Primera Impresión sobre este último poemario.

 

 Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Juan José Castro Martín: Probablemente este libro, El bosque errante, sea el más complejo que he hecho y el que más tiempo me ha llevado escribir. El libro sale al fin, aunque lo finalicé hace varios años y estoy muy contento de que lo haga en la editorial Reino de Cordelia. El libro como objeto, y no sólo por su contenido, me interesa mucho, y esta editorial trabaja de manera primorosa de manos de Jesús Egido y María Robledano, a quienes doy las gracias por su impecable trabajo.

La estructura de un libro es fundamental para su comprensión.

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

El inicio de su gestación comenzó por 2010, al hilo de la voz poética marcada por otro libro que acababa de salir entonces, Margen de lo invisible. De algún modo, este libro es continuación de aquel, pero debido a su misma forma, su proyección y elaboración se prolongó bastante. Sin embargo, no fue hasta casi el final del proceso cuando vi la disposición del libro. Para mí la estructura de un libro es fundamental para su comprensión y todo debe estar pensado y mensurado hasta el último detalle. Aunque el acto de escribir en sí sea puntual, la decantación de materiales y palabras es en mí con frecuencia algo dilatado, continuo, contrastado.

Evidentemente, mi forma de trabajar tiene que ver con mi forma misma de entender la poesía, un lugar inhóspito pero familiar donde puede atisbarse siluetas y perfiles en la búsqueda de ese balbuceo primigenio e iniciático que se impone como necesidad vital a quienes una vez experimentaron o sufrieron lo que pueda llamarse existencia.

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

Este libro es un recorrido por un espacio simbólico representado por el bosque, elemento recurrente que señala la dirección de quien se interna en las páginas. Se va desde lo primigenio natural hacia lo humano. El lector va hallando los ecos de otras voces y personajes, todos fácilmente reconocibles, que presentan el hecho fundamental que estructura y da sentido al libro: el acto de creación mismo en sus diferentes concepciones y el modo en el creador lo aborda.

Nunca queda claro en dónde puede quedar el horizonte de recepción de los lectores.

¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?

Nunca queda claro en dónde puede quedar el horizonte de recepción de los lectores, aunque creo que si se acercan a la poesía debe ser porque hay una pulsión especial que mueve a quienes lo lean.

Trato siempre de no subestimar al lector, ni sus capacidades ni sus ideas e impresiones. El libro, en definitiva, ya es más suyo que mío, ahora las diferentes lecturas y aproximaciones reconstruirán y redefinirán sus fronteras y sentidos.

¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en este libro? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?

A mi modo de ver, la estructura de un libro es crucial. En este libro es patente y aporta una dimensión decisiva al texto al completo y al contexto relativo de cada uno de los poemas. Todo está relacionado. Sin embargo, la estructura no es algo premeditado, sino que va surgiendo de manera orgánica conforme se va gestando. En el acto mismo de escritura siempre hay, y ha habido, modificaciones y cambios dada la propia orientación meditativa de los textos.

Cada texto debe tener independencia y, a su vez, estar en consonancia con el libro en el que se inserta.

¿En qué medida veremos en él —o no— al Juan José Castro de tus anteriores obras?

Lejos del contenido, que puede variar, he procurado en cada uno de mis libros un cuidado formal y una apuesta por una poesía de calado en la que se aúnen emoción y reflexión. Quienes me conocen, saben de mi hábito de conectar los libros, ya sea a través de referencias directas o veladas, o por vínculos temáticos o estilísticos.

El cuidado de la forma, así me lo enseñaron mis maestros poéticos y vitales, debe constituirse como el eje constructivo y conceptual, si no vital o existencial, del propio poema. Cada texto debe, además, ser autónomo, tener independencia y, a su vez, estar en consonancia con el libro en el que se inserta.

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de El bosque errante, ¿cuáles serían?

Es complicado elegirlos, pero me quedaré con «El destierro», «Praga» y el poema final. Hubiera preferido que los eligiera otra persona, con su criterio.

