Héctor Alterio en un excepcional espectáculo teatral junto a Juan Esteban Cuacci
Horacio Otheguy Riveira.
Y tan excepcional que apenas hay en escena unas sillas, atriles y un piano para que el veterano actor nos cuente una breve historia personal mechada de lo que más le importa: los grandes poetas que le acompañaron en sus 76 años de vida profesional y 94 de vida.
Dice, lee, se asombra de las historias de los grandes poemarios y se deja llevar por el también inmenso talento del pianista Juan Esteban Cuacci. Entre ambos, una pequeña gran historia a todas luces inolvidable, en gran medida gracias al productor Jesús Cimarro, director artístico del teatro Reina Victoria, entre muchas otras actividades teatrales, también con mucho arraigo en la Ciudad de Buenos Aires, tantas veces citada en esta función que se corona de gloria con el tema de la cantante y compositora Eladia Blázquez junto a Astor Piazzola: Siempre se vuelve a Buenos Aires.
Esta ciudad está embrujada, sin saber…
por el hechizo cautivante de volver.
No sé si para bien, no sé si para mal,
volver tiene la magia de un ritual.
Yo soy de aquí, de otro lugar no puedo ser…
¡Me reconozco en la costumbre de volver!
A reencontrarme en mí, a valorar después,
las cosas que perdí… ¡La vida que se fue!
Llegué y casi estoy, a punto de partir…
Sintiendo que me voy, y no me quiero ir.
Doblé la esquina de mi misma, para comprender,
¡que nadie escapa al fatalismo de su propio ser!
Y estoy pisando las baldosas,
¡floreciéndome las rosas por volver…!
Esta ciudad no se si existe, si es así…
¡O algún poeta la ha inventado para mí!
Es como una mujer, profética y fatal
¡pidiendo el sacrificio hasta el final!
Pero también tiene otra voz, tiene otra piel;
y el gesto abierto de la mesa de café…
El sentimiento en flor, la mano fraternal
y el rostro del amor en cada umbral.
Ya sé que no es casual, haber nacido aquí
y ser un poco asi… triste y sentimental.
Ya sé que no es casual, que un fueye por los dos,
nos cante el funeral para decir… ¡Adiós!
Decirte adiós a vos… ya ves, no puede ser.
Si siempre y siempre sos, ¡una razón para volver!
Siempre se vuelve a Buenos Aires, a buscar
esa manera melancólica de amar…
Lo sabe sólo aquel que tuvo que vivir
enfermo de nostalgia… ¡Casi a punto de morir!…
Héctor Alterio no canta, pero cuando dice las letras de canciones como esta, uno cree escuchar a quienes las cantaron en muy diversos escenarios. Su musicalidad de gran actor se inmiscuye en los rincones más oscuros para otorgarles una luz que fascina y no deslumbra. Juega en escena y abraza naturalmente sus muchos años de creaciones actorales con tiempo para permitirse una muy relajada manera de vivir en escena, y «con esta locura de hacer esto a esta altura del partido», se marca una eminente Balada para un loco.
Aunque lee en atriles, la huidiza memoria a ratos viene mágica y deliciosamente amiga. Todo el show consiste en una muy generosa apuesta por la amistad entre artistas que nunca han «fichado» en sus trabajos, por el contrario, siempre se han involucrado con la certeza de que sus trabajos se integran en una forma de vida. Y aquí, totales, sencillamente fabulosos, conmueven y divierten con el arte mayor de quienes son capaces de amar lo que hacen, y también al público que anónimamente les ovaciona: arte mayor de la unión de creadores y espectadores, familia de poderosa intensidad intelectual y emocional con sabor a eternidad.
Regreso cargado de recuerdos y vivencias en los poemas que se hicieron tangos de Borges, Cátulo Castillo, Homero Manzi, Eladia Blázquez… y un portavoz de la justicia como León Felipe, entre muchos otros. Un espectáculo con dramaturgia de Ángela Bacaicoa, la compañera de vida de Alterio, que relata cómo Héctor con cuarenta años, en 1974, se vino a España para presentar la película La Tregua, y cuando quiso volver, ya no había aviones de regreso para él, amenazado de muerte por la dictadura del general Videla.
Fue así que Madrid resultó ser su cárcel y su salvación.