Retorno al (raro) sentido común
Ricardo Álamo.- Se define a sí mismo Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955) como un poliprágmata, término con el que despectivamente los griegos señalaban a quien se sentía atraído por muchas cosas sin ser especialista en nada. En cierto sentido el poliprágmata vendría a ser como una especie de diletante, alguien que, como aficionado, cultiva diversos campos del saber sin ser un profesional. El mismo Luri afirma que si se hubiera dedicado a una sola cosa no sería él, aunque matiza: «Si hubiera podido elegir esa cosa (…), quizás me hubiera pasado la vida escribiendo la Enciclopedia de las cosas que no le interesan a nadie». Huelga decir que esta declaración de principios es, como poco, de raíz ferlosiana, pues sabido es que Rafael Sánchez Ferlosio se pasó toda su vida analizando, reflexionando y escribiendo sobre cuestiones que él mismo decía —posiblemente con falsa modestia— que no interesaban a nadie. Y digo lo de falsa modestia porque esas cuestiones no eran ni mucho menos intrascendentes ni superficiales. ¿O es que acaso lo son el amor, la muerte, la política, la guerra, el lenguaje, los medios de comunicación y Dios?
Del mismo modo que Ferlosio le quitaba importancia a los temas sobre los que elucubraba, también Luri se arriesga (¿con falsa modestia?) a minimizar sus reflexiones en forma de aforismos sobre un enorme cúmulo de asuntos, que van desde la problematización de la convivencia a la infantilización de la propia infancia, pasando por los desperfectos de la educación o la difícil armonía entre los ideales colectivos y los individuales, entre otros muchos asuntos que no son para nada superfluos. Ni lo son ahora ni lo han sido nunca, pues no en vano cada uno de ellos ha formado parte de los diferentes discursos de la filosofía desde que esta se puso en marcha hace ya más de dos mil años. Por eso quizás no es de extrañar que la filosofía esté muy presente a lo largo de todo el libro de Luri, quien, a la manera de Sócrates o de Platón o de Anaxágoras o incluso de algún sofista, desparrama sus juicios en busca no tanto de la alegría (como sugiere el título de su libro) como en busca de la verdad. ¿O es que no suenan a Sócrates estos aforismos suyos: «No es la ignorancia la causa de nuestros males, sino la ignorancia de nuestra ignorancia», «Quien está gobernado por su propia ignorancia, no se autogobierna»? ¿O a Platón este otro: «La esperanza ilustrada de que con más educación, menos cárceles, nos ha dejado en herencia presos más instruidos»? ¿O a Anaxágoras este: «Aparentemente, en tanto que partes del todo, somos partículas similares a cualquier otra —un gusano o una galaxia—, pero es en esa aparente similitud donde no nos encontramos»? ¿O al ideario sofístico este otro: «El maestro que le ha demostrado al alumno la verdad de A, no es suficientemente buen maestro si no se esfuerza por mostrarle la posible verdad de su contrario»?
Sin duda, la filosofía, y en particular la filosofía socrático-platónica, está muy presente en la aforística de Luri (de hecho, su tesis doctoral la dedicó a la República de Platón), pero no tanto la filosofía de carácter metafísico como la filosofía política, esa que tiene como objetivo conformar una sociedad de ciudadanos cabales y responsables, dominados por el sentido común (y por la comunidad de intereses) y no por el egoísmo, la ambición exclusivamente personal o la codicia. De ahí que la realidad actual no le sirva como ideal de lo que debería ser una auténtica realidad ejemplar, dado el alto grado de superficialidad e ignorancia sobre la que está constituida, cosa que le lleva a decir que para comprender la superficialidad del presente basta con detenerse a pensar en lo que se entiende hoy en día por radicalismo, pensamiento crítico o autonomía. A tenor del éxito obtenido por los medios de desinformación y por las nefastas políticas educativas, que más que crear ciudadanos bien formados e informados no ha hecho sino democratizar y extender el poder de la opinión en detrimento del poder del conocimiento, añadiéndole a esto una cada vez mayor subordinación de la razón a la emoción, se diría que, desde la perspectiva de Luri, estamos viviendo una de las épocas más demagógicas y populistas de la historia de la humanidad, con el aciago resultado de que la libertad de pensamiento queda reducida a mera «libertad para adherirnos a una tendencia ideológica sin saber muy bien para qué».
De este credo lurisófico salen mal paradas nuestras escuelas («En nuestras escuelas es posible obtener sobresaliente en aprender a aprender y suspender en todo lo demás»), el periodismo («La capacidad para ver escándalos donde hay problemas es la peor contribución de los medios de comunicación a la política moderna») y especialmente las ciencias sociales, debido a lo que él llama el “giro emocional” que de manera creciente está invadiendo todos los códigos de relación interpersonal («La colonización emotivista del mundo de la vida está consiguiendo hacernos creer que la dignidad ya no está ni en lo que se es ni en lo que que se hace, sino en lo que se padece»). El resultado de todo ello no puede ser más catastrófico, empezando por una exacerbada sobreprotección de la infancia (y, a este respecto, habría que recordar que hace más de treinta años, en 1993, ya Nanni Moretti se escandalizaba en su exitosa Caro Diario del grado superlativo de infantilización a que estaban llegando las sociedades modernas) y terminando por la deriva oscurantista de incultura, trivialidad y barbarie a que nos están arrastrando las incesantes reformas educativas y el populismo político. Según este panorama catastrofista y apocalíptico de la realidad que dibuja Luri, tal vez se podría pensar que las mejores soluciones para remediarlo vendrían de la filosofía, tan dada siempre a concebir respuestas ingeniosas para todo, pero no. Lo que Luri propone es algo aparentemente muy fácil: una vuelta al sentido común, ya que, según él, lo que el sentido común no sepa poner en la vida, no sabrá ponerlo la filosofía. Y puede que tenga razón, y que no haya mejor remedio para combatir los males de nuestro tiempo que pensar y actuar con sentido común, pero digo yo: ¿acaso el sentido común ha sido alguna vez lo más común en nuestros modos de vida como para regular justa y sensatamente nuestras relaciones? Miremos atrás, contemplemos la Historia y seguro que no nos engañaremos de cuál es la verdadera respuesta.
Gregorio Luri, Una triste búsqueda de alegría. Sevilla, La isla de Siltolá, 2024