Una de las escasas varas de medir de un libro de poemas es el prestigio.

El libro viene con el prestigioso Premio Internacional San Juan de la Cruz debajo del brazo. ¿Qué ha significado para ti la obtención de este galardón?

Dado el poco espacio y menor predicamento que tiene la poesía como discurso en nuestra sociedad, una de las escasas varas de medir de un libro de poemas es el prestigio. Haber sido galardonado con este premio supone un respaldo importante y un reconocimiento que une el nombre de esta obra a una de las cimas de la poesía en castellano como es San Juan de la Cruz; por otro lado, la concesión por unanimidad y el valor añadido de los grandes nombres que han integrado el jurado que lo ha concedido son un segundo premio por el que estoy tremendamente agradecido.

Me consta que, entre tus muchas ocupaciones, está la de seguir estudiando alemán. ¿Qué papel tiene en tu obra la poesía de aquel país?

Este libro es geográficamente próximo a esa cultura, pero también en lo meditado de sus imágenes; pensamiento y poesía van unidos, como ocurre en gran parte de la tradición germánica, de la mano. A pesar de ello, hay otras fuentes y referencias poéticas y artísticas entremezcladas y entretejidas unas con otras, en una unidad que sobrepasa cualquier ámbito de identificación nacional.

He podido hallar un modo de decir, un mundo propio, un latido simbólico personal.

¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?

Quiero entender que sí, y así lo siento. Y no me refiero sólo a la obtención de un mérito externo sino al modo en que se ha orientado esta línea de mi obra, camino que reconecta con otra obra que fue fundamental para mis hallazgos como autor de poemas, que es Margen de lo invisible. Creo que ambas obras iniciaron una tendencia en mi trayectoria con la que he podido hallar un modo de decir, un mundo propio, un latido simbólico personal.

Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?

De muchos, poetas a quienes admiro y quiero. Ahora acaba de publicar un nuevo libro, después de mucho tiempo, José Luis López Bretones. Pero no puedo olvidarme de muchos otros y otras como Juan Peregrina, Fernando Soriano, Nieves Chillón, Carla Friebe, Pablo Acevedo o Francisco Rojas Santos. Y estos por citar sólo algunos. Hay muchísimos más con una obra más que interesante.

 

****

Tres poemas de El bosque errante

 

EL DESTIERRO

(Nelly Sachs)

 

Anoche en la ventisca estuvo hablando el bosque

sin saber cómo crece brotado de la desesperación

del frío.

Cae la nieve con voluntad de ser en su sonido

fugitiva blancura, somnoliento alfabeto de una página

que el vuelo de los cuervos una vez y otra reescribe.

Ya en las raíces de los árboles creciendo está la muerte

desde el lugar secreto donde la luz más transfigura.

Bajo los pies la sombra está, más joven cada vez,

como herida entre el frío y nuestro cuerpo

por las enmudecidas horas a cuyo recordar

llamamos alma, un tiempo inalcanzable

entre dos soplos, un mundo que al expirar decimos

a lo invisible.

Nuestro peso siempre abandona

en lo blanco la huella que clama a la incandescencia.

No lejos las estrellas hincan sus luces en el cielo,

mi oído tiende puentes entre ellas.

Oh, música de esferas,

¿por dónde nuestro grito suena? Verdugos, escuchad,

vosotros, ebrios de estremecimientos, lo arrojado a su extinción,

las patrias expulsadas, la ceniza en las suelas,

los epitafios en el aire, los suspiros en el tuétano

con los que va la noche afuera, donde se aprende

a morir una vez y otra, como el umbral que busca

otro umbral naciendo.

Ser es estar siempre en lo más expuesto.

Caminamos con blancos pasos y sílabas contadas,

habitamos vagando en los espacios

tensados por el hilo de nuestro soplo.

¿Echa raíces nuestro hálito errante entre las cosas

fugitivas? Arrastra, arrastra un mundo con tu voz;

mira el campo invernal: los árboles indican

la belleza de un tiempo deletreado hasta la savia.

Devuélvele a la nieve su niñez mientras cae

siendo alfabeto de lo insomne, página de la muerte.

 

 

PRAGA

 

I

 

En las orillas del Moldava beben los sauces su espejismo,

en su reflejo están las cosas ya vencidas,

el bello desamparo de las formas,

como sonoro sucederse

viaja el río a su nombre,

corriente hacia qué música, en lo interior del mundo se adentra,

menor prisión las ondas que el sonido

huyendo en todo y a la vez inmóvil.

Desde una a otra orilla contempla el puente lo pasado

sin ser su patria el tiempo.

No la nieve,

el agua impone a las oscuras torres,

que se yerguen en torno a su silencio

sobre el puente, su canto y como los desnudos

árboles ocultar parecen en su hondo enmudecer

el mensaje despierto de la nevada sobre ramas

y tejados.

Secretamente se levantan a su estar heridos,

a su mudo existir como aliento a las palabras,

como tampoco deja la estrella su lenguaje

de levedad al puente a pesar de quien cruza,

que apenas carga el peso de su sombra

a través de las horas,

y sospecha que mirar ya es pasado.

Resta entonces calzarse las distancias,

implorar a lo que se ignora, vivir en los prodigios,

caminar con zapatos nuevos y dejar huellas viejas como el mundo.

 

II

 

La ciudad se desdobla en el espejo del perpetuo

discurso de las aguas que arrastran el cadáver de sí mismas

pero ansía flotar y sube a los recintos.

 

Vigilan las fachadas junto al cáliz,

y se asume el engaño

de los muros de Schwarzenbergen. Quien su ámbito penetra

se abandona al olvido que brota de la piedra oscura.

Se levanta san Vito del espacio

de tu ausencia, anulado existir en el instante

doliente de lo bello, te reconoces sólo en su extravío.

Y sigues ascendiendo adonde el impulso apremia,

ser mineral y arborescente, y arrebatado sigues

tal vez a amenazar el azul del cielo.

Ahora perteneces

a su raíz rotante, a la extensión de su silencio

bajo el sonido blanco de la nieve

como las torres de la Pólvora y Dálibor

acallan el bostezo en la memoria, un estruendo en la savia

aún adentrada por el frío como el cuerpo

hecho foso donde los ciervos pierden la senda de tu pulso.

 

III

 

En una tregua la nevada permite huir los árboles

colina abajo. Yaces despojado e inerme en ti, sujeto

a todo por el vaho de tu respiración

copo tras copo en la belleza del mundo.

Y otro clamor te llama:

las agujas de Tyn,

el jinete de Storch, la plaza vieja donde pugnan

unicornios con sierpes, estrellas con osos dorados

bajo el rüido blanco de las cúpulas.

Nómada en la penumbra de los signos,

por Celetná, el reloj dará la hora en que cada astro

resucite a la muerte en ti dormida y canten las estatuas.

A mendigar la luz acudirán los ángeles

sin saber que lo hermoso es el temblor de lo que pasa.

Y otra vez, por la torre del Martín pescador,

el río persiguiendo su nombre bajo el puente:

música hacia qué cuerpo que el curso desaloja.

 

 

 

DE ESTE DOLOR DE SER TEMBLOR Y BARRO

resta la cicatriz que las palabras

en el letargo de las cosas abren,

como un silencio que poblara el bosque.

 

Extranjero en tu voz a veces, vibras

alejado en el curso disonante del mundo

y de aliento en aliento intruso existes

para que un cuerpo siempre se estremezca.

 

Árboles vagabundos en un sueño albergamos,

savias cobrando el signo de su forma

que hondas dicen gramáticas de raíces y nubes.

En la parte más sola de nosotros conversan

 

la intemperie y las hojas. Mientras hablan,

conocen qué alfabeto de estrellas es la noche.

Por el silencio viene el hombre y funda

en huellas de quietud bosques errantes.

 

 

ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.

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